Выбрать главу

Estacionó delante de la casa de Phil, todavía con el peto y las botas de trabajo puestas. El peto estaba cubierto de cera, y llevaba el pelo recogido en la coronilla para que no le molestara cuando trabajaba.

Al dirigirse al edificio advirtió que en el apartamento de Phil no había luz, y de repente la entusiasmó la idea de esperarlo escondida en su cama. Rió para sus adentros mientras entraba en el portal, subía hasta el primer piso y abría la puerta del apartamento. Estaba a oscuras. Sarah no encendió la luz, pues no quería que Phil se diera cuenta de que estaba allí cuando llegara del gimnasio, en el caso de que mirara hacia las ventanas.

Avanzó a oscuras por el pasillo hasta el dormitorio, abrió la puerta y entró. En la penumbra advirtió que la cama estaba sin hacer, y se apresuró a quitarse el peto y la camiseta. En ese momento oyó un gemido y pegó un salto. Parecía el gemido de una persona herida, y se volvió aterrorizada hacia el lugar de donde provenía. De debajo del edredón asomaron inopinadamente dos siluetas humanas y una voz masculina dijo «¡Mierda!». Encendió la luz y vio a Sarah en bragas y sujetador, con las botas de trabajo puestas, y ella lo vio en toda su maciza desnudez, con una rubia al lado también desnuda. Presa del desconcierto, Sarah se quedó mirándolos el tiempo suficiente para percatarse de que la chica aparentaba unos dieciocho años y era un bombón.

– Santo Dios -dijo, mirando a Phil y sosteniendo la camiseta y el mono con mano temblorosa. Por un momento creyó que iba a desmayarse.

– ¿Qué cojones haces aquí? -gritó él con cara de pasmo y un deje despiadado en la voz. Sarah comprendió de repente que podría haber sido peor, aunque no mucho peor. Podría habérselo encontrado montando a la espectacular rubia, en lugar de lo que fuera que estuvieran haciendo bajo el edredón. Por suerte, era una noche fría y el apartamento de Phil siempre estaba helado, de modo que estaban metidos bajo las sábanas.

– Quería darte una sorpresa -tartamudeó Sarah, esforzándose por contener las lágrimas de dolor, rabia y humillación.

– Pues no hay duda de que me la has dado -espetó Phil al tiempo que se atusaba el pelo y se incorporaba. La chica permaneció tumbada, no sabiendo muy bien qué hacer. Sabía que Phil no estaba casado. Y no le había contado que tuviera novia. La mujer que tenía delante en ropa interior estaba hecha un asco-. ¿Qué crees que estoy haciendo? -No sabía qué otra cosa decir. La rubia núbil tenía los ojos clavados en el techo, esperando a que la escena terminara.

– Yo diría que ponerme los cuernos -dijo Sarah, mirándolo directamente a los ojos-. Supongo que esta es la razón de que solo nos veamos los fines de semana. Eres un cabrón de mierda. -Desplegó la camiseta con manos temblorosas y logró ponérsela al revés. Estaba deseando largarse pero no quería salir a la calle en bragas y sujetador. A renglón seguido se puso el peto y solo se molestó en engancharlo por un lado.

– Oye, será mejor que te vayas a casa. Luego hablamos. Esto no es lo que parece. -Phil miró a la rubia y luego a Sarah, pero, por razones obvias, no podía salir de la cama. Estaba desnudo y probablemente todavía le durara la erección.

– ¿Me tomas el pelo? -preguntó Sarah, temblando de la cabeza a los pies-. ¿Que no es lo que parece? ¿Tan estúpida me crees? ¿Estaba en Aspen contigo? ¿Has estado metido en esta mierda estos cuatro años?

– No… Yo… Oye, Sarah…

La chica se sentó en la cama y miró a Phil con rostro inexpresivo.

– ¿Quieres que me vaya?

Sarah respondió por él.

– No te molestes. -Y dicho eso se alejó por el pasillo, abrió la puerta con fuerza, tiró las llaves al suelo y echó a correr escaleras abajo. Temblaba tanto que apenas podía conducir. Había desperdiciado cuatro años de su vida, pero por lo menos ahora sabía la verdad. No más manipulaciones ni mentiras. No más decepciones. No más angustiosos exámenes de por qué toleraba esa situación. Finalmente todo había terminado. Se dijo que se alegraba, pero entró llorando en su apartamento. Había sido un duro golpe. El teléfono estaba sonando. No contestó. No había nada más que decir. Le oyó dejar un mensaje en el contestador. Conocía el tono. El tono de la reconciliación. Fue hasta el contestador y borró el mensaje sin escucharlo. No quería oírlo.

Esa noche pasó varias horas despierta en la cama, reproduciendo en su cabeza la desagradable escena, el increíble momento en que Phil asomaba por debajo del edredón y ella se percataba de que estaba con una mujer. Era como ver el derrumbe de un edificio o el estallido de una bomba. Sus propias Torres Gemelas. Aunque insuficiente, el mundo de fantasía que había compartido con él durante cuatro años se había venido abajo. Y nada podía reconstruirlo. Sarah no quería reconstruirlo. Y pese a su abatimiento, en el fondo sabía que lo ocurrido era una bendición. De lo contrario, probablemente se habría pasado años aceptando esa relación de fin de semana.

El teléfono estuvo sonando toda la noche. Finalmente optó por desconectarlo, y también el móvil. Le producía satisfacción comprobar que Phil estaba preocupado. Por lo visto, no quería quedar como un cabrón. O puede que, después de todo, lo de los fines de semana le fuera cómodo y no deseara perderla. A Sarah ya no le importaba. La infidelidad era algo que no estaba dispuesta a tolerar. Había tolerado muchas cosas. Esa era la gota que colmaba el vaso.

Por la mañana intentó convencerse de que estaba un poco mejor. No era cierto, pero no le cabía duda de que con el tiempo lo estaría. Al final, Phil no le había dado opción. Se vistió y llegó puntual al despacho. Su madre la llamó diez minutos más tarde. Sonaba preocupada.

– ¿Estás bien?

– Sí, mamá. -La mujer poseía un maldito radar.

– Ayer intenté llamarte. La compañía telefónica me dijo que tu teléfono estaba estropeado.

– Estaba trabajando en un caso y lo desconecté. En serio, estoy bien.

– Me alegro. Solo quería estar segura. Tengo hora con el dentista. Te llamaré más tarde.

En cuanto Audrey hubo colgado, Sarah telefoneó al apartamento de Phil, consciente de que ya se habría marchado a trabajar, y dejó un mensaje. Le pedía que le devolviera las llaves por medio de un mensajero. «No las traigas a mi casa. No las dejes en el buzón. No las envíes por correo. Envíalas con un mensajero. Gracias.» Eso fue todo. Phil la llamó seis veces al despacho ese día. Sarah rechazó todas las llamadas, hasta la séptima. Se dijo que no tenía por qué esconderse. Ella no había hecho nada malo. Él, en cambio, sí.

Cuando su secretaria le pasó la llamada se limitó a decir hola. Phil parecía aterrado y eso la sorprendió. Era tan gallito que seguro que intentaba sacarle hierro al asunto, pero no lo hizo.

– Escucha, Sarah… lo siento… es la primera vez en cuatro años… estas cosas pasan… no sé… quizá era la última llamada a mi libertad… tenemos que hablar… tal vez deberíamos empezar a vernos un par de veces durante la semana… quizá tengas razón… esta noche iré a tu casa y hablaremos… nena, lo siento… sabes que te quiero…

Finalmente ella lo interrumpió.

– ¿En serio? -dijo con frialdad-. Curiosa forma de demostrarlo. Amor por poderes. Supongo que ella me estaba representando.

– Vamos, nena… te lo ruego… soy humano… y tú también… podría pasarte algún día… y yo te perdonaría…

– No, no podría pasarme, porque soy una completa estúpida. Me he tragado todas tus chorradas. Dejaba que te fueras fines de semana y vacaciones enteras con tus hijos. Durante los últimos cuatro años he pasado cada maldita Navidad y Nochevieja sola, y escuchado lo ocupado que estabas durante la semana con el gimnasio cuando en realidad te estabas tirando a otra. La diferencia entre tú y yo, Phil, es que yo soy una persona honesta e íntegra y tú no. A eso se reduce todo. Lo nuestro ha terminado. No quiero volver a verte. Envíame mis llaves.