Sarah siempre estaba buscando formas de pasar más tiempo juntos y él estrategias para mantener las cosas como estaban.
Por el momento ganaba Phil. O puede que últimamente estuviera perdiendo. Sarah estaba empezando a sentir que no era lo bastante importante para él. Aunque odiaba reconocerlo, probablemente su madre tenía razón. Necesitaba más de lo que Phil estaba dispuesto a darle. No se refería al matrimonio, puesto que eso tampoco figuraba en sus planes, pero sí algunas noches entre semana y unas vacaciones de vez en cuando. Sarah sentía que desde la muerte de Stanley había empezado a reevaluar su vida y lo que deseaba de ella. Se daba cuenta de que no quería terminar como Stanley, con dinero y logros profesionales como única compañía. Quería algo más. Y no parecía que Phil fuera ese algo más o deseara serlo. De repente se estaba planteando las cosas desde un nuevo ángulo. Probablemente Stanley tenía razón cuando le advertía que trabajaba demasiado y no sabía disfrutar de la vida.
– ¿Te importa que esta noche encarguemos comida por teléfono? -preguntó Phil, desperezándose con cara de felicidad-. Estoy tan a gusto en este sofá que no creo que pueda levantarme -añadió, felizmente ajeno a los disgustos que Sarah había tenido durante la semana.
– No, en absoluto. -Sarah tenía todas las cartas de los lugares en los que solían encargar comida india, china, tailandesa, japonesa e italiana. Las posibilidades eran infinitas. Vivía, básicamente, de comida preparada. No tenía tiempo ni paciencia para cocinar, y sus aptitudes culinarias eran bastante limitadas, algo que ella reconocía abiertamente-. ¿Qué te apetece esta noche? -preguntó, pensando que, en realidad, se alegraba de ver a Phil. Le gustaba tenerlo en casa. Pese a sus defectos y limitaciones, peor era la soledad. Su proximidad física pareció disipar algunas de las dudas que la habían asaltado durante la semana. Le gustaba estar con Phil, de ahí que deseara verlo más a incluido.
No lo sé… ¿Comida tailandesa?… ¿Sushi?… Estoy harto de pizza. Llevo toda la semana comiendo pizza en la oficina… ¿Qué me dices de comida mexicana? Dos burritos de ternera y un poco de guacamole me sentarían de miedo. ¿Te parece bien? -A Phil le encantaba la comida picante.
– Me parece genial -respondió Sarah con una sonrisa. Le gustaban sus noches perezosas de los viernes, cenar en el suelo, ver la tele y relajarse después de una larga semana. Casi siempre cenaban en casa de Sarah, y alguna que otra vez dormían en casa de Phil. Él prefería su cama, pero no le importaba dormir en la de Sarah los fines de semana. Lo bueno de dormir en casa de ella era que al día siguiente podía marcharse cuando quería para hacer sus cosas.
Sarah encargó por teléfono lo que él había pedido junto con enchiladas de pollo y queso para ella y doble ración de guacamole, y se sentó en el sofá. Phil la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí. Estaban viendo un documental sobre enfermedades en África que en el fondo les traía sin cuidado, pero les daba algo que mirar mientras sosegaban sus agotadas mentes después de una semana frenética. Como esos caballos que necesitaban calmarse después de una larga carrera.
– ¿Qué quieres hacer mañana? -preguntó Sarah-. ¿Tienen partido tus hijos?
– No. Este fin de semana he sido eximido de mis obligaciones paternas. -Su hijo se había marchado a UCLA en agosto, para su primer año de universidad, y los fines de semana sus hijas salían con las amigas. Ahora que su hijo no estaba, Phil tenía que asistir a menos partidos. Sus hijas estaban más interesadas en los chicos que en el deporte, y eso le facilitaba la vida. La mayor era excelente al tenis y le gustaba jugar con ella. Pero, a sus quince años, sus padres eran las últimas personas con las que quería pasar el fin de semana, de modo que Phil quedaba libre. Y la menor no era deportista. Parecía que Phil solo se relacionaba con sus hijos a través del deporte-. ¿Te apetecería hacer algo? -preguntó despreocupadamente.
– No sé. Podríamos ir al cine. Hay una excelente exposición de fotografías en el MoMA. Podríamos ir a verla, si quieres. -Sarah llevaba semanas deseando ir, pero todavía no había encontrado el momento. Esperaba poder verla antes de que la retiraran.
– Mañana tengo un montón de recados que hacer -recordó de repente Phil-. He de comprar neumáticos nuevos, lavar el coche, recoger la ropa de la tintorería, poner una lavadora. En fin, las chorradas de siempre.
Sarah sabía lo que eso significaba. Phil se marcharía temprano por la mañana y regresaría a tiempo para la cena. Era una estrategia que utilizaba a menudo: primero le decía que no tenía nada que hacer y luego no paraba en todo el día, ocupado en cosas que decía que no quería que ella se molestara en hacer con él. Prefería hacerlas solo. Decía que era más rápido, y que no tenía sentido que ella malgastara su tiempo así. Sarah habría preferido hacer esas cosas con Phil. Se sentía más conectada con él, justamente lo que Phil quería evitar. El exceso de conexión le incomodaba.
– ¿Por qué no pasamos el día juntos? Podrías lavar tu ropa aquí el domingo -propuso Sarah. Su edificio tenía una sala con lavadoras. No eran mejores ni peores que las del edificio de Phil, y mientras la ropa se lavaba podían ver una película juntos, o un vídeo. Si quería, hasta podía ponerle ella la lavadora. A veces le gustaba hacer pequeñas tareas domésticas para Phil.
– No digas tonterías. La lavaré en mi casa. O podría comprar más ropa interior. -Phil solía recurrir a ese truco cuando estaba demasiado ocupado o le daba pereza poner una lavadora. La mayoría de los solteros lo hacían. Y cuando no tenía tiempo de pasar por la tintorería para recoger sus camisas, compraba otras nuevas. Como consecuencia de ello, tenía ropa interior para dar y regalar y un armario repleto de camisas. Le gustaba así-. Compraré los neumáticos por la mañana. Quiero hacerlo en Oakland. ¿Por qué no vas al museo mientras yo hago mis recados? La verdad es que la fotografía no me entusiasma. -Tampoco pasar los sábados con ella. Phil prefería hacer sus cosas a su aire y regresar junto a ella por la noche.
– Preferiría pasar el día contigo -repuso Sarah con firmeza, sintiéndose patética, cuando llamaron al timbre. Era la cena. No quería discutir con él acerca de sus recados o de lo que ambos harían al día siguiente.
La comida estaba deliciosa y después de cenar Phil se estiró de nuevo en el sofá y Sarah guardó las sobras por si les apetecía comerlas otro día. Se sentó en el suelo, junto a Phil, y él se inclinó para besarla. Ella sonrió. He ahí lo que le gustaba de sus fines de semana, no los recados que no podía hacer con él, sino los gestos cariñosos que Phil compartía con ella cuando estaban juntos. Pese al distanciamiento que mantenía la mayor parte del tiempo, Phil era una persona sorprendentemente cariñosa. Esa mezcla de independencia e intimidad formaba una interesante dicotomía.
– ¿Te he dicho hoy que te quiero? -preguntó, atrayéndola hacia sí.
– No. -Sarah sonrió. Lo echaba tanto de menos durante la semana… Las cosas mejoraban entre ellos el fin de semana, pero cuando llegaba el domingo él se ausentaba durante cinco días enteros-. Yo también te quiero -dijo, devolviéndole el beso, y se acurrucó a su lado acariciándole el pelo rubio y sedoso.
Vieron juntos el telediario de las once. Las noches de los viernes siempre pasaban volando. Para cuando terminaban de cenar, se relajaban un rato, charlaban sobre sus respectivas semanas o sencillamente permanecían en silencio, ya era hora de acostarse. La mitad del fin de semana había transcurrido antes de que Sarah hubiera tenido tiempo de recuperar el aliento, relajarse y disfrutarlo. Nunca dejaba de sorprenderle lo deprisa que pasaba.