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– Tenemos que hablar de Chadbourne.

– No. Hoy no.

Eve se alejó.

Era dura, diablos. Y excepcional.

Le observó subir los escalones de la casa. La luz le hacía brillar el pelo rojizo y delineaba su cuerpo esbelto y fuerte.

Fuerte, pero vulnerable. Ese cuerpo podía verse lastimado, roto y destruido.

Y él podía ser el responsable de que eso sucediera.

Tal vez la idea de intentar reconectarse con ella no hubiera sido buena. Se había ido fuerte e independiente como siempre y ahora, el que se sentía inseguro era él.

Y sí, quizás hasta también un poco vulnerable.

– Estuve pensando, Lisa -le murmuró Kevin al oído-. Tal vez debiéramos… ¿Qué te parece…, un bebé?

¡Ay, por el amor de Dios!

– ¿Un bebé?

Kevin se apoyo sobre un codo y la miró.

– Un bebé le gustaría a todo el mundo y se volverían todos locos. Si empezamos ahora, nacería justo después del comienzo de mi próximo mandato. -Vaciló. -Y… A mí me gustaría mucho.

Lisa le acarició la mejilla.

– ¿Y crees que a mí no? -preguntó con suavidad-. Nada me daría más alegría. Siempre quise un hijo. Pero no es posible.

– ¿Por qué? Dijiste que Chadbourne no podía tener hijos, pero ahora eso ya no es un problema.

– Tengo cuarenta y cinco años, Kevin.

– Pero existen tantas drogas para la fertilidad…

Por un instante, se sintió tentada. Había dicho la verdad: siempre había deseado un hijo. Muchas veces Ben y ella habían tratado de concebir. Recordaba las bromas de él en cuanto a que los niños eran una ventaja para cualquier político, pero ella en ese momento no pensaba en ventajas. Quería un hijo que le perteneciera, alguien que fuera completamente suyo.

Tenía que olvidarlo. Era imposible. Las lágrimas que le humedecieron los ojos no fueron solamente para impresionar a Kevin.

– No hables de eso. Me duele pensar que no podemos hacerlo.

– ¿Por qué?

– Sería demasiado difícil. A mi edad se pueden tener toda clase de problemas. ¿Y si el médico decidiera que tengo que hacer reposo absoluto durante los últimos meses del embarazo? Es algo que suele suceder y no podría viajar contigo durante la campaña, lo que podría resultar peligroso.

– Pero eres tan fuerte y saludable, Lisa.

Tenía que haber estado pensando mucho en el tema, para mostrarse tan insistente.

– Es un riesgo que no deberíamos correr. -Oprimió el botón que sabía que lo haría detenerse en seco. -En ese caso tendríamos que abandonar los planes para otro mandato, por supuesto. Pero eres tan buen presidente, todos te admiran y te respetan. ¿Quieres renunciar a todo eso?

El no respondió por unos instantes.

– ¿De verdad crees que sería algo tan arriesgado?

Ya estaba abandonando la idea, como ella había supuesto. De ninguna manera volvería al anonimato después de haberse acostumbrado a tanto poder y respeto.

– Ahora es un mal momento. No digo que no podamos volver a considerar la idea más adelante. -Le acarició el labio inferior con el dedo índice. -¿Pero sabes cómo me emociona que pienses tanto en mí? Nada me gustaría más que…

Sonó el teléfono de la mesa de luz y Lisa extendió el brazo para responder.

– El cadáver llegó a Bethesda -anunció Timwick.

El cadáver. Frío. Impersonal. Así tenía que verlo ella también. Así.

– Excelente.

– ¿Lograste ponerte en contacto con Maren?

– Está en algún punto del desierto. Tendré que volver a intentarlo.

– No tenemos demasiado tiempo.

– Dije que me encargaré del tema.

– Los medios están acechando el hospital. ¿Ponemos las cosas en movimiento?

– No, dejemos que tejan conjeturas y arrojémosles la historia mañana por la mañana. Quiero que estén lo suficientemente hambrientos como para abalanzarse sobre cualquier migaja de información. -Cortó la comunicación.

– ¿Era Timwick? -preguntó Kevin.

Lisa asintió distraídamente. Seguía pensando en Bethesda.

– No me cae bien ese crápula. ¿Nos es necesario, todavía?

– Vamos, ¿dónde está esa gratitud? -le dijo ella en tono jocoso-. Si fue él el que te descubrió.

– Siempre me trata como si fuera un idiota.

– ¿En público?

Kevin negó con la cabeza.

– Bueno, no tendrás que tenerlo cerca. Estuve pensando que deberías darle un puesto de embajador. Tal vez en Zaire. Después de todo, eres el presidente.

El rió, encantado.

– Zaire.

Lisa se levantó y se puso la bata.

– O en Moscú. Dicen que vivir en Moscú es sumamente incómodo.

– Pero le prometiste la vicepresidencia en el próximo mandato. Tendremos que nombrarlo mi compañero de fórmula en la próxima convención. -Hizo una mueca. -No creo que vaya a renunciar a eso.

No. La vicepresidencia había sido la única zanahoria que había atraído a Timwick al plan. Se había decepcionado mucho cuando Ben no le dio un puesto en el gabinete. Lisa nunca había visto un nombre tan ambicioso. Una persona tan hambrienta de poder podía ser un problema para ella más adelante, pero ahora no tenía tiempo de preocuparse por Timwick.

– Tal vez encontremos la forma de cambiar las cosas.

– Sería mejor dejar a Chet Mobry de vicepresidente. No nos dio nada de trabajo.

– Podría habernos causado grandes problemas si no lo hubiéramos mantenido siempre de gira en misiones de buena voluntad. Nunca estaba de acuerdo con nuestras decisiones. Podríamos hacer lo mismo con Timwick.

– Sí… Puede ser, pero… ¿Dónde vas?

– Tengo que encargarme de unos asuntos. Vete a dormir.

– ¿Para eso te llamó Timwick? -Kevin frunció el entrecejo. -Nunca me dices lo que haces.

– Porque sólo son detalles aburridos y nada importantes. Tú te encargas de las cosas de peso, yo de las nimiedades.

La expresión de él se suavizó.

– ¿Volverás no bien termines?

Lisa asintió.

– Voy a la habitación de al lado a echar un vistazo a un expediente. Quiero estar preparada para tu reunión con Tony Blair.

Kevin se recostó sobre las almohadas.

– Después de los japoneses, va a ser juego de niños.

Se estaba volviendo arrogante. Pero era mejor eso que el temor que había mostrado al ocupar por primera vez el lugar de Ben.

– Ya veremos. -Le arrojó un beso. -Duerme, te despertaré cuando vuelva.

Cerró la puerta y se dirigió al escritorio. Le llevó diez minutos ubicar a Scott Maren y otros cinco explicarle la urgencia de la situación.

– Por Dios, Lisa, no es tan fácil. ¿Qué excusa puedo dar para abreviar mi estada aquí de forma tan repentina?

– Eres astuto, algo se te ocurrirá. -Bajó la voz y añadió. -Te necesito, Scott.

Silencio.

– Todo saldrá bien. Resiste, Lisa. Llamaré al hospital y les diré que pospongan la autopsia. Iré hacia allí cuanto antes.

Lisa cortó. Cielos, qué afortunada era de tener a Scott. Iba a ser vital para controlar los daños.

Encendió la computadora, ingresó su contraseña y abrió la carpeta sobre Eve Duncan. Todo avanzaba sin problemas hacia la resolución de la situación, pero igual ella se sentía inquieta.

La imagen de Eve Duncan en la pantalla le devolvió la mirada. Rizos desordenados, apenas un toque de maquillaje, grandes ojos castaños detrás de anteojos redondos con marco de metal. Era una cara con mucho carácter, más que suficiente para hacerla parecer fascinante en lugar de solamente atractiva. Pero la mujer no conocía las reglas básicas del poder, no utilizaba sus puntos a favor. Lisa recordó cómo era ella misma durante sus primeros años de universidad, cuando creyó que con cerebro y decisión alcanzaba para lograrlo todo. Caray, qué lejos parecían haber quedado aquellos días. Seguro que había tenido la misma intensidad que veía en la cara de Eve. No le había llevado mucho tiempo darse cuenta de que la intensidad asustaba a la gente. Era mejor ocultar las pasiones detrás de una sonrisa dulce.