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Ah, sí, los ubicuos programas de afinidad electrónicos… La gente recurría todo el tiempo a los ordenadores para buscar empleados, carpinteros, amantes, amigos. Sí, quizá Yiannis tuviera razón, quizá se había visto metida en esta pesadilla por culpa de una maldita y ciega máquina. Siempre había una cuota de banalidad en toda tragedia.

– Es una buena hipótesis. ¿Ves? Lo haces muy bien. ¿Nos vamos al bar de Oli a celebrarlo?

Al levantarse, Bruna advirtió que había algo en el suelo, junto al banco. Lo movió con la punta del pie: se trataba de un letrero tridimensional sucio y desgarrado. «¡Arrepiéntete!-3 de febrero-Fin del Mundo», parpadeaban las letras, casi sin energía. Era una pancarta de los apocalípticos.

– Hoy es 3, ¿no?

– Sí.

Bruna miró alrededor. La espléndida mañana, el jardín tranquilo.

– Pues parece que tampoco hoy se acaba el mundo -dijo la rep.

– Se diría que no.

– Bueno. Es un alivio.

UNA PEQUEÑA NOTA

Como sin duda más de un lector ya habrá adivinado, la preciosa cita del comienzo de este libro, «Lo que hago es lo que me enseña lo que estoy buscando», no pertenece a Sulagnés, artista plástico del planeta Gnío, sino al pintor abstracto francés Pierre Soulages, autor, entre otras cosas, de una fascinante serie de cuadros enormes y completamente negros.

Rosa Montero
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