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– Caray, Sarah, no sé -contestó con franqueza-. Una casa, grande o pequeña, solo vale lo que una persona esté dispuesta a pagar por ella. Es una ciencia del todo inexacta. Y cuanto más grande y más original es la casa, más difícil resulta establecer su valor. -Sonrió y dio un sorbo a su capuchino. Lo necesitaba. Había sido una mañana increíble para las dos. Sarah estaba deseando contárselo a Phil-. No puedo compararla con ninguna otra casa -prosiguió-. ¿Cómo valoras una casa como esa? No hay nada que se le parezca, salvo, quizá, el Frick de Nueva York. Pero esto no es Nueva York, es San Francisco. A la mayoría de la gente le asustaría una casa de esas dimensiones. Costará una fortuna restaurarla y decorarla, y haría falta mucha gente para llevarla. Ya nadie vive así. En este barrio no están permitidos los hoteles y nadie la compraría para abrir un colegio. Los consulados están cerrando sus residencias y alquilando apartamentos para su personal. Va a hacer falta un comprador muy especial para esta casa. Cualquier precio que le pongamos será una cifra arbitraria. En estos casos los vendedores y los agentes inmobiliarios siempre hablan de compradores extranjeros, como un importante árabe, o un chino de Hong Kong, o un ruso. Pero es muy probable que al final la compre una persona de aquí, como alguien del mundo de la alta tecnología de Silicon Valley, pero han de querer una casa como esa y comprender qué están comprando… No sé… ¿Cinco millones? ¿Diez? ¿Veinte? No obstante, si nadie está dispuesto a emprender semejante proyecto, los herederos tendrán suerte si reciben tres millones, o incluso dos. Y podría tardar años en venderse. Es imposible predecirlo. ¿Cuánta prisa tienen en venderla? Tal vez quieran ponerle un precio que permita una venta rápida y quitársela de encima como está. Solo confío en que la compre la persona adecuada. Si te digo la verdad, me he enamorado de esa casa -confesó Marjorie al tiempo que Sarah asentía con la cabeza.

– Y yo. -Había dejado la fotografía de Lilli sobre el asiento delantero del coche para no estropearla. La joven mujer tenía algo mágico-. No me gustaría nada que los herederos la malvendieran. Esa casa merece ser tratada con más respeto. Pero todavía no los conozco y por el momento solo me ha respondido uno. Vive en St. Louis, Missouri, y es director de un banco, así que dudo mucho que quiera una casa aquí.

Sarah suponía que ningún heredero la querría. Ninguno vivía en San Francisco, y como no conocían a Stanley, la casa no tenía valor sentimental para ellos. Como no lo había tenido para Stanley. Tanto para él como para los herederos su valor era estrictamente monetario. Y seguro que a ninguno le apetecía ponerse a restaurar una casa en San Francisco. Era absurdo. Sarah estaba segura de que querrían vender la mansión cuanto antes y en su estado actual.

– Podríamos darle una mano de pintura y lavarle la cara -propuso Marjorie-. Mejor dicho, deberíamos. Sacar brillo a las arañas de luces, retirar los tablones de las ventanas, tirar las cortinas raídas, encerar el suelo y darle barniz a los paneles. Pero eso no mejorará el estado de los cables y las cañerías. Alguien tendrá que construir una cocina nueva, probablemente en las despensas de la planta baja. Y hará falta un ascensor nuevo. Hay mucho trabajo que hacer y eso cuesta dinero. Ignoro cuánto querrán invertir los herederos para venderla. Puede que nada. Espero que el informe de las termitas sea optimista.

– El señor Perlman restauró el tejado el año pasado. Por lo menos eso ya está hecho -explicó Sarah, y Marjorie asintió complacida.

– Y no vi indicios de fugas de agua, lo cual es sorprendente -comentó Marjorie.

– ¿Podrías darme diferentes estimaciones? Cuánto podría pedirse por ella en su estado actual, qué costaría lavarle la cara y cuánto podría pedirse por ella una vez restaurada.

– Haré lo que pueda -le prometió Marjorie-. Pero debo ser franca contigo. Estamos en aguas desconocidas. Esa casa podría venderse por veinte millones o por apenas dos. Todo depende del comprador que consigamos y de la prisa que tengan los herederos por vender. Si quieren quitársela de encima cuanto antes, tendrán suerte si consiguen dos millones o incluso menos. A casi todos los compradores les asustará una casa como esa y los problemas que puedan encontrar una vez iniciado el proyecto. La fachada está en buen estado, lo cual es una excelente noticia, pero hay que cambiar algunas ventanas. La putrefacción de la madera es algo normal incluso en las casas nuevas. El año pasado tuve que cambiar diez ventanas de mi casa. -La piedra del exterior parecía sólida. Y se podía acceder a los garajes del sótano, pero el camino, construido para los automóviles estrechos de los años veinte, habría que ensancharlo. Tanto Marjorie como Sarah sabían que había mucho trabajo por delante-. Trataré de darte algunas cifras aproximadas antes de que termine la semana. Hay un arquitecto al que me gustaría telefonear para que me dé su opinión sobre la envergadura del proyecto. Él y su socia están especializados en restauraciones. Trabaja muy bien, aunque estoy segura de que tampoco él ha emprendido nunca una reforma semejante. No obstante, sé que ha hecho cosas para el Museo de la Legión de Honor y que estudió en Europa. Su socia también es muy buena. Creo que te gustarán. ¿Podríamos enseñarles la casa si no están muy ocupados?

– Cuando quieras. Tengo las llaves. Estoy a tu entera disposición. Te agradezco mucho tu ayuda, Marjorie.

Ambas tenían la sensación de que habían pasado la mañana en otra época y acababan de regresar a su siglo. Había sido una experiencia inolvidable.

Se despidieron fuera de Starbucks y Sarah se dirigió a su despacho. Para entonces ya era casi la una. Llamó a Phil desde el teléfono del coche, todavía aturdida y mirando de vez en cuando la fotografía de Lilli que descansaba en el asiento del acompañante. Lo localizó en el móvil. Estaba en un descanso de la declaración y de un humor de perros. Las cosas no estaban yendo bien para su cliente. Había aparecido una prueba contra él que no le había mencionado. Al parecer, antes de mudarse a San Francisco había perdido otros dos juicios por acoso sexual en Texas.

– Lo siento -dijo dulcemente Sarah. Phil sonaba terriblemente tenso y dispuesto a matar a su cliente. Era otra de esas semanas-. Yo he tenido una mañana increíble -prosiguió, todavía emocionada por todo lo que había visto. Independientemente de lo que los herederos decidieran hacer con la casa, Sarah se alegraba de haberla visitado primero.

– ¿De veras? ¿Qué has hecho? ¿Inventar nuevas leyes tributarias? -El tono de Phil era sarcástico y desdeñoso. Sarah le detestaba cuando se ponía así.

– No. He ido a ver la casa de Stanley Perlman con la agente inmobiliaria. En mi vida he visto una casa tan bonita. Parece un museo, pero aún mejor.

– Genial. Luego me lo cuentas -repuso Phil. Parecía agobiado y nervioso-. Te llamaré esta noche, después del gimnasio. -Colgó sin darle tiempo a despedirse o hablarle de la casa, de la fotografía de Lilli, de lo que Marjorie le había contado. Pero a Phil no le iban esas cosas. Lo suyo eran los deportes y los negocios. Las casas antiguas le traían sin cuidado.

Sarah dejó el coche en el garaje del despacho y guardó la foto en el bolso, cuidando de no dañarla ni arrugarla. Diez minutos después, sentada frente a su mesa, la sacó y volvió a mirarla. Sabía que había visto esa foto antes, y confió en que allí adonde fuera Lilli hubiera encontrado lo que buscaba o logrado escapar de lo que estaba huyendo, y que independientemente de lo que le hubiera sucedido a ella, la vida hubiera sido bondadosa con sus hijos. Sarah dejó la fotografía sobre la mesa, preguntándose si debería mostrarla a los herederos. El rostro que la miraba desde la mesa era un rostro inolvidable, lleno de juventud y belleza. Al igual que las advertencias de Stanley a lo largo de los años, el rostro de Lilli le recordó que la vida era corta y preciosa, y el amor y la alegría efímeros.