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Stephen King

La Cúpula

Título originaclass="underline" Under the Dome

En recuerdo de Surendra Dahyabhai Patel.

Te echamos de menos, amigo mío

Who you lookin for What was his name you can prob'ly find him at the football game it's a small town you know what I mean it's a small town, son and we all support the team
[¿A quién estás buscando? ¿Cómo se llamaba? Seguramente lo encontrarás en el partido de fútbol. Esta es una ciudad pequeña, ya sabes lo que quiero decir, esta es una ciudad pequeña, hijo, y todos apoyamos al equipo.]

JAMES McMURTRY

ALGUNOS (AUNQUE NO TODOS) DE LOS QUE ESTABAN EN CHESTER´S MILL EL DÍA DE LA CÚPULA:

FUNCIONARIOS MUNICIPALES

Andy Sanders, primer concejal

Jim Rennie, segundo concejal

Andrea Grinnell, tercera concejala

PERSONAL DEL SWEETBRIAR ROSE

Rose Twitchell, propietaria

Dale Barbara, cocinero

Anson Wheeler, lavaplatos

Angie McCain, camarera

Dodee Sanders, camarera

DEPARTAMENTO DE POLICÍA

Howard «Duke» Perkins, jefe de policía

Peter Randolph, ayudante del jefe de policía

Marty Arsenault, agente de policía

Freddy Denton, agente de policía

George Frederick, agente de policía

Rupert Libby, agente de policía

Toby Whelan, agente de policía

Jackie Wettington, agente de policía

Linda Everett, agente de policía

Stacey Moggin, agente de policía/secretaria

Junior Rennie, ayudante especial

Georgia Roux, ayudante especial

Frank DeLesseps, ayudante especial

Melvin Searles, ayudante especial

Carter Thibodeau, ayudante especial

SERVICIOS RELIGIOSOS

Reverendo Lester Coggins, Iglesia del Santo Cristo Redentor

Reverenda Piper Libby, Primera Iglesia Congregacional

PERSONAL MÉDICO

Ron Haskell, médico

Rusty Everett, auxiliar médico

Ginny Tomlinson, enfermera

Dougie Twitchell, enfermero

Gina Buffalino, enfermera voluntaria

Harriet Bigelow, enfermera voluntaria

NIÑOS DEL PUEBLO

Joe McClatchcy «el Espantapájaros»

Norrie Calvert

Benny Drake

Judy y Janelle Everett

Ollie y Rory Dinsmore

VECINOS DIGNOS DE SER MENCIONADOS

Tommy y Willow Anderson, propietarios/encargados del bar

de carretera Dipper's

Stewart y Fernald Bowie, propietarios/encargados de la Funeraria Bowie

Joe Boxer, dentista

Romeo Burpee, propietario/encargado de Almacenes Burpee's

Phil Bushey, chef de dudosa reputación

Samantha Bushey, su mujer

Jack Cale, gerente del supermercado

Ernie Calvert, gerente del supermercado (jubilado)

Johnny Carver, encargado de la tienda 24 horas

Alden Dinsmore, ganadero de vacuno lechero

Roger Killian, criador de pollos

Lissa Jamieson, bibliotecaria del pueblo

Claire McClatchey, madre de Joe «el Espantapájaros»

Alva Drake, madre de Benny

«Stubby» Norman, anticuario

Brenda Perkins, mujer del sheriff Perkins

Julia Shumway, propietaria/directora del periódico local

Tony Guay, reportero de deportes

Pete Freeman, fotógrafo de prensa

Sam Verdreaux «el Desharrapado», borracho del pueblo

FORASTEROS

Alice y Aidan Appleton, huérfanos de la Cúpula («Cupuérfanos»)

Thurston Marshall, hombre de letras con conocimientos médicos

Carolyn Sturges, estudiante de posgrado

PERROS DIGNOS DE SER MENCIONADOS

Horace, corgi de Julia Sumway

Clover, pastor alemán de Piper Libby

Audrey, golden retriever de los Everett

LA AVIONETA Y LA MARMOTA

1

A dos mil pies de altura, donde Claudette Sanders disfrutaba de su clase de vuelo, la pequeña localidad de Chester's Mills relucía bajo la luz de la mañana como algo recién hecho y servido. Los coches avanzaban lentamente a lo largo de Main Street entre destellos de sol. El campanario de la iglesia de la Congregación parecía lo bastante afilado para perforar el inmaculado cielo. El sol recorría la superficie del arroyo Prestile mientras el Seneca V lo sobrevolaba: avioneta y agua cruzando la ciudad a lo largo del mismo curso diagonal.

– ¡Chuck, me parece que veo a dos niños junto al Puente de la Paz! ¡Pescando! -Se sentía tan feliz que se rió.

Las clases de vuelo habían sido cortesía de su marido, que era primer concejal del pueblo. Pese a ser de la opinión de que si Dios hubiese querido que el hombre volara le habría dado alas, Andy era un hombre sumamente maleable, y al final Claudette se había salido con la suya. Había disfrutado de la experiencia desde el primer momento. Pero aquello no era mero disfrute; aquello era euforia. Ese día, por primera vez, había comprendido de verdad qué hacía que volar fuera algo tan extraordinario. Qué lo hacía tan genial.

Chuck Thompson, su instructor, movió la palanca con suavidad y después señaló el tablero de mandos.

– No lo dudo -dijo-, pero hay que volar cara arriba, Claudie, ¿vale?

– Perdón, perdón.

– No pasa nada. -Llevaba años enseñando a volar y le gustaban los alumnos como Claudie, esos que estaban ansiosos por aprender algo nuevo. A Andy Sanders eso podría costarle una fortuna dentro de poco; a su mujer le encantaba el Seneca y había expresado su deseo de tener uno igual que aquel pero nuevo. Un aparato como ese debía de costar alrededor de un millón de dólares. Aunque no era lo que se dice una consentida, no se podía negar que Claudie Sanders tenía unos gustos bastante caros que Andy, un hombre afortunado, parecía satisfacer sin problemas.

A Chuck también le gustaban los días como ese: visibilidad ilimitada, nada de viento, condiciones perfectas para una clase. Aun así, el Seneca se sacudió un poco cuando su alumna se pasó corrigiendo la posición.

– Cuidado, ten siempre en mente pensamientos alegres. Ponte a ciento veinte. Sigamos por la carretera 119. Y desciende hasta novecientos.

Eso hizo ella, dejando el Seneca una vez más en perfecto equilibrio. Chuck se relajó.

Pasaron por encima de Coches de Ocasión Jim Rennie y luego dejaron atrás el pueblo. A ambos lados de la 119 había campos y árboles llenos de color. La sombra cruciforme del Seneca aceleraba sobre el asfalto, un ala oscura rozó brevemente a una hormiga humana con una mochila a la espalda. La hormiga humana miró hacia arriba y saludó. Chuck le devolvió el saludo, aunque sabía que aquel tipo no podía verlo.

– ¡Joder, hace un día espléndido! -exclamó Claudie.

Chuck se rió.

Solo les quedaban cuarenta segundos de vida.

2

La marmota avanzaba bamboleándose por el arcén de la carretera 119, avanzaba en dirección a Chester's Mills, aunque el pueblo quedaba todavía a kilómetro y medio de distancia e incluso Coches de Ocasión Jim Rennie no era más que una serie de titilantes destellos de luz solar dispuestos en filas allí donde la carretera torcía hacia la izquierda. La marmota había planeado (en la medida en que pueda decirse que una marmota haya planeado nada) volver a internarse en la vegetación mucho antes de llegar tan lejos, pero por el momento el arcén le parecía bien. Se había alejado de su madriguera más de lo que había sido su primera intención, pero el sol le calentaba el lomo y los aromas que percibía su nariz eran frescos y formaban en su cerebro unas representaciones rudimentarias que no llegaban a ser imágenes.