Jeff había escuchado con atención, pero este último comentario le hizo reír.
– A tu edad tu tren no ha entrado siquiera en la estación. Hoy en día todas las mujeres que conozco esperan a los cuarenta o por lo menos a tu edad para establecerse.
– Tú no. Debiste de iniciar tu vida en pareja con Marie-Louise a los treinta.
– Eso es diferente. Puede que fuera un estúpido. Ninguno de mis amigos se ha casado antes de los treinta y tantos. Marie-Louise y yo teníamos una relación muy apasionada cuando éramos estudiantes. Todavía lo es gran parte del tiempo, pero tenemos nuestros más y nuestros menos. Supongo que como casi todo el mundo. A veces pienso que el hecho de trabajar juntos nos lo pone más difícil. Pero me gusta compartir mis días con alguien. Marie-Louise dice que soy demasiado inseguro, dependiente y posesivo.
Sarah sonrió.
– A mí no me lo parece.
– Porque no vives conmigo. Puede que tenga razón. Yo le digo que es demasiado fría e independiente, y condenadamente francesa. Odia este país, lo cual complica aún más las cosas. Viaja a Francia siempre que puede y se queda seis semanas en lugar de las dos que tenía planeadas.
– Eso no debe de ser fácil para vuestro negocio -dijo suavemente Sarah. A ella no le habría gustado una situación así.
– A nuestros clientes no parece importarles. Marie-Louise trabaja desde Francia y se mantiene en contacto con ellos por correo electrónico. Detesta vivir en Estados Unidos, lo cual es duro para mí. Les pasa a muchos franceses. Como a sus mejores vinos, viajar no les sienta bien. -Sarah sonrió de nuevo. Jeff no estaba siendo cruel con respecto a Marie-Louise, sino simplemente sincero. El día que Sarah la conoció no le pareció una mujer feliz ni agradable. No debía de ser fácil convivir con ella-. ¿Y qué me dices de ti? ¿No hay nadie en tu vida cotidiana?
Sarah no sintió que Jeff estuviera flirteando. Solo estaba siendo cordial, y sospechó que, al igual que ella, se sentía solo.
– No. Hay alguien a quien veo los fines de semana. Tenemos necesidades muy diferentes. Se divorció hace doce años y tiene tres hijos adolescentes con quienes cena una o dos veces por semana y pasa las vacaciones. Los fines de semana nunca se ven porque ellos están muy ocupados y él, en el fondo, tampoco quiere. Odia a su ex mujer con vehemencia, y también a su madre, y a veces vuelca su rabia en mí. Es abogado, como yo, y trabaja mucho. Pero lo que más le gusta es ir a lo suyo, al menos durante la semana, y a veces también los fines de semana. Lleva mal lo de intimar o lo de tener a alguien en su espacio todo el tiempo. Pasamos juntos las noches de los viernes y los sábados. Lo nuestro es un acuerdo estrictamente de fin de semana. Durante la semana va al gimnasio todas las noches y se niega rotundamente a verme. Y eso incluye las vacaciones.
– ¿Y eso te basta? -preguntó, intrigado, Jeff.
No le parecía una situación atractiva. Probablemente a Marie-Louise le habría gustado ese arreglo de haber podido tenerlo. Jeff jamás habría tolerado lo que Sarah acababa de describirle, y le sorprendía que ella sí lo tolerara. Tenía aspecto de ser una mujer que deseaba algo más, que necesitaba algo más. Pero quizá se equivocaba.
– ¿Sinceramente? -respondió Sarah-. No, no me basta. No hay nada peor que una relación de fin de semana. Lo detesto. Al principio me gustaba, pero a los dos años empezó a cansarme. Llevo un año quejándome de la situación, pero él no quiere ni oír hablar del tema. Ese es el trato, si me gusta bien y si no también. Es un duro negociador y un excelente abogado.
– ¿Por qué aceptas esa situación si no te satisface? -Jeff estaba cada vez más intrigado.
– ¿Qué otra cosa puedo hacer? -preguntó ella con tristeza-. Ya no soy ninguna jovencita. No hay muchos hombres decentes por ahí de nuestra edad. La mayoría tiene fobia al compromiso. Han sufrido un fracaso matrimonial y no quieren otro, ni siquiera un compromiso a tiempo completo. Los solteros, por lo general, están trastornados y no soportan la idea de tener una relación, y los que valen la pena están casados y tienen hijos. Además, trabajo mucho. ¿Cuándo se supone que puedo salir y conocer a alguien? ¿Y dónde? No suelo ir a los bares y cada vez voy a menos fiestas. No bebo lo suficiente para pasármelo bien. Mis colegas de trabajo están todos casados y me niego a salir con hombres casados. De modo que he de conformarme con lo que tengo. Siempre pienso que llegará un día en que él querrá pasar más tiempo conmigo, pero ese día no acaba de llegar, y puede nunca lo haga. Esta situación le conviene más a él que a mí. Es un hombre agradable, aunque un poco egoísta a veces. Y cuando no me angustio por lo poco que nos vemos, disfruto mucho de su compañía. -No quiso añadir que el sexo era genial, incluso después de cuatro años.
– Nunca pasará más tiempo contigo -declaró, sin rodeos, Jeff. Su amistad se iba estrechando a medida que ponían las cartas emocionales sobre la mesa-. ¿Por qué iba a hacerlo? Tiene lo que quiere. Una mujer de fin de semana que está siempre a su disposición y le da pocos dolores de cabeza porque tú, probablemente, no quieres conflictos. Le cuidan dos días a la semana y el resto del tiempo disfruta de su libertad. Caray, para él es el arreglo perfecto. Para un tío que ya ha estado casado, que ya tiene hijos y que no quiere más de lo que tiene contigo, no hay duda de que eres un chollo.
Sarah sonrió y no discrepó.
– El caso es que no acabo de reunir el coraje necesario para dejarlo. Mi madre opina como tú. Lo considera un aprovechado. Pero sé lo que es pasar los fines de semana sola y si te soy sincera, los odio. Siempre los he odiado. No estoy preparada para volver a eso. Todavía no.
– No encontrarás una relación mejor a menos que estés dispuesta a pasar por eso.
– Tienes razón, pero es condenadamente difícil.
– Dímelo a mí. Es por eso por lo que Marie-Louise y yo seguimos juntos. Por eso y por la casa que compramos, el negocio que compartimos y el apartamento que tenemos en París, que yo pago y ella utiliza. Pero cada vez que nos separamos miramos a nuestro alrededor y se apodera de nosotros el pánico, de modo que volvemos. Después de catorce años al menos sabemos lo que podemos esperar. Ella no es una psicópata y yo no soy un perturbado. No nos sacamos los ojos ni somos infieles. O por lo menos eso espero. -Jeff esbozó una sonrisa compungida, dado que Marie-Louise se hallaba a nueve mil kilómetros de allí-. Pero sospecho que uno de estos días se marchará a París para no volver y tendremos que dividir el negocio, lo cual será perjudicial para ambos. Nos ganamos muy bien la vida trabajando juntos. Marie-Louise es una buena mujer, lo que pasa es que somos muy diferentes. Quizá eso sea bueno. Pero siempre está diciendo que no quiere envejecer en este país y yo no puedo imaginarme viviendo en París. Para empezar, todavía no hablo correctamente el francés. Me defiendo, pero sería difícil trabajar allí con mi nivel. Y si no estamos casados no puedo obtener el permiso de trabajo. Marie-Louise dice que jamás se casará y sé que no bromea. Y no quiere ni oír hablar de tener hijos.
Tampoco Sarah. En eso coincidía con Marie-Louise, aunque en todo lo demás fueran diferentes.
– Caray, qué complicado que es todo hoy día. La gente tiene ideas muy neuróticas sobre las relaciones y sobre cómo quiere vivir su vida. Todo el mundo tiene problemas emocionales. Nada fluye. La gente no dice, sencillamente, «sí quiero» y trabaja para que su relación funcione. Hacemos extraños montajes que en parte funcionan y en parte no, o que quizá podrían funcionar o quizá no. Me pregunto si siempre ha sido así, aunque la verdad es que lo dudo -dijo Sarah con expresión meditabunda.
– Seguramente somos así porque no crecimos en un hogar con unos padres felices. Los matrimonios de la generación de nuestros padres seguían juntos toda la vida aunque se odiaran. En nuestra generación o no nos casamos o nos divorciamos a la primera de cambio. Nadie se esfuerza por hacer que las cosas funcionen. En cuanto la situación se pone difícil, salimos corriendo.