Durante el postre Sarah les explicó todo lo que le habían contado Pierre Pettit y su abuela cuando visitó el castillo de Mailliard en Dordogne. Le incomodaba un poco hablar tan abiertamente de Lilli a su abuela con otras personas delante, y se preguntó si a ella le ocurría lo mismo. Habló de las fotografías sobre las que Lilli había llorado y sobre las cartas que le habían sido devueltas y que había conservado. Mimi escuchaba con lágrimas en las mejillas, pero parecían lágrimas no tanto de dolor como de alivio.
– Nunca entendí por qué jamás intentó ponerse en contacto con nosotros. Ahora que sé que lo hizo me siento mejor. Probablemente era mi padre quien le devolvía las cartas.
Mimi guardó silencio durante un rato para asimilar lo que Sarah acababa de contarle. Había escuchado con suma atención, asentido varias veces, hecho algunas preguntas y llorado en más de una ocasión. Le dijo a Sarah que era un gran consuelo para ella saber qué había sido de su madre, saber que había amado y la habían amado profundamente y que sus últimos años habían sido felices. Era un gesto generoso por parte de Mimi, teniendo en cuenta todo lo que había perdido. Creció sin una madre porque Lilli había huido con el marqués. A Mimi le producía un sentimiento extraño, como de vacío, saber que su madre había vivido hasta que ella cumplió los veintiuno, habiéndola visto por última vez a los seis años. Fue una época muy dolorosa de su vida. Mimi dijo que a lo mejor algún día viajaría a Francia con George y visitaría el castillo de Mailliard. Deseaba ver dónde estaba enterrada Lilli y presentar sus últimos respetos a la madre que había perdido siendo una niña.
Fue una velada encantadora y todos lamentaron que tocara a su fin. Se disponían a levantarse cuando Audrey se aclaró la garganta e hizo tintinear su copa. Sarah supuso que quería desearle suerte con su nueva casa. Sonrió con expectación, como los demás, y Jeff interrumpió su conversación con Mimi. Habían hablado animadamente durante toda la noche, sobre todo de la casa, pero también de otros temas. Sarah podía ver que Mimi lo había cautivado.
– Tengo algo que deciros -anunció Audrey, mirando a su madre, a su hija y a George antes de dirigir un breve asentimiento de cabeza a Jeff. No sabía que iba a estar en la cena, pero no quería esperar más. Lo habían decidido en Nueva York-. Me caso -dijo sin más mientras todos la miraban de hito en hito. Los ojos de Sarah se abrieron de par en par y Mimi sonrió. A diferencia de su nieta, no estaba sorprendida.
– ¿En serio? ¿Con quién? -Sarah no podía creer lo que estaba oyendo. Ni siquiera sabía que su madre tuviera novio.
– La culpa es tuya. -Audrey sonrió, pero la expresión de Sarah seguía siendo de asombro-. Tú nos presentaste. Voy a casarme con Tom Harrison y me iré a vivir a St. Louis. -Miró a Mimi y a Sarah con expresión de disculpa-. Siento mucho dejaros, pero es el hombre más maravilloso que he conocido en mi vida. -Se rió de sí misma mientras los ojos se le llenaban de lágrimas-. Si no aprovecho esta oportunidad, puede que no tenga otra. Odio dejar San Francisco, pero Tom no está preparado para jubilarse aún ni lo estará en mucho tiempo. Tal vez volvamos aquí cuando lo haga, pero entretanto viviré en St. Louis.
Miró con ternura a Sarah y a su madre mientras ambas digerían la noticia. Jeff se levantó y se acercó para darle un abrazo y felicitarla. Fue el primero en hacerlo.
– Gracias, Jeff -dijo, conmovida, Audrey.
George se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
– Bien hecho. ¿Y cuándo es la boda? -Nada le gustaba tanto en esta vida como los bailes y las fiestas, y todos rieron cuando lo dijo.
– Creo que pronto. Tom no ve ninguna razón para esperar. Queremos hacer un viaje juntos este verano y pensó que bien podía ser nuestra luna de miel. Le gustaría ir a Europa. Se me declaró en Nueva York y hemos pensado que podríamos casarnos a finales de junio. Sé que puede parecer cursi, pero me gusta la idea de ser una novia de junio.
El rubor cubrió sus mejillas y Sarah sonrió. Estaba feliz por ella. En ningún momento imaginó que el encuentro que había tramado tendría semejante final. Solo se había atrevido a esperar que fueran amigos y se vieran de vez en cuando. Aquello era como ganar el bote en Las Vegas.
– ¿Estabas con él en Nueva York? -preguntó intrigada.
– Sí -dijo Audrey con una amplia sonrisa.
En su vida había sido tan feliz. Sarah había estado en lo cierto. Tom era un hombre estupendo.
De regreso de Nueva York había hecho escala en St. Louis para conocer a los hijos de Tom. La recibieron con los brazos abiertos y pasó un tiempo con Debbie y sus enfermeras. Le leyó cuentos que solía leerle a Sarah cuando era niña mientras Tom las contemplaba desde la puerta con lágrimas en los ojos. Audrey estaba dispuesta a echarle una mano con las enfermeras y con los cuidados de Debbie, como había hecho su difunta esposa. Quería hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarle.
Miró en torno a la mesa con los ojos vidriosos.
– Me siento muy culpable por abandonaros. -Se volvió hacia Sarah y su madre-. Pero no puedo dejar escapar esta oportunidad. Tom me hace tan feliz…
Sarah se levantó para abrazarla y Mimi se puso en la cola. Las tres mujeres estaban llorando de alegría mientras Jeff sonreía a George. Le violentaba un poco participar de un momento tan íntimo, pero los dos hombres parecían emocionados.
– ¡Qué gran noche! -exclamó George.
Sarah fue a la nevera a por una botella de champán que había traído de su apartamento y Jeff se ofreció a abrirla. Brindaron por la novia y por Tom y de repente Sarah cayó en la cuenta de que tenían una boda que organizar.
– ¿Dónde tenéis pensado casaros, mamá?
– Caray, no tengo ni idea -dijo Audrey, dejando la copa sobre la mesa-. Todavía no lo hemos hablado. Será en San Francisco, eso seguro. Vendrán todos los hijos de Tom, con excepción de Debbie. Queremos una boda íntima, únicamente la familia y algunos amigos. -En el caso de Audrey, eso significaba una docena de mujeres con las que salía desde hacía veinte años-. La hija de Tom quiere organizamos una fiesta en St. Louis, pero creo que no queremos una gran boda. -Audrey no tenía un amplio círculo de amigos y Tom no conocía a nadie en San Francisco.
– Se me ocurre una idea -dijo Sarah con una sonrisa-. Para entonces mi casa ya estará pintada. -Aún faltaban casi dos meses para la boda-. ¿Por qué no os casáis aquí? Podrías ayudarme a organizarlo todo. Alquilaríamos mobiliario y puede que algunas plantas. Podríamos celebrar la ceremonia en el salón y servir las copas en el jardín… sería maravilloso, y es una casa de la familia. ¿Qué me dices?
Audrey la miró y su rostro se iluminó.
– Me encantaría. Tom no es muy religioso y creo que estaría más cómodo aquí que en una iglesia. Se lo preguntaré, pero la idea me parece fantástica. ¿Qué opinas tú, mamá? -Se volvió hacia Mimi, que le estaba sonriendo con cariño.
– Estoy muy contenta por ti, Audrey, y creo que sería maravilloso hacerlo aquí, si Sarah se siente capaz. Significaría mucho para mí.
Audrey dijo que contrataría músicos y un servicio de catering, y su florista podría encargarse de las flores. Lo único que Sarah tenía que hacer era estar allí. Y de las invitaciones se encargarían ella y Tom. Sarah todavía no acababa de creérselo. Su madre iba a casarse y a mudarse a St. Louis.
– Te echaré mucho de menos, mamá -dijo cuando la acompañó a la puerta. Tenían un montón de detalles que organizar, y Audrey rezumaba entusiasmo por todos sus poros, especialmente por el novio, como debía ser-. Fuiste tú quien me aconsejó que alquilara la casa para bodas cuando la tuviera terminada -añadió, riendo-. Nunca pensé que tu boda sería la primera.
– Ni yo. -Audrey rodeó a su hija con un brazo-. Puedo servirte de conejillo de Indias. Espero que uno de estos días la boda que celebremos en esta casa sea la tuya. -Lo decía de corazón-. Por cierto, me gusta tu arquitecto, es encantador. Es una pena que tenga novia. ¿Van realmente en serio?