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Por la tarde, después de la reunión, telefoneó a su madre y esta le confirmó que tenía razón, que era un hombre encantador.

– Aunque puede que poco aconsejable desde el punto de vista geográfico -reconoció Sarah. St. Louis no estaba precisamente a la vuelta de la esquina. Pero tanto Audrey como Tom habían hecho un nuevo amigo-. Por cierto, mamá, tiene una hija que necesita atención especial. Creo que es ciega y padece una lesión cerebral, y vive con él. -Había olvidado mencionárselo antes del almuerzo, pero creía que debía saberlo.

– Lo sé, Debbie -contestó su madre, como si lo supiera todo sobre Tom y fuera amigo de ella, no de Sarah-. Hablamos de ella cuando te fuiste. Es una historia trágica. Nació prematuramente y sufrió la lesión durante el parto. Eso sería impensable hoy día. Tom me contó que tiene a gente maravillosa cuidando de ella. Debe de ser muy difícil para él, ahora que está solo.

Sarah la escuchaba atónita.

– Me alegro de que te haya gustado, mamá -dijo, sintiéndose como si le hubiera tocado la lotería. Había sido un placer verlos charlar durante el almuerzo.

– Es muy guapo, y muy agradable -añadió Audrey.

– Estoy segura de que te llamará la próxima vez que venga a la ciudad. Tuve la impresión de que tú también le gustaste.

Audrey podía ser encantadora cuando quería, sobre todo con los hombres. Únicamente se mostraba implacable con su hija. Sarah todavía recordaba lo mucho que había cuidado de su padre, por muy borracho que estuviera. Y tenía plena certeza de que Tom no era ningún alcohólico.

– Hemos quedado esta noche para cenar -confesó Audrey.

– ¿En serio? -Sarah parecía estupefacta.

– Tenía planes con sus socios, pero los canceló. Es una pena que se marche mañana.

– Tengo la sospecha de que volverá.

– Puede -dijo Audrey sin excesiva convicción, pero lo estaba pasando bien por el momento. Y también su hija. Era perfecto. Ojalá se le diera tan bien buscar pareja para ella, aunque por ahora no quería salir con nadie. Quería estar sola. La relación con Phil había sido demasiado decepcionante y dolorosa. Y tenía mucho trabajo en la casa. Por el momento al menos, no quería estar con ningún hombre. Y Audrey llevaba mucho tiempo sin tener a un hombre de verdad a su lado.

– Pásalo bien esta noche. Estabas muy guapa en la comida.

– Gracias, cariño -dijo Audrey con una ternura que Sarah no había oído en mucho tiempo-. ¡No toda la diversión va a ser para Mimi! -exclamó, y las dos rieron.

Últimamente su abuela estaba muy ocupada con George y daba la impresión de que había descartado a sus demás pretendientes. Después de Navidad Mimi le había explicado que «iban en serio». Sarah estuvo en un tris de preguntarle si ya tenía su anillo de prometida. Se alegraba de verlos tan felices. Había en ellos una inocencia dulce.

Sarah no volvió a saber de su madre hasta unos días después de su cena con Tom. Para entonces él ya había vuelto a St. Louis. Le había dejado un mensaje en el contestador dándole las gracias por haberle presentado a su encantadora madre y prometiéndole que la llamaría cuando volviera a San Francisco. Sarah ignoraba de cuánto tiempo estaba hablando, y el sábado, cuando pasó por casa de su madre para dejar la ropa de la tintorería que había quedado en recogerle, reparó en un jarrón repleto de rosas rojas.

– Déjame adivinar -dijo, fingiendo desconcierto-. Mmm… ¿de quién pueden ser?

– De un admirador -dijo Audrey con una risita mientras Sarah le tendía la ropa-. Vale, de acuerdo, son de Tom.

– Impresionante. -Sarah pudo ver de un solo vistazo que había dos docenas-. ¿Has sabido algo de él desde que se marchó?

– Nos comunicamos por correo electrónico -explicó tímidamente Audrey.

– ¿En serio? -Sarah la miró atónita-. No sabía que tuvieras ordenador.

– Me compré un portátil el día siguiente a su partida -confesó, sonrojándose-. Es muy divertido.

– Creo que debería abrir un servicio de contactos -dijo Sarah, sorprendida de todo lo que había sucedido en apenas unos días.

– Podrías utilizarlo contigo.

Sarah le había contado que había terminado con Phil. No le explicó el motivo, simplemente le dijo que se les había acabado la cuerda y por una vez Audrey no insistió en el tema.

– Ahora estoy demasiado ocupada con la casa -explicó. Llevaba puesto el pantalón de peto y allí se dirigía en esos momentos.

– No lo utilices como excusa, como haces con el trabajo.

– No lo hago.

– Tom me ha dicho que le encantaría presentarte a su hijo. Es un año mayor que tú y acaba de divorciarse.

– Lo sé, y vive en St. Louis. Con semejante distancia entremedio, no creo que lleguemos muy lejos, mamá. -Y puede que tampoco Audrey, pero conocer a Tom le había levantado el ánimo y la autoestima.

– ¿Qué me dices del arquitecto al que contrataste? ¿Es soltero y buena persona?

– Está bien, y también la mujer con la que vive desde hace catorce años. Trabajan juntos y tienen una casa en Potrero Hill.

– Entonces no te conviene. Bueno, seguro que aparece alguien cuando menos te lo esperes.

– Sí, como el estrangulador de la colina o Charles Manson. Estoy impaciente por conocerlo -repuso Sarah con cinismo. Últimamente estaba algo resentida con los hombres. Phil le había dejado un mal sabor de boca.

– No seas tan negativa -la reprendió su madre-. Pareces triste.

Sarah negó con la cabeza.

– Solo estoy cansada. Esta semana he tenido mucho trabajo en el despacho.

– ¿Y cuándo no? -preguntó Audrey, acompañándola hasta la puerta. En ese momento sonó el pitido del ordenador y ambas exclamaron al unísono-: ¡Tienes un e-mail!

Sarah enarcó una ceja y sonrió.

– ¡La llamada de Cupido!

Se despidió con un beso y se marchó. Se alegraba de que el encuentro entre su madre y Tom hubiera funcionado. La relación no podía ir muy lejos, con él en St. Louis, pero seguro que sería bueno para los dos. Tenía la impresión de que Tom, al igual que Audrey, se sentía solo. Todo el mundo necesitaba rosas de vez en cuando. Y un e-mail de un amigo.

16

Para finales de febrero Sarah ya tenía cañerías de cobre en toda la casa y nuevo cableado en algunas zonas. Los contratistas estaban trabajando por plantas. En marzo iniciaron las obras preliminares de la cocina. Resultaba emocionante ver cómo las cosas iban tomando forma. Había elegido los electrodomésticos de los catálogos que Jeff tenía en su estudio para que se los consiguiera a precio de mayorista. La casa todavía no estaba lista para que pudiera instalarse en ella, pero avanzaba con rapidez. Le dijeron que para abril el resto del trabajo eléctrico ya estaría terminado.

– ¿Por qué no te tomas unas vacaciones? -le propuso Jeff una noche en la cocina, cuando estaban tomando medidas para los electrodomésticos. Sarah quería poner una gran isla de madera maciza en el centro y Jeff temía que quedara todo demasiado recargado, pero ella insistía en que quedaría bien. Y al final tuvo razón.

– ¿Estás intentando deshacerte de mí? -dijo Sarah riendo-. ¿Te estoy volviendo loco?

Ella no, le dijo Jeff, pero Marie-Louise sí. Se hallaba en una de esas épocas en que lo odiaba todo de Estados Unidos, incluido él, y no hacía más que amenazarle con regresar a Francia. Era el momento del año en que echaba de menos la primavera en París. Y no se marcharía para pasar sus tres meses de verano en Francia hasta junio. Aunque detestaba reconocerlo, estaba deseando que se fuera. A veces era muy difícil convivir con ella.