Debía de haberse quedado dormida, porque de pronto abrió los ojos con cierto sobresalto y vio que el coche estaba parado y que Paul decía algo.
– Venga. Hemos llegado.
La nieve empezaba a cuajar y al salir del vehículo el frío intenso atravesó su liviana ropa con un millar de agujas. Lizard echó un brazo por encima de los hombros de la rep y pegó su corpachón al de ella. Lo hizo con tanta naturalidad que Bruna no sintió ninguna extrañeza, antes al contrario, su propio cuerpo se adaptó automáticamente al del inspector como si hubiera sido un movimiento ensayado mil veces; y así, abrazados, inclinados contra el filo del viento, protegiéndose el uno al otro, cubrieron la distancia hasta el edificio.
Al entrar en el portal, sin embargo, la detective se desasió enseguida con cierto embarazo. El movimiento le provocó un pinchazo en las costillas laceradas.
– Así que vives aquí… -dijo bobamente por decir algo, mientras se tentaba el costado con dedos cautelosos.
Era una de esas casas viejas del antiguo centro de Madrid, rehabilitada interiormente algunas décadas atrás y no demasiado bien mantenida. El estrecho hueco de la desgastada escalera de madera albergaba un solo ascensor de apariencia vetusta. Lizard abrió su buzón de correo y salieron chillando unos cuantos anuncios holográficos que el inspector aplastó de un manotazo y tiró al cesto hermético. Luego le abrió el ascensor a Bruna.
– Sube tú. Cuarto piso. Yo voy por las escaleras.
No era de extrañar que fuera andando, porque la caja era tan pequeña que no hubieran cabido los dos salvo estrechamente abrazados. Una pena, se dijo Bruna con una pequeña sonrisa mientras el ascensor ascendía zarandeado por sospechosos temblequeos. Cuando paró en el cuarto, Lizard ya estaba allí, sólo un poco asfixiado. No estaba mal de forma, sobre todo teniendo en cuenta su volumen.
– Pasa. Ponte cómoda.
¿Cómo demonios iba a hacerlo? Le dolía todo el cuerpo. Entró titubeante; el piso sólo tenía un espacio, pero era muy grande. Grande y desoladoramente austero. Una cama enorme, una mesa de trabajo, un sofá, estanterías. Todo tan desnudo e impersonal como la casa de un tecnohumano. O de la mayoría de los tecnos, rectificó Bruna mentalmente, recordando el recargado y primoroso dormitorio de Chi. E incluso su propio piso, sus cuadros, su rompecabezas. Aquí había tan pocos objetos decorativos que los tres antiguos balcones de barandilla de hierro constituían el mayor adorno del lugar. Pero la calle era muy estrecha y el edificio de enfrente, un bloque feo y barato de estilo Unificación, parecía meterse a través de las ventanas.
– Puedes dormir ahí -dijo Paul señalando el amplio sofá-. Es cómodo incluso para mi tamaño, lo he probado alguna vez, ya lo verás.
Bruna se sentó con cuidado. Y pensó, no por primera vez en esa tarde, en su pequeña y valiosa pistola de plasma. No sabía si se la habían arrebatado los agresores o si la tendría Lizard y prefirió no preguntar. Haber perdido su pistola era un auténtico fastidio, y conseguir otra sería bastante caro y problemático; pero decidió dejar las preocupaciones para el día siguiente. El piso mantenía una temperatura muy agradable y al otro lado de los cristales, en la mortecina luz del atardecer, la nevada arreciaba. Absurdamente, la androide se sintió casi feliz.
Lizard regresó a su lado provisto de una almohada, una manta térmica y una botella de Guitian fermentado en barrica.
– ¿No era a ti a quien le gustaba el vino blanco?
– No, era a la otra rep -contestó Bruna jocosamente señalando la foto de una tecno que ocupaba la pantalla principal de la casa.
Paul lanzó un breve vistazo a la imagen por encima de su hombro y luego continuó colocando la manta en silencio. La detective temió haber dicho algo inconveniente.
– Mmmm… Sí, creo que me vendría bien esa copa.
– Voy a preparar algo de comer -dijo el inspector.
Y cuando se levantó, camino de la zona de la cocina, susurró algo al ordenador y la pantalla principal cambió la imagen por la de un paisaje de Titán.
Mientras el hombre trasteaba en el horno dispensador, la androide se quedó mirando al exterior. La nieve apelmazaba el aire y cegaba las ventanas con un velo grisáceo; la tarde moría con antelación bajo el peso de la tormenta y la luz eléctrica se encendió automáticamente. Bruna sabía que no debía preguntar, pero no pudo evitarlo.
– Esa rep de la pantalla, ¿es alguna de las víctimas?
El hombre no respondió, cosa que no sorprendió a Bruna. Le sorprendió más oírse insistir groseramente:
– ¿O quizá es una sospechosa?
Y, al cabo de un minuto de silencio, aún añadió para su propia consternación:
– ¿Por qué no contestas? ¿Me ocultas detalles de la investigación?
Lizard regresó llevando una bandeja con unos enormes cuencos llenos hasta arriba de una sopa de miso.
– Iba a preparar unos bocadillos de atún reconstituido, pero luego me acordé de tu diente recién implantado. Déjame sitio.
Se sentó en el borde del sofá y puso un anillo térmico en la botella de vino para mantenerla fría. Luego descorchó el Guitian con parsimonia y sirvió dos copas. Bebió un par de tragos de la suya y miró hacia la calle. Afuera ya era de noche y la luz del piso se reflejaba en la cortina de nieve como en un lienzo.
– Si de verdad quieres saber quién es, ¿por qué no lo preguntas directamente?
– ¿Cómo?
– Atrévete a preguntar y te contestaré.
Bruna calló un momento, avergonzada.
– De acuerdo. Supongo que no tiene nada que ver con el caso. Y también supongo que no debería meterme en lo que no me importa. Pero me gustaría saber por qué tienes la foto de una androide.
Paul revolvió su sopa cachazudo, llenó la cuchara, sopló el líquido, probó un poco con gesto apreciativo y después tragó el resto, mientras la rep esperaba con impaciencia a que acabara con la pantomima y siguiera hablando.
– Es Maitena.
Y se metió otra cucharada de sopa en la boca.
– ¿Y quién es Maitena?
Nuevo revolver y soplar y deglutir. ¿Se estaba riendo de ella o le costaba hablar del asunto?
– En realidad es una historia muy sencilla. Cuando yo era pequeño, mis padres desaparecieron. Entonces me adoptó la vecina. Maitena. Una rep de exploración.
– ¿Qué fue lo que pasó?
– Que se murió. ¿Qué querías que pasara? Le llegó su TTT.
– Digo con tus padres.
Paul alzó el cuenco y se puso a beber de él. Hacía ruido al sorber y de cuando en cuando se paraba a masticar el miso. Tardó muchísimo en tomárselo todo.
– Los metieron en la cárcel. Habían secuestrado a un tipo. Eran unos delincuentes. O lo son, porque creo que siguen vivos.
– ¿Tus padres son unos delincuentes?
– ¿Te extraña? Hay muchos en el mundo. Deberías saberlo. Forma parte de tu trabajo -comentó el hombre con sarcasmo.
Se limpió parsimoniosamente los labios con la servilleta y luego alzó por primera vez la cabeza desde que se había sentado en el sofá y la miró a los ojos.
– Yo tenía ocho años cuando me quedé solo. Maitena me crió. Murió cuando cumplí quince. Se puede decir que fue una infancia feliz. Gracias a ella. Ya te dije que no tengo nada contra los reps.
El hombre se levantó y tiró el cuenco desechable en el reciclador. Bruna le siguió con la vista sin atreverse a decir nada. Paul volvió y se sentó de nuevo. Su muslo rozaba la cadera de la rep.
– ¿Sabes de quién era el loft al que has ido esta mañana?