– Eso no es lo que me tiene preocupada esta mañana, mamá. Tengo otras cosas de que ocuparme aquí, en el despacho. Además, Phil necesita estar con sus hijos y es bueno que pase tiempo a solas con ellos.
Aunque no tenía intención alguna de confesárselo, hacía un año que ese asunto también le molestaba a ella. Había coincidido con los hijos de Phil en varias ocasiones pero él nunca la incluía en los fines de semana o las vacaciones que pasaban juntos. Phil le decía exactamente lo que ella acababa de decirle a su madre. Que necesitaba pasar tiempo a solas con sus hijos, que eso era sagrado. Como ir al gimnasio cinco noches por semana, lo que excluía la posibilidad de verse si no era durante los fines de semana. Después de cuatro años de relación, a Sarah le habría gustado que Phil la hubiera invitado a pasar las vacaciones con él, pero eso no formaba parte del trato. Ella era estrictamente su novia de fin de semana. No le resultaba fácil aceptar el hecho de que llevara tanto tiempo aguantando esa situación. En cuatro años nada había cambiado. Aunque no fuera su intención casarse, a Sarah le habría gustado que en esos cuatro años Phil hubiera suavizado un poco sus rígidas normas.
– Creo que te estás engañando, Sarah. Phil es un vago.
– No, no lo es. Es un abogado muy reconocido -repuso, sintiendo que volvía a tener doce años. Audrey siempre conseguía hacerla sentir acorralada.
– No me refiero a su profesión, sino a su relación contigo, o a la ausencia de relación. ¿Hacia dónde crees que va esto después de cuatro años?
Sarah nunca había esperado que su relación fuera a ningún lugar, salvo, quizá, a verse uno o dos días más por semana. Así y todo, siempre la incomodaba que su madre sacara el tema. Le hacía sentir que estaba haciendo algo mal.
– Por el momento no queremos nada más, mamá. ¿Por qué no te relajas un poco? En estos momentos no tengo tiempo para pensar en otra cosa. Estoy muy concentrada en mi profesión.
– A tu edad, yo ya tenía una profesión y una hija -replicó Audrey con suficiencia.
Sarah se reprimió las ganas de recordarle que su marido sí había sido un vago en todos los sentidos. Un cero a la izquierda como esposo y como padre, incapaz incluso de conservar un trabajo. Pero calló, como siempre hacía. No quería pelearse con su madre, y ese día menos que nunca.
– Ahora mismo no quiero hijos, mamá. -Y quizá nunca los quisiera. Tampoco un marido, si existía la más mínima probabilidad de que acabara siendo como su padre-. Estoy feliz así.
– ¿Cuándo piensas cambiar de apartamento? Por Dios, Sarah, vives en una choza. Es hora de que te mudes a un lugar decente y tires todas esas porquerías que arrastras desde la universidad. Necesitas un apartamento como Dios manda, propio de una persona adulta.
– Soy una persona adulta y me gusta mi apartamento -dijo Sarah con la mandíbula apretada. Acababa de enterrar a su amigo y cliente favorito, Phil la había decepcionado y lo último que necesitaba era que su madre la pinchara con el tema de su apartamento y su novio-. Tengo que trabajar. Nos veremos el día de Acción de Gracias.
– No puedes pasarte la vida huyendo de la realidad, Sarah. Has de enfrentarte a tus problemas. Si no lo haces, malgastarás tus mejores años con Phil o con hombres como él.
Audrey tenía más razón de la que Sarah estaba dispuesta a reconocer. Quería más de Phil, pero no estaba segura de que, en el caso de pedírselo, las cosas fueran a cambiar. A lo mejor decidía dejarla, y entonces no tendría a nadie con quien pasar los fines de semana. La idea de quedarse sola no la atraía lo más mínimo, y no quería sustituir a Phil por clubes de lectura, como su madre. Era un problema al que Sarah tenía que enfrentarse, pero no se sentía preparada para hacerlo en esos momentos.
Y lo último que necesitaba era tener a su madre encima. Eso solo conseguía que la situación le pareciera aún más terrible.
– Gracias por tu interés, mamá, pero ahora he de colgar. Tengo mucho trabajo. -Sarah cayó en la cuenta de que hablaba como Phil. Evitaba el problema. Uno de sus juegos favoritos.
Y lo negaba. Ella llevaba años practicando eso último.
Estaba nerviosa cuando colgó. Le costaba apartar de su mente las preguntas y las críticas mordaces de su madre. Audrey siempre intentaba despojarla de sus defensas y dejarla completamente desnuda para examinarle hasta el último poro. Su escrutinio era intolerable y los juicios sobre su vida la hacían sentirse aún peor lo que ya se sentía. Temía el día de Acción de Gracias. Ojalá pudiera irse a Tahoe con Phil. Al menos estaría su abuela para animar la velada. Siempre lo hacía. Y probablemente invitaría a uno de sus novios, siempre hombres agradables. Mimi tenía un don especial para atraer a los hombres agradables allí donde iba.
Al rato recibió una llamada de su abuela para confirmar la invitación de Acción de Gracias que ya había recibido a través de su madre. La conversación con Mimi fue animada, cariñosa y breve. Su abuela era una joya. Después de eso Sarah ató los últimos cabos sueltos relacionados con el patrimonio de Stanley, elaboró una lista de preguntas para la agente inmobiliaria y comprobó que las cartas para los herederos hubieran salido ya. Hecho esto, se puso a trabajar para otros clientes. Sin apenas darse cuenta el día se había convertido en otra jornada de trece horas. Eran cerca de las diez cuando llegó a casa y medianoche cuando Phil la llamó por teléfono. Sonaba cansado y dijo que estaba a punto de meterse en la cama. Había regresado del gimnasio nada menos que a las once y media. A Sarah se le hacía extraño que Phil viviera a unas manzanas de su casa y, sin embargo, cinco días a la semana actuara como si residiera en otra ciudad. Le resultaba difícil no sentirse todo lo unida a él que querría, sobre todo cuando había otras cosas inestables en su vida. A veces le costaba comprender por qué el simple hecho de verse algún día entre semana representaba tanto problema. Después de cuatro años, Sarah no creía que fuera mucho pedir.
Charlaron durante cinco minutos, hablaron de lo que harían ese fin de semana y a los diez minutos de haber colgado Sarah concilio un sueño agitado, sola en la cama que no había hecho en toda la semana.
Tuvo pesadillas relacionadas con su madre y se despertó dos veces durante la noche llorando. Cuando, al día siguiente, se levantó con la cabeza y el estómago doloridos, se dijo que era por Stanley. Nada que una taza de café, dos aspirinas y un duro día de trabajo en el despacho no pudieran curar. Siempre lo hacían.
4
El viernes por la noche Sarah se sentía como si un tanque le hubiera pasado por encima. La había telefoneado uno de los herederos de Stanley, pero del resto aún no sabía nada. El lunes tenía una cita con la agente inmobiliaria. Estaba impaciente por ver la casa. Durante años había sido un misterio para ella. Jamás había asomado la cabeza a las demás plantas y estaba desando que llegara el lunes para recorrerlas.
Mimi le había dicho, durante su conversación por teléfono, que podía invitar a quien quisiera a la comida de Acción de Gracias. Los amigos de Sarah siempre eran bienvenidos en casa de su abuela. Aunque no mencionó concretamente a Phil, Sarah sabía que la invitación también lo incluía a él. A diferencia de Audrey, Mimi nunca hurgaba, criticaba o hacía preguntas que pudieran incomodarla. La relación de Sarah con su abuela siempre había sido fluida, tolerante y cálida. Era una persona adorable y Sarah no conocía a nadie que no la quisiera, hombre, mujer o niño. Le costaba creer que ese ser humano afable y feliz hubiera traído al mundo una criatura tan áspera. Cierto que a Audrey no le había ido tan bien en la vida ni en el matrimonio como a Mimi, y que los errores cometidos habían hecho mella en ella. Mimi había disfrutado de una larga y feliz vida marital, y el hombre con quien se había casado y con quien había compartido más de cincuenta años había sido una joya. Nada que ver con el padre de Sarah, que había resultado ser un auténtico desastre. Audrey se había convertido desde entonces en una mujer amarga, crítica y suspicaz. Sarah detestaba todo eso, pero no se lo reprochaba. El padre de Sarah, con su galopante alcoholismo y su incapacidad para interesarse por los demás o por sí mismo, no solo la había marcado a ella, sino también a su madre.