– Yo sigo aquí -dijo él con voz queda.
– Lo sé. -Sarah sonrió y se inclinó para besarle-. Supongo que eso me obliga a tener una vida de adulta. Cuando ellas estaban aquí siempre me sentía como una niña. Quizá sea eso a lo que me refería con lo de la sensación extraña.
– Quizá -dijo Jeff.
Apagaron las luces de la cocina y subieron al dormitorio, que ahora consideraban de los dos.
Sarah telefoneó a su madre por la mañana y le dijo que era una traidora por haber mantenido el secreto cuando la llamó para desearle feliz día de Acción de Gracias. Audrey la había llamado una segunda vez y tampoco había dicho una palabra.
– No quería estropear la sorpresa. Mimi me pidió que no dijera nada. Me parece fantástico y creo que el clima de Palm Springs le conviene más. Tom y yo iremos a San Francisco para la boda y pasaremos como mínimo una noche.
– ¿Queréis alojaros en casa? -preguntó esperanzada Sarah.
– Nos encantaría.
– Será divertido teneros a todos bajo el mismo techo.
Sarah obtuvo de su madre todos los detalles que necesitaba y el lunes puso manos a la obra. Lo único que Mimi tenía que hacer era comprarse el vestido. Dijo que era demasiado mayor para casarse de blanco. Dos días más tarde telefoneó a Sarah con voz triunfal. Había encontrado el vestido ideal en un color que llamaban champán. Sarah cayó entonces en la cuenta de que también ella necesitaba un vestido. Esta vez se decantó por un terciopelo verde oscuro Y como era Nochevieja, decidió que fuera largo. Audrey dijo que iría de azul marino.
Durante las cinco semanas entre Acción de Gracias y Navidad la vida de Sarah fue una carrera de relevos sin nadie a quien pasarle el testigo. No quería que Mimi se ocupara de nada, pero ella tampoco disponía de tiempo, de modo que al final dijo al servicio de catering que se encargara de todo y repasó con ellos los detalles.
Aparte de eso, seguía haciendo cosas en la casa a fin de dejarla impecable para la boda, asistía a cenas navideñas con Jeff e intentaba organizarse para la Navidad. Jeff estaba eufórico. Después de pasarse años sorteando el pesimismo que se apoderaba de Marie-Louise en esas fechas, como si él tuviera la culpa de todo el acontecimiento, ese año podía celebrarlo por todo lo grande. Cada día llegaba a casa con adornos, regalos y villancicos nuevos, y dos semanas antes de Navidad apareció con un abeto Douglas de seis metros y cuatro hombres para instalarlo al lado de la escalera, tras lo cual llegó con dos coches enteros cargados de adornos. Sarah se echó a reír cuando lo vio. Los villancicos que Jeff tenía puestos en el equipo de música estaban tan altos que Sarah apenas pudo oírle cuando le habló desde lo alto de la escalera. Acababa de coronar el árbol con la estrella.
– ¡Esto es como vivir en el taller de Papá Noel! -gritó Sarah, y tuvo que repetirlo tres veces-. Pero no importa, está precioso.
Jeff le agradeció el elogio. Estaba muy satisfecho con su obra, y también ella. Le había comprado una mesa de arquitecto antigua en una subasta que tenía que llegar el día de Nochebuena. Jeff casi se desmayó al verla.
– ¡Dios mío, Sarah, es preciosa! -Le encantaba. Le encantaba celebrar la Navidad con ella.
Audrey y Mimi no estaban. Era la primera Navidad que Sarah pasaba sin ellas, pero Jeff hizo que resultara maravillosa. Sarah preparó un pavo pequeño para Nochebuena y fueron juntos a la misa del gallo. Cayó en la cuenta, mientras compartía con Jeff la cena y una excelente botella de vino que él había comprado, de que un año atrás, justo ese mismo día, había hablado a su madre y a su abuela de la casa de la calle Scott. Y ahora allí estaban.
Tampoco olvidaba que un año atrás había pasado sola las vacaciones por quinta vez consecutiva, que Phil estaba en Aspen con sus hijos y ella volvía a quedar excluida. Su vida había cambiado radicalmente en un año y estaba encantada. Adoraba a Jeff y adoraba la casa. El único lado triste era que su familia se había marchado de San Francisco. Evolución. Una veces era buena, otras no. Pero al menos se habían marchado por buenas razones.
Jeff y Sarah pasaron un día de Navidad tranquilo. Él le había regalado un fino brazalete de brillantes y Sarah no paraba de contemplarlo y sonreír. Era muy generoso con ella y el brazalete le gustaba tanto como a él la mesa de arquitecto. Sarah, además, le había llenado un calcetín con un montón de chucherías y hasta una carta de Papá Noel donde le decía que era un niño estupendo, pero que por favor no dejara la ropa sucia tirada por todo el suelo del lavadero a la espera de que otra persona la recogiera. Era su único defecto. No tenía muchos. Y Jeff estaba feliz con todo lo que Sarah había hecho por él durante las fiestas. No tenía nada que ver con su experiencia con Marie-Louise. Sarah era el mejor regalo de Navidad que le habían hecho jamás.
Cinco días después Audrey y Tom llegaron de St. Louis. Sarah sintió entonces que realmente estaban en Navidad. Su abuela y George también aparecieron esa noche. Las dos parejas se hospedaban en su casa y estaba feliz. Jeff la ayudó a cocinar para todos. Y las tres mujeres pasaron largas horas en la cocina charlando. Audrey les habló de su vida en St. Louis. Le encantaba. Tom era aún mejor de lo que había imaginado. Parecía realmente dichosa. Y Mimi estaba eufórica, como era de esperar en una novia. Sarah se alegraba enormemente de tenerlos a todos en casa. Le hacía sentirse de nuevo como una niña.
Al día siguiente, la mañana del último día del año, salieron a desayunar fuera. El personal del servicio de catering ya estaba trabajando en la cocina, y pese a tratarse de una cena para poca gente, los preparativos parecían no tener fin. Pero tanto Mimi como George estaban muy tranquilos. Lo pasaron muy bien todos juntos, riendo y charlando. Los tres hombres hablaron de fútbol y los movimientos bursátiles. Tom y George hablaron de golf. Jeff flirteó con la novia, para deleite de esta, y Audrey y Sarah hablaron de los detalles de la boda y repasaron la lista. Después salieron a dar un paseo y no volvieron a casa hasta la una.
Mimi se metió en otro dormitorio y le dijo a George que no quería verlo hasta la noche. Sarah había quedado con la peluquera y la manicura para que fueran a casa.
Pasaron una tarde deliciosa. Iban a quedarse también esa noche, para ver entrar el nuevo año después la boda. Al día siguiente los recién casados pondrían rumbo a Los Ángeles y Audrey y Tom a Pebble Beach. Jeff y Sarah se quedarían relajadamente en casa. Sarah intentaría pintar dos habitaciones. Estaba hecha toda una experta. Y Jeff tenía que trabajar en un montón de proyectos.
El ajetreo fue tomando posesión de la casa a medida que se acercaban las ocho. Sarah y Audrey subieron para ayudar a Mimi a vestirse. Cuando entraron en el dormitorio la encontraron sentada en la cama, en bata y con el pelo arreglado, sosteniendo la fotografía de su madre.
Mimi miró a su hija y a su nieta y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– ¿Estás bien, mamá? -preguntó suavemente Audrey.
– Sí. -Mimi suspiró-. Estaba pensando en lo felices que al principio debieron de ser mis padres aquí… y en que yo nací en esta casa… Me alegro tanto de casarme aquí con George… Siento que es lo adecuado. Estaba pensando que a mi madre le habría gustado. -Miró a Sarah-. Me alegro tanto de que compraras esta casa… Nunca imaginé lo mucho que significaría para mí cuando nos hablaste de ella… parece absurdo decir algo así a mi edad, pero después de toda la tristeza con la que crecí, y después de echar tanto de menos a mi madre, finalmente siento que he vuelto a casa y que me he reencontrado con ella.
Sarah estrechó entre sus brazos a la abuela a la que tanto quería, a la que todos querían, y le habló en susurros.