Выбрать главу

Fiel a su promesa, llamó a Jeff a las doce. Estaba en su despacho, esperando la llamada.

– Te veré en la casa dentro de media hora -dijo Sarah, y él comprendió, por el tono apagado de su voz, que el fin de semana no había ido bien. No sonaba como una mujer reconfortada y amada. Sonaba triste y decaída.

Sarah se emocionó cuando Jeff llegó a la casa con una cesta de picnic. Dentro había paté, queso, pan, fruta y una botella de vino tinto.

– Pensé que sería una buena idea picar algo -dijo, con una sonrisa.

No le preguntó cómo le había ido el fin de semana. Podía verlo en sus ojos. Salieron con la cesta al jardín y se sentaron en un muro de piedra. Hacía mucho que en ese jardín ya solo crecían hierbajos. Después del picnic Sarah parecía más animada. Jeff le mostró entonces sus nuevas ideas para la cocina. Su visión fue cobrando vida a medida que la describía.

– Me encanta -dijo ella con la mirada brillante. No parecía la misma persona que una hora atrás. Durante el fin de semana se había sentido muerta. Ahora, contemplando la casa con Jeff, volvía a sentirse viva. No estaba segura de si era por él, por la casa o por ambas cosas. En cualquier caso, era mucho mejor que el trato que había recibido de Phil. Estaba empezando a resultar intolerable. Una guerra de poder donde no habría vencedores.

Sarah y Jeff recorrieron de nuevo las plantas superiores y él la rozó mientras intentaban decidir qué hacer con los armarios del vestidor. Sarah dijo que no tenía tanta ropa.

– Pues cómprala -bromeó él.

Marie-Louise ocupaba casi todos los armarios de su casa. Siempre regresaba de París con maletas cargadas de ropa nueva y docenas de zapatos. Ya no sabían dónde meterlos.

– Lamento mi estado de ánimo cuando llegué -se disculpó Sarah mientras deambulaban por lo que había sido la habitación de su abuela-. He tenido un fin de semana horrible.

– Lo imaginaba. ¿Apareció Phil?

– Sí. Siempre aparece los fines de semana. Se puso furioso cuando le conté lo de la casa. Cree que estoy loca.

– Y lo estás. -Jeff sonrió con dulzura. Había muchas cosas que le gustaban de Sarah-. Pero es una locura buena. No hay nada de malo en tener un sueño, Sarah. Todos necesitamos soñar. No es ningún pecado.

– Lo sé. -Sarah le sonrió con tristeza. Lo sentía como un amigo. Pese a lo poco que sabía de él, tenía la sensación de que se conocían desde hacía años, y a él le pasaba lo mismo-. Pero tienes que reconocer que es un sueño bastante grande.

– No hay nada de malo en ello. La gente grande tiene sueños grandes. La gente pequeña ni siquiera sueña. -Ya odiaba a Phil por la expresión de su cara. Era evidente que la había herido. Por lo poco que ella le había contado el jueves por la noche, pensaba que Phil era un imbécil. A Sarah tampoco le caía bien Marie-Louise, pero no se lo dijo.

– Las cosas no van bien -confesó mientras bajaban.

Hoy habían trabajado menos, pero estaban relajándose y familiarizándose con la casa. Habían explorado hasta el último rincón y la última grieta. A Jeff le gustaba tener la posibilidad de hacer esas cosas con Sarah. Marie-Louise le había telefoneado esa mañana. Jeff le explicó que iba a comer con un cliente, pero no desveló su identidad. Era la primera vez que hacía una cosa así y no estaba seguro de por qué lo había hecho, como no fuera porque a Marie-Louise tampoco le caía bien Sarah. El día que se conocieron había hecho comentarios desagradables sobre ella, y también en Venecia. Era demasiado estadounidense para su gusto. Y odiaba la casa. Jeff no tenía intención de proponerle que trabajaran juntos. No sería justo para Sarah tener una arquitecto que detestaba la casa. Marie-Louise decía que era un reforma imposible y que lo mejor sería derribar el edificio, pero Jeff sabía que no lo pensaba en serio.

– Lo noté en cuanto llegaste -dijo Jeff al tiempo que guardaban las sobras de la comida en la cesta de picnic. La había comprado en el rastro de París y era muy antigua.

– No sé por qué sigo con él. Ayer reaccionó tan mal con lo de la casa que decidí que debíamos separarnos, pero cuando llegué a mi apartamento por la noche me lo encontré preparando la cena. Había ordenado la casa, me había comprado una docena de rosas y me pidió disculpas. Era la primera vez que hacía una cosa semejante. Es difícil romper después de algo así.

– Puede que intuyera que estabas harta. Algunas personas poseen un instinto de supervivencia extraordinario. Es probable que lo hiciera por él más que por ti. Seguramente tampoco esté preparado para renunciar a ti. Tengo la impresión de que le da pánico dar el paso.

Sarah sonrió al escuchar su evaluación masculina.

– Ojalá lo supiera. Habría preferido que me animara con lo de la casa a que me comprara rosas. Dijo cosas muy feas. Me siento como una idiota por seguir a su lado.

– Lo dejarás cuanto estés preparada para hacerlo, si es lo que te conviene. Cuando llegue el momento lo sabrás.

– ¿Cómo sabes tanto de esas cosas?

Jeff sonrió.

– Soy mayor que tú y ya he pasado por todo eso. Pero eso no significa que sea más listo ni más valiente. Marie-Louise me telefoneó esta mañana. -No le contó lo de la mentira-. Y no hizo otra cosa que quejarse porque tenía que volver y recordarme lo mucho que odia esto. A veces me canso de escucharla. Si tanto le disgusta vivir aquí, probablemente debería quedarse allí. En cualquier caso, sé que un día de estos lo hará. -Era la segunda vez que lo decía y parecía triste. Marie-Louise siempre estaba amenazando con no volver.

– Entonces, ¿por qué sigues con ella? -quiso saber Sarah, pensando que la respuesta podría enseñarle algo sobre sí misma.

– No es fácil dejar atrás catorce años de relación y reconocer que has estado equivocado todo ese tiempo. Además, nunca sé hasta qué punto lo estoy.

– Dejar atrás cuatro años ya resulta duro -admitió ella.

– Pues añade a eso otros diez. Cuanto más lo alargas, peor.

– Pensaba que para poder mejorar las cosas tenías que aguantar.

– Solo si estás con la persona adecuada.

– ¿Y cómo demonios puedes saberlo?

– Lo ignoro. Mi vida sería mucho más fácil si lo supiera. Yo también me hago un montón de preguntas. A lo mejor la relación entre dos personas nunca puede ser fácil. Eso es lo que me digo.

– Y yo. Busco muchas excusas para justificar la horrible conducta de Phil.

– Pues no lo hagas. Como mínimo, observa las cosas tal y como son.

Sarah asintió mientras reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar. Estaba contemplando el jardín desde el salón cuando sintió a Jeff muy cerca y se volvió para mirarle. Era más alto que ella, y Sarah tenía el rostro alzado cuando sus ojos se encontraron. Los labios de él hallaron fácilmente los de ella, unieron sus cuerpos en un abrazo y se fundieron en un beso eterno. Tanto ella como él habían olvidado lo que podía sentirse. Aquello no era difícil. Era fácil. Pero también era nuevo, y fruta prohibida. Los dos tenían otra relación, por compleja que esta fuera.

– Creo que esto ha sido un error -dijo suavemente Sarah. Se sentía culpable, pero no demasiado. Jeff le gustaba. Era mucho más tierno que Phil.

– Me lo estaba temiendo -repuso Jeff-. Pero no estoy seguro de que haya sido un error. Yo no lo he sentido como un error. ¿Tú sí?

– No lo sé. -Sarah parecía desconcertada.

– Quizá deberíamos probar de nuevo para asegurarnos. -Volvió a besarla y esta vez ella se apretó aún más contra su cuerpo. Él se sintió poderoso, y ella segura y reconfortada-. ¿Te parece esto un error? -susurró él, y Sarah rió.

– Nos vamos a meter en un buen lío con Phil y Marie-Louise -dijo mientras él seguía abrazándola. Era una sensación maravillosa.

– Quizá no se merezcan otra cosa. No está bien tratar a la gente con tanta dureza. -Jeff también estaba harto de su problemática relación.