– No. Fue antes de nosotros.
– ¿De nosotros? -La mujer enarcó una ceja-. ¿Acaso Jeff y tú sois ahora un «nosotros»? -Había empezado a sospecharlo, pero no podía poner la mano en el fuego. Y Sarah no había dicho nada al respecto. Jeff, sencillamente, estaba allí, siempre atento y cortés, cada vez que se dejaba caer por casa de su hija.
– Puede. No hablamos de eso.
Era cierto. Disfrutaban el uno del otro sin poner etiquetas a su relación. Ambos acababan de salir de una relación que no había funcionado. Ambos querían actuar con prudencia, pero eran felices juntos. Más felices de lo que ninguno lo había sido con su anterior pareja.
– ¿Y por qué no?
– No necesitamos saberlo.
– ¿Y por qué no? -insistió Audrey-. Sarah, tienes treinta y nueve años. No te quedan tantos como para malgastarlos con relaciones que no van a ninguna parte. -Aunque no lo dijo, ambas sabían que Phil había sido un callejón sin salida.
– No quiero ir a ninguna parte, mamá. Me gusta donde estoy. Y también a Jeff. No tenemos planeado casarnos.
Siempre decía eso, pero Audrey estaba convencida de que si su hija encontraba al hombre adecuado, cambiaría de opinión. Quizá esta vez lo había encontrado. Jeff parecía un hombre agradable, competente, inteligente, estable y próspero. ¿Qué más podía pedir? Sarah la preocupaba a veces. La veía demasiado independiente.
– ¿Qué tienes en contra del matrimonio? -le preguntó mientras llegaban a los coches y cada una buscaba sus llaves en el bolso.
Sarah titubeó un instante y finalmente decidió sincerarse con su madre.
– Tú y papá. No quiero tener una relación como la vuestra. No podría. -Todavía sufría pesadillas.
Audrey la miró con inquietud y bajó la voz.
– ¿Es que Jeff bebe?
Sarah se echó a reír y negó con la cabeza.
– No, mamá, no bebe. O por lo menos no más de lo conveniente. Probablemente yo beba más que él, lo cual tampoco es mucho. El matrimonio me parece demasiado complicado, eso es todo. Solo oyes hablar de parejas que se odian, se divorcian, pagan pensiones y se odian todavía más. ¿Quién necesita eso? Yo desde luego no. Estoy mejor así. En cuanto te casas lo estropeas todo. -Entonces recordó que ese mismo día habían comprado el vestido que su madre iba a llevar en su próxima boda-. Lo siento, mamá. Tom es un hombre maravilloso, y Jeff también, pero el matrimonio no es para mí. Y tampoco creo que a Jeff le entusiasme la idea. Vivió con su pareja catorce años sin casarse.
– Puede que ella fuera como tú. Hoy día las mujeres jóvenes sois criaturas extrañas. Ninguna quiere casarse. Solo los viejos queremos hacerlo.
– Tú no eres vieja, mamá, y estás preciosa con ese vestido. Tom se caerá de espaldas cuando te vea. No lo sé, quizá sea una cobarde.
Audrey la miró con lágrimas en los ojos.
– Lamento mucho lo que tu padre y yo te hemos hecho. La mayoría de los matrimonios no son como el nuestro. -Con un marido alcohólico que la dejó viuda a los treinta y nueve años, la edad de Sarah en esos momentos.
– No, pero los hay, y no quiero correr ese riesgo.
– Yo tampoco quería, pero mírame ahora. Estoy deseándolo. -Audrey estaba feliz y Sarah se alegraba por ella.
– Quizá lo haga cuando tenga tu edad, mamá. Por el momento no hay prisa.
Audrey lo sentía por Sarah, y más la apenaba la posibilidad de que nunca tuviera hijos. Siempre había dicho que no quería ser madre, e incluso ahora, con el reloj biológico haciéndole señas, probablemente seguía pensando lo mismo. Ni hijos ni marido. Lo único que había deseado con verdadera pasión en esta vida era su casa. Y el trabajo, aunque Audrey sospechaba que su hija estaba enamorada de Jeff pero se negaba a reconocérselo. Y Sarah, por mucho que le dijera a su madre, sabía que quería a Jeff. Por eso la asustaba tanto la idea de comprometerse. No estaba preparada, y quizá nunca lo estuviera. Por el momento estaban bien así. Jeff no la presionaba. Solo Audrey lo hacía. Quería que todo el mundo fuera feliz, y ahora que se acercaba su gran momento, pensaba que todo el mundo debería hacer como ella.
– ¿Por qué no te preocupas por Mimi y George? -bromeó Sarah.
– Ellos no necesitan casarse a su edad -repuso Audrey con una sonrisa, aunque hacían muy buena pareja y últimamente eran inseparables.
– Quizá ellos lo vean de otro modo. Creo que en la boda deberías lanzarle el ramo a Mimi. Si me lo lanzas a mí, te lo devolveré.
– Mensaje recibido -dijo Audrey con un suspiro.
Sarah sabía muy bien lo que quería y lo que no. Era una mujer muy testaruda.
Subieron a sus respectivos coches contentas de haber encontrado un vestido para la boda. Cuando Sarah llegó a casa, Jeff estaba hablando con los pintores. Casi habían terminado el trabajo. Llevaban, por el momento, seis meses de reformas y todo estaba quedando de maravilla. Aún había detalles que rematar, y los habría durante mucho tiempo, pero la casa estaba preciosa y gracias a Jeff todo se había hecho por debajo del presupuesto previsto. Sarah incluso había terminado la librería, que ahora se hallaba en el estudio llena de libros de derecho, pero con espacio para más. Todo en la casa era perfecto. En los últimos días había estado pensando en encargar las cortinas, por lo menos para algunas habitaciones. Deseaba hacer las cosas poco a poco. En otoño quería empezar a buscar muebles en subastas de anticuarios. Ella y Jeff pensaban que sería divertido hacerlo juntos. Él era un entendido en antigüedades y le estaba enseñando muchas cosas.
– ¿Qué tal te ha ido el día? -le preguntó Jeff con una sonrisa.
Sarah dejó las bolsas y se quitó los zapatos con un suspiro. Su madre se tomaba muy en serio lo de ir de compras. Estaba agotada.
– Ha sido un duro día en Neiman's, pero las dos hemos encontrado un vestido para la boda.
Jeff sabía que el tema las había tenido preocupadas.
– Joe y yo estábamos hablando del color para el salón de baile. Creo que deberías optar por un color crema. ¿Qué te parece?
Ya habían decidido que el blanco era demasiado duro, y en un momento de frivolidad Sarah había pensado en un azul celeste, pero le gustaba más la idea del crema. Confiaba en la visión y la intuición de Jeff. Hasta el momento no se había equivocado en sus elecciones y él, pese a ser el arquitecto, respetaba sobremanera la opinión de Sarah. Después de todo, era su casa.
– Me parece bien.
– Estupendo. Ahora ve a darte un baño y disfruta de una copa de vino. Hoy te invito a cenar fuera. -Jeff subió al salón de baile con el pintor para hacer pruebas en las paredes. Los tonos podían variar mucho según cómo les diera la luz.
– A la orden, señor -respondió Sarah mientras ponía rumbo a su cuarto con las bolsas de Neiman's y los zapatos en las manos. Las escaleras la mantenían en forma. Todavía no había empezado a montar el gimnasio en el sótano. Primero quería ocuparse de las cortinas y los muebles.
Jeff apareció en el dormitorio media hora después. Sarah estaba tumbada en la cama, viendo las noticias. Parecía relajada. A veces le encantaba mirarla. Se estiró junto a ella y la rodeó con un brazo.
– Hoy le he hablado a mi madre de nosotros -dijo vagamente Sarah, sin apartar los ojos del televisor.
– ¿Y qué ha dicho?
– No mucho. Le caes bien, y también a Mimi. Me soltó el rollo de siempre sobre mi edad, mi última oportunidad, los hijos, bla, bla, bla.
– Traduce, por favor -pidió, intrigado, Jeff-. La parte del bla, bla, bla.
– Opina que debería casarme y tener hijos. Yo no estoy de acuerdo. Nunca lo he estado.
– ¿Por qué no?
– No creo en el matrimonio. Pienso que el matrimonio lo estropea todo.
– Eso simplifica las cosas, ¿no es cierto?
– Para mí sí. ¿Y para ti? -Sarah se volvió hacia él con una ligera expresión de preocupación. Nunca habían ahondado en el tema. Como Jeff no se había casado con Marie-Louise, siempre había dado por sentado que opinaba como ella.