– Y tú, querida, eres demasiado seria, por lo que he podido ver -la regañó durante la última copa de vino, también de una cosecha exquisita. Habían empezado a tutearse-. Necesitas divertirte más y no tomarte la vida tan en serio. Trabajas demasiado y ahora te estás dejando la piel en la casa. ¿Cuándo juegas?
Sarah lo meditó y se encogió de hombros.
– No juego. La casa es ahora mi juguete. Pero tienes razón, probablemente no juego lo suficiente. -Sospechaba que nadie podía acusar de eso a Pierre.
– La vida es corta. Deberías empezar a jugar ahora.
– Por eso estoy aquí, en Francia. Cuando regrese a San Francisco, me instalaré en casa de Lilli -dijo con cara de satisfacción.
– No es la casa de Lilli, Sarah. Es tu casa. Lilli hizo con su vida exactamente lo que quiso, sin importarle a quién hería o a quién dejaba atrás. Era una mujer con las cosas claras y siempre consiguió lo que quiso. Estoy seguro de que era muy bella, pero probablemente también muy egoísta. Los hombres suelen enamorarse perdidamente de las mujeres egoístas, no de las mujeres bondadosas, ni de las que les convienen. No seas demasiado bondadosa, Sarah… o te harán daño. -Sarah se preguntó si a Pierre le habían hecho daño o si era él quien lo había hecho. Pero sospechaba que había captado a su bisabuela correctamente. Lilli había abandonado a sus hijos y a su marido. A Sarah todavía le costaba entenderlo. Y seguramente Mimi lo entendía aún menos-. ¿Quién te estará esperando cuando regreses?
Sarah se detuvo a reflexionar.
– Mi abuela, mi madre, mis amigos. -Pensó en Jeff-. ¿Te parece demasiado patético? -Le daba un poco de vergüenza decirlo en voz alta, pero él ya lo había imaginado. Había intuido que en la vida de Sarah no había ningún hombre y que ella se sentía bien así, lo cual le parecía una pena, teniendo en cuenta su físico y su edad.
– No, me parece enternecedor. Quizá demasiado enternecedor. Creo que has de ser más dura con tus hombres.
Sarah rió.
– No tengo ningún hombre.
– Lo tendrás. Un día te llegará el hombre adecuado.
– Estuve cuatro años con el hombre equivocado -explicó Sarah con voz queda. Ella y Pierre se estaban haciendo amigos. Le gustaba, pese a ser consciente de que tenía algo de playboy. Pero era amable con ella y, en cierto modo, paternal.
– Eso es mucho tiempo. ¿Qué quieres realmente de un hombre? -La estaba tomando bajo su protección. La veía como una muchacha ingenua y le hablaba como un Papá Noel pidiéndole su lista de regalos.
– Ya no lo sé. Camaradería, amistad, sentido del humor, cariño, alguien que vea la vida como yo y que le importen las mismas cosas. Alguien que no me haga daño ni me decepcione… alguien que me trate bien. Prefiero ternura a pasión. Quiero alguien que me ame y a quien poder amar.
– Eso es mucho pedir -repuso él con gravedad-. No estoy seguro de que puedas encontrarlo todo.
– Cuando lo encuentro, está casado -se lamentó Sarah.
– ¿Y qué tiene eso de malo? A mí me ocurre continuamente -dijo Pierre, y los dos se echaron a reír. A Sarah no le cabía la menor duda. Pierre era, decididamente, un chico malo. Demasiado guapo para no serlo y lo bastante rico para salirse siempre con la suya. Estaba muy malcriado-. Soy un hombre respetuoso -dijo de repente-. Si no lo fuera, te cogería en brazos y te haría el amor apasionadamente. -Estaba bromeando solo a medias, y Sarah lo sabía-. Pero si hiciera eso, Sarah, saldrías mal parada. Regresarías triste a tu casa y no quiero hacerte eso. Estropearía el verdadero propósito de tu viaje. Quiero que vuelvas a tu casa contenta -declaró, mirándola con ternura. Con ella le salía su lado protector, algo inusual en él.
– Y yo. Gracias por ser tan amable conmigo. -Lo dijo con lágrimas en los ojos. Estaba pensando en Phil y en lo mal que se había portado con ella. Pierre era un hombre considerado. Seguramente por eso le querían las mujeres, tanto casadas como solteras.
– Encuentra a un buen hombre, Sarah, te lo mereces. Quizá no lo creas, pero es así. No pierdas el tiempo con los tipos malos. El próximo será un buen hombre -dijo, hablándole como un amigo-. Lo presiento.
– Espero que tengas razón. -Stanley le había aconsejado que no perdiera el tiempo trabajando tanto y ahora Pierre le estaba diciendo que buscara a un buen hombre. Dos maestros que el destino había puesto en su camino para enseñarle las lecciones que necesitaba aprender.
– ¿Te gustaría regresar mañana a París en coche? -preguntó mientras la devolvía al hotel.
– Pensaba regresar en tren -dijo Sarah, titubeando.
– No seas boba. ¿Con toda esa gente horrible y maloliente? Ni hablar. El viaje es largo pero muy bonito. Será un placer tenerte de copiloto. -Lo dijo con naturalidad, y parecía sincero.
– Entonces acepto. Pero ya te has portado muy bien conmigo.
– En ese caso, mañana me portaré mal contigo al menos durante una hora. ¿Te sentirás mejor así? -bromeó Pierre.
Le dijo que la recogería a las nueve y que llegarían a París en torno a las cinco. También le dijo que por la noche había quedado con unos amigos pero que le encantaría invitarla a cenar en París otro día. Sarah aceptó encantada y fijaron un día.
Tuvieron un viaje maravilloso y él la invitó a comer en un restaurante muy agradable donde le conocían y en el que al parecer solía parar cuando iba a Dordogne. Al igual que el día anterior, consiguió hacer que la experiencia al completo fuera una aventura y un placer para Sarah. Las horas pasaron volando y sin darse apenas cuenta llegaron a su hotel en París. Pierre le prometió que la llamaría al día siguiente y se despidió con dos besos en la mejilla. Sarah se sentía como Cenicienta cuando entró en el hotel. La carroza se había convertido en una calabaza y los lacayos en tres ratones blancos. Subió a su habitación preguntándose si los dos últimos días habían sido reales y dándose pellizcos para despertar del sueño. Había descubierto todo lo que deseaba saber de Lilli, había visto el castillo y el lugar donde estaba enterrada y para colmo había hecho un amigo. El viaje había sido un auténtico éxito.
18
Durante el resto de su estancia en París Sarah visitó monumentos, iglesias y museos, comió en restaurantes y se sentó en cafés. Paseó, descubrió parques, se asomó a jardines y exploró anticuarios. Hizo todo lo que siempre había deseado hacer en París y cuando llegó el momento de regresar a Estados Unidos tenía la sensación de que llevaba un mes en la ciudad.
Pierre la llevó una noche a cenar a la Tour d'Argent y a bailar a Bain Douche, y se divirtió como no lo había hecho en su vida. En su propia salsa, Pierre era un hombre cautivador y un auténtico playboy, mas no con ella. Volvió a despedirse con dos besos en la mejilla cuando la dejó en el hotel a las cuatro de la mañana. Dijo que le encantaría volver a verla, pero que tenía que irse a Londres para ver a unos clientes. Sarah opinaba que ya había contribuido con creces al éxito de su viaje. Le prometió que le enviaría fotos de la casa de Lilli en San Francisco y él prometió a su vez mandarle fotos del castillo para Mimi. Sarah le hizo prometer que la llamaría si alguna vez iba a San Francisco. Y no dudaba de que lo haría. Lo habían pasado muy bien juntos y Sarah abandonó París sabiendo que tenía un amigo en esa ciudad.
Al salir del hotel para tomar un taxi sintió que estaba dejando un hogar. Ahora entendía por qué Marie-Louise deseaba tanto regresar a París. Ella habría hecho lo mismo de haber podido. Era una ciudad mágica y Sarah acababa de pasar las dos mejores semanas de su vida. Ya no le importaba lo más mínimo haber hecho el viaje sola. En lugar de sentir que le faltaba algo, se sentía más rica. Y las palabras de Pierre, como en su momento las de Stanley, resonaban constantemente en sus oídos: «Encuentra un buen hombre». Era fácil decirlo. Pero a falta de un «buen hombre» se tenía a sí misma, y eso le bastaba por el momento y puede que para siempre. Quería volver pronto a París. La ciudad le había dado cuanto esperaba y más.