Ethel miró por encima de su hombro y leyó:
PAZ: LA SÚPLICA DE UN SOLDADO
«¡No nos fallen ahora!»
Habla un conde herido
Ayer se pronunció un conmovedor discurso en la Cámara de los Lores contra la actual propuesta de conversaciones de paz realizada por parte del canciller alemán. El orador fue el conde Fitzherbert, oficial de los Fusileros Galeses, que se encuentra en Londres recuperándose de las heridas que sufrió en la batalla del Somme.
Lord Fitzherbert dijo que hablar de paz con los alemanes supondría una traición a todos los hombres que han sacrificado su vida en la guerra. «Creemos que estamos ganando y podemos alcanzar la victoria total si no nos fallan ahora», declaró.
Uniformado, con un parche en el ojo y apoyado en un bastón, el conde fue una presencia imponente en la cámara. Se le escuchó en absoluto silencio, y fue vitoreado cuando se sentó.
El artículo proseguía en la misma línea. Ethel se quedó horrorizada. No eran más que paparruchas, pero podían resultar eficaces. Fitz no solía llevar el parche; debía de habérselo puesto por puro efectismo. El discurso predispondría a mucha gente contra el plan de paz.
Tras desayunar con Billy, vistió a Lloyd, se arregló y salieron. Billy pasaría el día con Mildred, pero prometió asistir al mitin por la tarde.
Cuando Ethel llegó a la sede de The Soldier’s Wife, vio que todos los periódicos se hacían eco del discurso de Fitz. Varios lo habían elegido como tema del editorial. Lo presentaban desde diferentes puntos de vista, pero convenían en que había asestado un potente golpe.
– ¿Cómo puede nadie estar en contra de una mera discusión sobre la paz? – le preguntó a Maud.
– Vas a poder preguntárselo directamente a él – contestó Maud -. Lo he invitado al mitin de esta noche, y ha aceptado.
Ethel se quedó perpleja.
– ¡Tendrá un cálido recibimiento!
– Eso espero.
Las dos mujeres pasaron el día trabajando en una edición especial del periódico, en cuya portada aparecería el titular: LEVE PELIGRO DE PAZ. A Maud le gustaba la ironía, pero Ethel consideraba que era demasiado sutil. A última hora de la tarde Ethel recogió a Lloyd, que estaba con la niñera, lo llevó a casa, le dio la cena y lo acostó. Lo dejó al cuidado de Mildred, que no tenía por costumbre asistir a mítines políticos.
El Calvary Gospel Hall empezaba a llenarse cuando Ethel llegó, y pronto todos los asientos quedaron ocupados. Entre los asistentes había numerosos soldados y marineros uniformados. Bernie presidía el mitin. Lo inauguró con un discurso propio que consiguió ser tedioso, aunque también breve; no era buen orador. A continuación cedió la palabra al primer ponente, un filósofo de la Universidad de Oxford.
Ethel conocía los argumentos a favor de la paz mejor que el filósofo, y mientras él hablaba escrutó a los dos hombres que la cortejaban y que en ese momento compartían la tarima. Fitz era el producto de centenares de años de riqueza y cultura. Como siempre, iba vestido con elegancia, con el cabello corto, las manos blancas y las uñas limpias. Bernie procedía de una tribu de nómadas perseguidos que sobrevivían siendo más astutos que aquellos que los atormentaban. Llevaba el único traje que tenía, el terno gris de tela gruesa. Ethel nunca lo había visto con otra ropa: cuando hacía calor, sencillamente se quitaba la chaqueta.
El público escuchaba en silencio. El movimiento laborista estaba dividido en lo referente a la paz. Ramsay MacDonald, que se había pronunciado contra la guerra en el Parlamento el 3 de agosto de 1914, había renunciado como líder del Partido Laborista cuando, dos días después, se declaró la guerra, y desde entonces el parlamentario había respaldado la guerra, como la mayoría de sus votantes. Pero los partidarios laboristas solían ser los más escépticos de la clase obrera, y había una fuerte minoría a favor de la paz.
Fitz empezó hablando de las orgullosas tradiciones británicas. Durante siglos habían mantenido el equilibrio de poder en Europa, por lo general poniéndose de parte de países más débiles para asegurarse de que ninguno fuera predominante.
– El canciller alemán no ha dicho nada de los términos de un acuerdo de paz, pero cualquier discusión debería partir del statu quo – afirmó -. Ahora, la paz implica que Francia sea humillada y se le arrebaten territorios, y que Bélgica se convierta en un satélite. Alemania dominaría el continente gracias a su fuerza militar. No podemos permitir que eso ocurra. Tenemos que luchar por la victoria.
Cuando se abrió el debate, Bernie dijo:
– El conde Fitzherbert ha venido exclusivamente a título personal, no como oficial del ejército, y me ha dado su palabra de honor de que los soldados en servicio aquí presentes no serán sancionados por nada de lo que digan. De hecho, no habríamos invitado al conde a asistir al mitin en ninguna otra calidad.
Fue también Bernie quien planteó la primera cuestión. Y, como de costumbre, fue un buen planteamiento.
– Según su análisis, lord Fitzherbert, si Francia es humillada y pierde territorio, eso desestabilizar Europa. – Fitz asintió -. Mientras que si Alemania pierde los territorios de Alsacia y Lorena, como sin duda ocurrirá, eso estabilizará Europa.
Ethel advirtió que Fitz se quedaba sin palabras. Estaba claro que no contaba con tener que bregar con una oposición tan aguda en el East End. Intelectualmente, no podía competir con Bernie. Ethel lo compadeció un poco.
– ¿Por qué esa diferencia? – concluyó Bernie, y se oyó un murmullo de aprobación entre la facción del público partidaria de la paz.
Fitz se recompuso rápidamente.
– La diferencia – dijo – es que Alemania es el agresor, brutal, militarista y cruel, y que si firmamos la paz ahora estaremos recompensando su actitud, ¡y alentándola en el futuro!
La respuesta arrancó vítores en la otra sección del público, y Fitz salvó las apariencias, pero Ethel pensó que era un argumento débil, y Maud se puso en pie para verbalizarlo.
– ¡El estallido de la guerra no fue culpa de un solo país! – exclamó -. Culpar a Alemania se ha convertido ya en la opinión generalizada, y nuestros periódicos militaristas fomentan este cuento de hadas. Recordamos la invasión alemana de Bélgica y hablamos como si no hubiese habido ninguna provocación. Hemos olvidado la movilización de seis millones de soldados rusos en la frontera alemana. Hemos olvidado la negativa de Francia a declarar la neutralidad. – Varios hombres la abuchearon. Nadie recibe nunca vítores por decirle a la gente que la situación no es tan sencilla como cree, reflexionó Ethel con ironía -. ¡Yo no digo que Alemania sea inocente! – protestó Maud -. Digo que ningún país lo es. Digo que no estamos luchando por la estabilidad de Europa, o por la justicia para los belgas, o para castigar el militarismo alemán. ¡Estamos luchando porque somos demasiado orgullosos para admitir que cometimos un error!
Un soldado uniformado se puso en pie para intervenir, y Ethel se enorgulleció al ver que se trataba de Billy.
– Yo combatí en el Somme – empezó a decir Billy, y el público guardó silencio -. Quiero explicaros por qué perdimos a tantos hombres allí. – Ethel oía la fuerte voz y la serena convicción de su padre, y cayó en la cuenta de que Billy habría sido un gran predicador -. Nuestros oficiales nos dijeron… – y en este punto alargó una mano y señaló con un dedo acusador a Fitz – que el asalto sería como un paseo por el parque.
Ethel vio cómo Fitz se removía incómodo en la silla.
Billy prosiguió:
– Nos dijeron que nuestra artillería había destruido posiciones enemigas, destrozado sus trincheras y demolido sus refugios subterráneos, y que cuando llegáramos al otro lado no veríamos sino alemanes muertos.