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– No sea ridículo. Tal vez trabaje hasta después de la medianoche.

– Entonces la veré después de la medianoche. -Ya no derrochaba encanto, sino que se mostraba distante, duro y completamente decidido.

Eve abrió la puerta.

– Váyase.

– Después de que hable conmigo. Sería mucho más fácil para usted dejar que hiciéramos las cosas a mi manera.

– No me gusta lo fácil. -Eve cerró la puerta y encendió la luz. No le gustaban las cosas fáciles ni le gustaba que le dieran órdenes hombres que se creían dueños del mundo. Sí, de acuerdo, estaba reaccionando en forma algo exagerada. Por lo general, no permitía que nadie le hiciera perder la calma y él no había hecho nada malo, salvo invadir su espacio.

Qué diablos, su espacio era algo muy importante para ella. Que el canalla se quedara allí afuera toda la noche.

Abrió la puerta a las once y treinta y cinco.

– Pase -dijo con aspereza-. No quiero que esté ahí afuera cuando vuelva mi madre. Podría asustarla. Le doy diez minutos.

– Gracias -respondió él en voz baja-. Le agradezco su consideración.

Eve no detectó sarcasmo ni ironía en la voz, lo que no significaba que no estuvieran allí.

– Lo atiendo nada más que por necesidad. Esperaba que se diera por vencido mucho antes.

– No me doy por vencido cuando necesito algo. Pero me sorprende que no haya llamado a sus amigos del Departamento de Policía para que me echaran.

– Usted es un hombre poderoso. Sin duda tiene contactos. No quería ponerlos en situación incómoda.

– Nunca culpo al mensajero. -Paseó la mirada por el laboratorio. -Tiene mucho espacio aquí. De afuera parece más pequeño.

– Antes de ser garaje era una casa utilizada para carruajes. Esta parte de la ciudad es bastante antigua.

– No es lo que me esperaba -dijo al observar el sofá tapizado en tonos de beige y ladrillo, las plantas en la ventana y las fotografías enmarcadas de su madre y Bonnie en los estantes del otro lado de la habitación-. Es… cálido.

– Odio los laboratorios fríos y estériles. No hay motivo para que no pueda haber tanto confort como eficiencia. -Se sentó frente al escritorio. -Y bien… Hable.

– ¿Qué es eso? -Se dirigió hacia un rincón. -¿Dos cámaras de vídeo?

– Son necesarias para la superposición.

– ¿Qué es eso? Es interesante. -Su atención se había fijado en el cráneo de Mandy. -Esto parece sacado de una de esas películas de vudú, con todas esas agujas clavadas.

– Lo estoy marcando para indicar los diferentes grosores de piel.

– ¿Es necesario hacerlo antes de…?

– Hable.

Logan volvió y se sentó junto al escritorio.

– Me gustaría contratarla para que identificara un cráneo.

Eve negó con la cabeza.

– Soy buena en esto, pero la única forma segura de identificación son los registros dentales y el ADN.

– Ambas cosas requieren elementos con qué compararlos. No puedo tomar esa ruta hasta estar casi completamente seguro.

– ¿Por qué?

– Causaría dificultades.

– ¿Se trata de un chico?

– No, de un hombre.

– ¿Y no tiene idea de quién es?

– Tengo una vaga idea.

– ¿Pero no me lo va a decir?

Logan negó con la cabeza.

– ¿Tiene fotografías?

– Sí, pero no se las voy a mostrar. Quiero que empiece de cero y no que construya la cara que cree que está allí.

– ¿Dónde se encontraron los huesos?

– En Maryland, creo.

– ¿No lo sabe?

– Todavía no. -Sonrió. -Todavía no han sido hallados.

– ¿Entonces qué está haciendo aquí?

– La necesito allí, en el lugar. Conmigo. Tendré que moverme con rapidez cuando encuentren el esqueleto.

– ¿Y yo tengo que interrumpir mi trabajo e ir con usted a Maryland por si acaso alguien encuentra ese esqueleto?

– Sí – respondió él con tranquilidad.

– Qué disparate.

– Quinientos mil dólares por dos semanas de trabajo.

– ¿Qué?

– Como dijo antes, su trabajo es valioso. Tengo entendido que esta casa es alquilada. Podría comprarla y le sobraría dinero. Sólo tiene que darme dos semanas.

– ¿Cómo sabe que alquilo la casa?

– Hay otra gente que no es tan fiel como sus amigos del Departamento de Policía. -La miró a la cara. -No le gusta que hagan expedientes sobre usted.

– Claro que no.

– No la culpo, a mí tampoco me gustaría.

– Pero lo hizo de todos modos.

Logan repitió las palabras que ella había utilizado con él.

– Lo hice por necesidad. Tenía que saber con quién estaba tratando.

– Entonces malgastó su esfuerzo. Porque no va a tratar conmigo.

– ¿El dinero no la atrae?

– ¿Cree que soy loca? Claro que me atrae. Crecí en la más absoluta pobreza. Pero mi vida no gira alrededor del dinero. Últimamente puedo darme el lujo de elegir los trabajos que quiero hacer y no quiero hacer el suyo.

– ¿Por qué?

– Porque no me interesa.

– ¿Y porque no se trata de una criatura?

– En parte.

– Hay otras víctimas aparte de los chicos.

– Pero ninguna tan indefensa. -Hizo una pausa. -¿Su hombre es una víctima?

– Puede ser.

– ¿De asesinato?

El vaciló un instante y luego respondió:

– Es probable.

– ¿Y usted se sienta aquí y me pide que lo acompañe al lugar de un asesinato? ¿Qué le hace creer que no voy a llamar a la policía para decirles que John Logan está involucrado en un asesinato?

El sonrió apenas.

– Yo lo negaría, por supuesto. Les diría que quería que usted examinara los restos de ese criminal de guerra nazi que apareció enterrado en Bolivia. -Dejó que transcurrieran unos instantes. -Y luego utilizaría todos mis contactos para que sus amigos del Departamento de Policía de Atlanta quedaran como unos tontos o hasta como unos delincuentes.

– Hace un momento usted dijo que nunca culpaba al mensajero.

– Pero eso fue antes de darme cuenta de cuánto le molestaría a usted. Es evidente que la lealtad es recíproca. Uno utiliza todas las armas que tiene a mano.

Sí, él sería capaz de hacer algo así, se dijo Eve. Se había dado cuenta de que mientras hablaban, él no dejaba de observarla y de sopesar cada presunta y cada respuesta.

– Pero no quiero hacerlo -le aseguró Logan-. Estoy tratando es ser lo más sincero posible con usted. Podría haber mentido.

– La omisión también es una mentira y usted no me está diciendo prácticamente nada. -Eve lo miró a los ojos. -No confío en usted, señor Logan. ¿Cree que es la primera vez que alguien como usted me ha venido a pedir que verifique un esqueleto? El año pasado me hizo una visita un tal señor Damaro. Me ofreció un montón de dinero para ir a Florida a esculpir una cara sobre un cráneo que por casualidad tenía en su posesión. Dijo que se lo había mandado un amigo desde Nueva Guinea. Se suponía que era un hallazgo antropológico. Llamé al Departamento de Policía de Atlanta y resultó que el señor Damaro era realmente Juan Camez, un traficante de drogas de Miami. Su hermano había desaparecido hacía dos años y se sospechaba que una organización rival lo había matado. Le enviaron el cráneo a Camez como advertencia.

– Qué tierno. Supongo que los traficantes de drogas deben de tener sentimientos de cariño hacia sus familiares, también.

– No me parece gracioso. Dígaselo a los chicos a los que vuelven adictos a la heroína.

– No lo discuto. Pero le aseguro que no tengo conexión alguna con el crimen organizado. -Hizo una mueca. -Bueno, he hecho un par de apuestas ilegales en mi vida.