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Audrey siempre estaba haciendo de celestina, pero esta vez Sarah se le había adelantado y por partida doble. No obstante, aún no estaba preparada para decirle que salía con Jeff. Quería esperar un tiempo, disfrutar en privado del proceso de descubrirse mutuamente.

– Vivieron juntos catorce años -dijo Sarah en tiempo pasado, pero Audrey estaba demasiado emocionada con todo lo demás para reparar en ese detalle.

– Es una pena… y creo que dijiste que tienen una casa y un negocio juntos. En fin, también está Fred, el hijo de Tom. Es adorable y acaba de divorciarse. Ya tiene un millón de pretendientas. Le conocerás en la boda.

– Me parece que no tengo ganas de hacer cola, mamá. Además, geográficamente no me conviene. Soy socia de un bufete de abogados en San Francisco.

– Bueno, ya encontraremos a alguien -la tranquilizó Audrey, pero Sarah no estaba intranquila. Ahora se sentía a gusto sola, y aunque todavía fuera un secreto, estaba saliendo con Jeff. No estaba desesperada por encontrar un hombre. Y en su opinión, ya lo tenía. Un gran hombre.

– Te llamaré pronto, mamá. Me alegro mucho por ti y por Tom -dijo Sarah, despidiéndose con un beso.

Mimi y George se marcharon unos minutos después. Hacían una pareja adorable. Sarah le dijo a Mimi que esperaba que la siguiente boda fuera la suya. Mimi le respondió con una risita ahogada que no dijera bobadas y George dejó escapar una carcajada. Estaban bien así, asistiendo a sus bailes y fiestas, jugando al golf y divirtiéndose en Palm Springs. Tenían todo lo que deseaban sin estar casados. Tom, en cambio, sería estupendo para Audrey, que todavía era lo bastante joven para desear un marido. Mimi dijo que era feliz tal y como estaba.

Cuando todos se hubieron marchado reinó una extraña calma. Sarah regresó a la cocina pensando en lo raro que se le hacía que su madre se fuera a vivir a otra ciudad. Ya la echaba de menos. En los últimos meses su relación había mejorado tanto que para ella iba a suponer una gran pérdida. Se sentía como una niña abandonada. No se atrevía a expresar ese sentimiento con palabras, porque la hacía sentirse ridícula, pero era lo que sentía.

– Vaya nochecita -dijo cuando entró en la cocina. Jeff estaba llenando el lavavajillas-. No me lo esperaba en absoluto -añadió, acercándose para ayudarle-, pero me alegro mucho por mi madre.

– ¿Te parece bien? -Jeff la miró directamente a los ojos. La conocía mejor de lo que Sarah creía, y se preocupaba por ella-. ¿Es un buen hombre? -Le gustaba su familia, y de repente sintió que deseaba proteger a Audrey, aunque apenas la conociera.

– ¿Tom? Es maravilloso. Yo misma los presenté. Es uno de los herederos del patrimonio de Stanley Perlman y de esta casa. Pero nunca imaginé que se casarían. Sé que cenaron juntos cuando Tom estuvo aquí y que él le envió algunos correos electrónicos, pero mi madre no había vuelto a mencionármelo desde entonces. Creo que será muy feliz con él, y exceptuando sus comentarios mordaces, mi madre es una gran mujer. -La respetaba y la quería, aunque le hubiera hecho sufrir en el pasado. Pero esa época ya era historia. Y ahora que estaban más unidas que nunca, se marchaba-. La echaré de menos. Me siento como si acabaran de dejarme en el campamento. -Jeff sonrió y dejó de llenar el lavavajillas el tiempo suficiente para darle un beso en los labios.

– Estarás bien. Podrás ir a verla siempre que quieras y estoy seguro de que Audrey vendrá a veros a menudo. También ella os echará de menos a ti y a Mimi. Y ahora que lo recuerdo, tengo algo que confesarte.

– ¿Qué? -Jeff sabía tranquilizarla, y a Sarah le encantaba ese aspecto de él. Era un hombre estable y reconfortante. Nunca daba la impresión de estar a punto de echar a correr. Era la clase de hombre que se comprometía y permanecía, como había hecho con Marie-Louise hasta que esta se marchó.

– Mi confesión es que aunque salga contigo, me he enamorado perdidamente de Mimi. Quiero que huyamos y nos casemos, y si es necesario estoy dispuesto a enfrentarme a George. Es la mujer más dulce, adorable y divertida que conozco, mejorando lo presente, claro. Solo quería que supieras que voy a proponerle matrimonio uno de estos días. Espero que no te importe.

Sarah se estaba desternillando, feliz de que su abuela le hubiera caído tan bien. Mimi era una mujer irresistible y Jeff hablaba completamente en serio.

– ¿Verdad que es increíble? Es la mejor abuela del mundo. Nunca le he oído decir nada malo de nadie, se encariña con toda la gente que conoce y se lo pasa bien en todas partes. Todo el mundo la adora. No conozco a nadie con una actitud tan positiva ante la vida.

– Estoy totalmente de acuerdo -convino Jeff mientras ponía en marcha el lavavajillas y se volvía hacia Sarah-. Entonces, ¿no te importa si me caso con ella?

– En absoluto. Yo me encargo de la boda. Caray, eso te convertiría en mi abuelastro. ¿Tendré que llamarte abuelo?

Jeff hizo una mueca.

– Abuelo Jeff sonaría un poco mejor, ¿no crees? -dijo. Luego sonrió con picardía-. Eso significa que soy un viejo muy verde por salir contigo.

En realidad solo le llevaba seis años. Mientras lo decía, la estrechó entre sus brazos y la besó. Le había conmovido formar parte de su cena familiar y haber compartido, además, una gran noticia. Nadie la esperaba, pero había hecho que la velada resultara especialmente emotiva, sobre todo para Mimi, cuya hija deseaba casarse en la casa donde ella había nacido. Habían cerrado el círculo.

Sarah le ofreció otra copa de vino. Disponían de pocos lugares donde sentarse. Sarah solo tenía las sillas de la cocina y la cama de arriba. El resto del tiempo lo pasaban trabajando en la casa y no les importaba sentarse en el suelo. Pero en noches como esa las opciones eran limitadas. Y Sarah sentía que aún no tenía suficiente confianza con Jeff para invitarlo a tumbarse en su cama a ver la tele. Tampoco en el dormitorio tenía asientos, aunque había encargado un pequeño sofá rosa que tardaría meses en llegar.

Jeff dijo que ya había bebido suficiente y se quedaron charlando en la cocina un largo rato. Se daba cuenta de la incomodidad social que generaba la falta de mobiliario. Conocía bien las circunstancias de Sarah. Finalmente ella bostezó y él sonrió.

– Será mejor que te acuestes -dijo, levantándose.

Sarah le acompañó hasta la puerta.

Jeff la besó y de repente puso cara de desconcierto.

– ¿Qué día es hoy?

– No lo sé -farfulló Sarah mientras él la besaba de nuevo. Estaba calculando algo, pero Sarah ignoraba qué. Le gustaban las tonterías que hacía a veces, le hacían sentirse joven.

– Bueno, si la comida fue nuestra primera cita oficial… ¿Fue eso lo que acordamos?… -dijo, besándola una vez más-. Y luego hubo tres cenas… dos aquí y una fuera… lo que hacen cuatro… significa que esta noche es nuestra quinta cita, creo…

– ¿De qué estás hablando? -rió Sarah-. Eres un completo bobo. ¿Qué importa qué día sea hoy? -No entendía adonde quería ir a parar, y tampoco podían dejar de besarse. Fuera el día que fuera, era un gran día y Sarah adoraba sus besos. No podía despegarse de Jeff el tiempo suficiente para dejarle partir, y él parecía tener el mismo problema.

– Solo estaba tratando de decidir -dijo Jeff con la voz ronca por la pasión- si aún es pronto para preguntarte si puedo quedarme a pasar la noche… ¿Qué opinas tú?

Sarah soltó una risita. Le gustaba la idea, y se había estado haciendo la misma pregunta.

– Creía que ibas a casarte con Mimi… abuelo Jeff.

– Mmmm… es cierto… aunque el compromiso todavía no es oficial… y tampoco tiene por qué enterarse… a menos que… ¿Qué opinas tú, Sarah? ¿Quieres que me vaya? -preguntó, poniéndose súbitamente serio. No quería hacer nada que pudiera disgustarla. No tenía prisa, pero desde el día que se conocieron soñaba con pasar la noche con ella-. Si quieres que me vaya, me iré. -Se preguntaba si aún era pronto para ella. Para él no.