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Esa noche tuvo un sueño agitado y se despertó a las seis de la mañana, olvidó que era sábado y empezó a prepararse para ir a trabajar. Entonces cayó en la cuenta de su error y regresó a la cama. Tenía otros dos días de fiesta por delante antes de poder huir al bufete. Ya había revisado todas las carpetas que se había traído del despacho, consultado todos los apartamentos anunciados en el periódico y visto todas las películas que quería ver. Telefoneó a su abuela, pero tenía el fin de semana lleno, y no quería ver a su madre. Si llamaba a sus amigas casadas solo conseguiría deprimirse aún más. Estarían ocupadas con sus maridos e hijos. ¿Qué había hecho con su vida? ¿Acaso trabajar, distanciarse de sus amigas y encontrar un novio de fin de semana era cuanto había conseguido en los últimos diez años? No sabía qué hacer con su tiempo libre. Necesitaba un proyecto. Decidió ir a un museo y camino del mismo pasó por delante de la casa de la calle Scott. No fue un acto deliberado, simplemente dobló la esquina y allí estaba. Para Sarah representaba mucho más ahora que sabía que la había construido su bisabuelo y que su abuela pasó en ella sus primeros años de vida. Confió en que la persona que comprara la casa supiera amarla como se merecía.

De pronto se descubrió pensando en los dos arquitectos que Marjorie le había presentado y en si lo estarían pasando bien en Venecia y París. Empezó a barajar la idea de hacer un viaje. Tal vez debería ir a Europa. Hacía años que no iba. No le gustaba viajar sola. Se preguntó si Phil querría acompañarla. Estaba intentando llenar las lagunas de su vida a fin de darle sentido y dinamismo. Sentía como si el motor de su vida se hubiera parado y estuviera intentando arrancarlo de nuevo pero no supiera cómo.

Deambuló por el museo sin rumbo fijo, contempló cuadros que le traían sin cuidado, regresó a casa sin prisas, barajando todavía la idea de un viaje a Europa, y de repente se descubrió pasando de nuevo por delante de la casa de Stanley. Paró, bajó del coche y se quedó mirándola. La ocurrencia que acababa de pasar por su cabeza era una locura. No solo una locura. Era completamente absurda. Phil tenía razón, por una vez en su vida. En lugar de cambiarse el sillón y tirar las plantas muertas, estaba pensando en comprarse un apartamento. Por lo menos podía justificarlo diciendo que era una inversión. Mientras que aquello, aquello era una ruina. No solo se comería el dinero que Stanley le había dejado, sino todos sus ahorros. Pero si Marjorie estaba en lo cierto, una casa pequeña y corriente en Pacific Heights le costaría lo mismo, mientras que esta encerraba un pedazo de historia, de su propia historia. La había construido su bisabuelo, su abuela había nacido en ella, y un hombre al que Sarah había querido y respetado había vivido en el ático. Y si lo que necesitaba era un proyecto, ese se llevaba la palma.

– ¡No! -dijo en voz alta.

Hurgó en el bolso, sacó las llaves, subió los escalones de la entrada, contempló la pesada puerta de bronce y cristal y giró la llave. Sentía como si algo más fuerte que ella la estuviera empujando a entrar, como si la corriente agitada de un río la estuviera arrastrando y no pudiera luchar contra ella. Avanzó despacio hasta el vestíbulo.

Como Marjorie había prometido, la casa estaba impecable. Los suelos brillaban, las arañas de luces titilaban con la luz de la tarde y la escalera de mármol estaba reluciente. La vieja alfombra había desaparecido, pero las barras de bronce seguían allí. Los pasamanos estaban perfectamente pulidos. La casa estaba limpia, pero todos sus problemas seguían allí, los cables viejos, las cañerías que nadie había cambiado en años, la cocina que era preciso trasladar a otra planta, la caldera que había que sustituir por un sistema de calefacción más moderno. El ascensor tenía unos ochenta años. Exceptuando los suelos y el artesonado, prácticamente no había nada en la casa que no necesitara algún tipo de arreglo. Jeff Parker había dicho que podría hacerse por medio millón de dólares si el nuevo propietario estaba dispuesto a hacer parte del trabajo y controlaba los gastos. Pero ella no sabía nada de restauraciones. No era capaz ni de cuidar del apartamento de dos habitaciones donde vivía. ¿En qué demonios estaba pensando? Se detuvo en el vestíbulo, preguntándose si no se habría vuelto loca. Quizá se debiera a su sensación de soledad, o a las discusiones con Phil por el poco tiempo que pasaban juntos, o al exceso de trabajo, o a la muerte de Stanley, o a la enorme suma que había heredado, pero el caso es que en esos momentos solo podía pensar en que si pagaba dos millones por la casa y daba doscientos mil dólares de entrada, le quedarían quinientos cincuenta mil dólares para restaurarla.

– ¡Dios mío! -exclamó, llevándose las manos a la boca-. Debo de estar loca. -Y sin embargo, no sentía que lo estuviera. Se sentía completamente cuerda, completamente segura. Contempló la enorme araña de luces y rompió a reír-. ¡Dios mío! -gritó de nuevo, esta vez con más fuerza…-. ¡Stanley, voy a hacerlo! -Empezó a bailar por el vestíbulo como una niña, corrió hasta la puerta, salió, echó la llave y regresó al coche. Telefoneó a Marjorie desde el móvil.

– No te desanimes, Sarah, seguro que encontramos algo -dijo la agente en cuanto descolgó, imaginando lo que Sarah iba a decirle.

– Me temo que ya lo hemos encontrado -repuso con un hilo de voz. Estaba temblando. En su vida se había sentido tan asustada, ni tan entusiasmada. Ni siquiera el día que presentó la tesis de su doctorado.

– ¿Has visto algo? Si me das la dirección puedo buscarla en el listado. Tal vez la tengamos nosotros.

– La tenéis -dijo Sarah con una risita, presa de una sensación de mareo.

– ¿Dónde está? -A Marjorie le pareció que hablaba de una forma extraña, y se preguntó si había estado bebiendo. No le habría sorprendido, teniendo en cuenta lo alicaída que la había encontrado el día anterior.

– Cancela la convocatoria.

– ¿Qué?

– Cancela la convocatoria.

– ¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?

– Creo que me he vuelto loca. Voy a comprar la casa. Quiero hacerles una oferta a los herederos. -Ya había calculado la cantidad exacta y los herederos le habían dicho que aceptarían la primera oferta que les hicieran. Sarah podía ofrecer menos, pero no le parecía justo-. Quiero ofrecerles un millón novecientos mil dólares. Así cada heredero recibirá cien mil dólares justos.

– ¿Lo dices en serio? -Marjorie estaba estupefacta. Jamás habría imaginado que Sarah pudiera hacer algo así. Apenas unas horas antes le había dicho que quería un apartamento. ¿Qué demonios iba a hacer con una casa de dos mil setecientos metros cuadrados en la que necesitaría invertir dos años y cerca de un millón de dólares en reformas?-. ¿Estás segura?

– Lo estoy. Ayer me enteré de que la construyó mi bisabuelo. La desaparecida Lilli es mi bisabuela.

– ¡Santo Dios! ¿Por qué no lo mencionaste antes?

– Porque no lo sabía. Lo único que sabía era que había visto esa foto en algún lugar, y resulta que ayer volví a verla sobre la cómoda del dormitorio de mi abuela. Lilli era su madre. Nunca volvió a verla después de que se marchara.

– Es una historia asombrosa. Si lo tienes claro, Sarah, prepararé los documentos y presentaremos la oferta el lunes.

– Lo tengo claro. Soy consciente de que puede parecer una locura, pero sé que estoy haciendo lo correcto. Creo que fue el destino el que me llevó hasta esa casa. Y Stanley me dejó el dinero para comprarla. Sin él saberlo, me legó una herencia que va a permitirme comprar la casa y restaurarla. Siempre y cuando lo haga de la manera que propuso Jeff Parker, ocupándome personalmente de una buena parte del trabajo y vigilando lo que gasto. -Sabía que sonaba como una demente, pero era como si ante ella se hubiera abierto de repente un nuevo horizonte y todo lo que divisaba fuera bello y rezumara vida. De la noche a la mañana, la casa de Stanley se había convertido en su sueño-. Siento hablarte como si estuviera loca, Marjorie. Es por la emoción. En mi vida he hecho nada igual.