– En ese caso, ¿no deberíamos tener el valor de dejarles? -razonó Sarah. Habría sido lo más honesto.
– Ah, eso -dijo Jeff, sonriendo. Había terminado por ser una tarde encantadora, sobre todo en los últimos minutos-. Lo he intentado un montón de veces, y también ella, pero siempre acabamos volviendo.
– ¿Por qué?
– Hábito, miedo, pereza, familiaridad.
– ¿Amor? -preguntó Sarah. Era la pregunta que ella se hacía con respecto a Phil. ¿Le amaba? Ya no estaba tan segura.
– Tal vez. Después de catorce años no siempre es fácil saberlo. Creo que en nuestro caso seguimos juntos principalmente por una cuestión de hábito y de trabajo. Sería muy complicado dividir el negocio. Nosotros no vendemos zapatos. La mayoría de nuestros clientes nos contratan como equipo. Y somos buenos trabajando juntos. Me gusta trabajar con Marie-Louise.
– Esa no es razón para seguir juntos -observó Sarah-, por lo menos como pareja. ¿Podríais trabajar juntos si os separarais? -Estaba tanteando el terreno, como él.
– No lo creo, y en cualquier caso Marie-Louise volvería a París. Su hermano también es arquitecto y posee un despacho importante. Siempre me está diciendo que acabará trabajando con él.
– Me alegro por ella.
– No me asusta trabajar solo, pero no me gusta todo el jaleo que supondría cambiar esa situación. -Sarah asintió con la cabeza. Comprendía a Jeff pero, por otro lado, no quería ser «la otra». Las cosas ya eran lo suficientemente complicadas sin eso-. A veces hay que confiar en la vida -continuó filosóficamente-. Confiar en que las cosas llegarán cuando tengan que llegar. Creo que cuando tienes algo bueno, lo sabes. Yo siempre he sentido una terrible atracción por aquello que no me conviene -reconoció con cierta vergüenza-. De joven me gustaban las mujeres peligrosas o de temperamento difícil. Marie-Louise es ambas cosas.
– Yo no -dijo Sarah con cautela, y Jeff sonrió.
– Lo sé, y me gusta eso de ti. Puede que finalmente esté madurando.
– Y tú no eres un hombre cruel. -Sarah reflexionó sobre ello-. Pero no estás disponible, vives con otra mujer. He ahí mi especialidad. Creo que no es una buena idea para ninguno de los dos ahora mismo. Es peligroso para ti e insatisfactorio para mí.
Sarah tenía razón y ambos lo sabían, pero era una situación muy tentadora, y los besos había sido muy dulces. Así y todo, si lo que había entre ellos era bueno, podría esperar.
– Dejemos que el tiempo hable -dijo, sensatamente, Jeff. Iban a pasar muchas horas trabajando juntos en la casa. Era preferible para ambos que las cosas sucedieran poco a poco.
– ¿Cuándo vuelve Marie-Louise? -preguntó Sarah mientras salían de la casa.
– Dentro de una semana, dice. Pero probablemente será dentro de dos, tres o incluso cuatro.
– ¿Estará aquí para Navidad?
– No lo había pensado -dijo pensativamente Jeff mientras la acompañaba al coche-. No estoy seguro. Con ella nunca se sabe. Siempre aparece de repente, cuando se le han acabado las excusas para seguir en París.
– Marie-Louise me recuerda a Phil. Si no ha vuelto, ¿te gustaría pasar la Navidad con mi familia? Seremos solo mi abuela, mi madre, yo y seguramente también el novio de mi abuela. Hacen una pareja encantadora.
Jeff rió.
– Es probable que pueda ir aunque Marie-Louise haya vuelto. Odia la Navidad y se niega a celebrarla. A mí, en cambio, me encanta.
– Y a mí. Pero si ella ha vuelto para entonces, prefiero no invitarte. Sería una descortesía no invitarla a ella, y lo cierto es que no querría hacerlo. Espero que no te parezca mal.
Jeff la besó suavemente en los labios mientras Sarah subía a su coche.
– Cualquier cosa que decidas me parecerá bien, Sarah.
Había tanto que le gustaba de ella… Era una mujer con principios, integridad, cerebro y un gran corazón. En su opinión, una combinación perfecta.
Sarah le dio las gracias por el picnic y se alejó agitando una mano. Camino de su apartamento se preguntó qué debería hacer con Phil. No quería que la decisión que tomara estuviera influida por lo que había sucedido con Jeff. La cuestión en ese asunto no era Jeff sino Phil. Además, Jeff estaba con Marie-Louise. En ningún momento debía olvidar eso. No estaba dispuesta a tener otra pareja no disponible aunque las circunstancias fueran diferentes. Jeff era un hombre adorable, pero no estaba disponible. De ningún modo quería caer de nuevo en eso. Esta vez haría lo que fuera mejor para ella. Phil, en su opinión, no era lo mejor para ella. Y todavía no sabía si lo era Jeff.
13
Como siempre, Sarah celebró la Navidad con Phil la noche antes de que partiera a Aspen con sus hijos. Siempre se marchaba el primer sábado de las vacaciones escolares y se quedaba allí hasta Año Nuevo. Sarah pasaba sola las vacaciones, lo cual se le hacía cuesta arriba, pero estaba acostumbrada. Él deseaba estar a solas con sus hijos. Sarah tendría que apañárselas sin él en Navidad y Nochevieja y, como siempre, aguantar los comentarios de su madre al respecto. Su relación con Phil acababa de entrar en el quinto año y esa era la quinta Navidad que pasaba sin él.
La llevó a cenar a Gary Danko. La comida estaba deliciosa y Phil eligió unos vinos caros y excelentes. Después fueron a casa de Sarah, intercambiaron regalos e hicieron el amor. Él le regaló otra cafetera exprés porque la vieja estaba empezando a fallar y una pulsera de plata de Tiffany que a Sarah le encantó. Era una esclava sencilla que podía llevar en cualquier situación. Ella le regaló un cartera que necesitaba con urgencia y un precioso jersey de Armani, de cachemir azul. Y, como siempre, cuando Phil se marchó por la mañana Sarah detestó verlo partir. Se quedó más tiempo de lo habitual. No iban a verse en dos semanas, dos semanas de vacaciones que, una vez más, ella pasaría sola.
– Adiós… Te quiero… -repitió Sarah cuando Phil la besó por última vez antes de irse. Iba a echarlo mucho de menos, como siempre, pero esta vez no protestó. Para qué. Lo único que diferenciaba esas vacaciones de las anteriores era que iba a pasarlas trabajando en su nueva casa.
Había pasado mucho tiempo en ella los fines de semana, lijando, limpiando, midiendo y haciendo listas. Se había comprado una caja de herramientas y tenía intención de construir una librería con sus propias manos en su dormitorio. Jeff se había ofrecido a enseñarle cómo hacerla.
Marie-Louise había vuelto finalmente a la ciudad la semana antes. A Sarah le sonaba más francesa que nunca cada vez que hablaba con ella, pero no se implicó en la casa. Había vuelto para ocuparse de sus proyectos porque la mayoría de sus clientes estaban pidiendo a gritos su regreso. Sarah y Jeff hablaban por teléfono casi todos los días. Habían decidido no llevar adelante su idilio y centrar su relación en el tema de la casa. Si con el tiempo sus respectivas relaciones fracasaban, tanto mejor, pero Sarah le dejó bien claro que no quería alimentar sus sentimientos amorosos mientras él estuviera viviendo con Marie-Louise, independientemente de que fuera o no feliz con ella. Jeff se mostró de acuerdo.
El día siguiente a la partida de Phil comieron juntos. Era domingo y Marie-Louise estaba encerrada en su despacho, poniéndose al día. Sarah se sorprendió cuando, después de disfrutar de una tortilla en Rose's Café, Jeff deslizó por la mesa un pequeño paquete. Conmovida, lo abrió con cuidado y se quedó sin respiración al ver el alfiler antiguo que contenía. Era una casita de oro con brillantes diminutos en las ventanas, un regalo perfecto. Jeff había sido generoso y detallista a la vez.
– No es tan grande como tu casa -dijo a modo de disculpa-, pero me gustó.
– ¡Es precioso! -exclamó, emocionada, Sarah. Podría lucirlo en las chaquetas de los trajes que utilizaba para ir al despacho. Así se acordaría de él y de la casa. Estaba aprendiendo tanto de él sobre cómo restaurar su casa. Jeff también le regaló un libro muy útil sobre carpintería y reparaciones domésticas. Eran dos regalos perfectos, cuidadosamente elegidos.