bras, Cabemos, esté tranquilo, para una familia como la nuestra el apartamento basta y sobra, respondió Marcial, no necesitaremos dormir todos juntos. Cipriano Algor pensó, Lo he molestado, hubiera sido preferible que no le hiciera la pregunta. Hasta llegar a casa no volvieron a hablar. Marta recibió la noticia sin manifestar ningún sentimiento. Lo que se sabe que va a ocurrir en cierta manera es como si ya hubiese ocurrido, las expectativas hacen algo más que anular las sorpresas, embotan las emociones, las banalizan, todo lo que se deseaba o temía ya había sido vivido mientras se deseó o temió. Durante la cena Marcial dio una importante información de la que se había olvidado, y ésta desagradó francamente a Marta, Quieres decir que no podremos llevarnos nuestras cosas, Algunas sí, las de decoración de la casa, por ejemplo, pero no los muebles, ni la vajilla, ni la cristalería, ni los cubiertos, ni los manteles, ni las cortinas, ni la ropa de cama, el apartamento ya tiene todo lo que se necesita, O sea que mudanza, mudanza, eso que llamamos mudanza, no habrá, dijo Cipriano Algor, Se mudan las personas, ésa es la mudanza, Vamos a dejar esta casa con todo lo que tiene dentro, dijo Marta, Ya ves que no hay otro remedio. Marta pensó un poco, después tuvo que aceptar lo inevitable, Vendré por aquí de vez en cuando, para abrir las ventanas, airear las habitaciones, una casa cerrada es como una planta que se olvidan de regar, muere, se seca, se marchita. Cuando acabaron de comer, y antes de que Marta se levantase para retirar los platos, Cipriano Algor dijo, He estado pensando. La hija y el yerno entrecruzaron las miradas, como si se transmitiesen uno a otro palabras de alarma, Nunca se sabe por dónde puede salir cuando se pone a pensar. La primera idea, continuó el alfarero, fue que Marcial me ayudase mañana en el trabajo del horno, Pido licencia para recordarle que quedó claro que tendríamos tres días de descanso, puntualizó Marta, Los tuyos comienzan mañana, Y los suyos, Los míos tampoco van a tardar, sólo tendrán que esperar un poco, Bien, ésa es la primera idea, y la segunda, cuál es, o la tercera, preguntó Marta, Disponemos en el horno, por la mañana, los muñecos que están listos para cocer, pero no lo encendemos, luego me ocuparé yo de eso, a continuación me ayudáis a cargar en la furgoneta las figuras que ya están acabadas, y mientras las llevo al Centro y vuelvo, os quedáis tranquilos aquí, sin un padre y un suegro metiéndose donde no lo llaman, Ese es el acuerdo que hizo con el departamento de compras, entregar los muñecos mañana, preguntó Marcial, no fue ésa la impresión que saqué, pensé que los llevaríamos después, cuando vayamos los tres, Así es mejor, respondió Cipriano Algor, se gana tiempo, Se gana por un lado y se pierde por otro, las otras figuras van a retrasarse, No se retrasarán mucho, enciendo el horno así que llegue a casa después de que regresemos del Centro, quién sabe si no será la última vez, Vaya idea la suya, todavía tenemos seiscientos muñecos por hacer, dijo Marta, No estoy tan seguro de eso, Por qué, En primer lugar, la mudanza, el Centro no es persona que se quede a la espera de que el suegro del guarda residente Marcial Gacho termine un pedido, aunque haya que decir que, con tiempo, suponiendo que lo hubiese, yo podría acabarlo solo, y en segundo lugar, En segundo lugar, qué, preguntó Marcial, En la vida hay siempre alguna cosa que viene detrás de lo que aparece en primer lugar, a veces tenemos la impresión de saber lo que es, pero querríamos ignorarlo, otras veces ni siquiera imaginamos lo que puede ser, pero sabemos que está ahí, Deje de hablar como un oráculo, por favor, dijo Marta, Muy bien, se calla el oráculo, quedémonos entonces con aquello que venía en primer lugar, lo que pretendía decir es que si la mudanza tiene que ser hecha en breve no habrá tiempo para resolver el problema de los seiscientos muñecos que faltan, Será cuestión de hablar con el Centro, dijo Marta dirigiéndose al marido, tres o cuatro semanas más no deben suponerle nada, habla con ellos, si tardaron tanto tiempo en decidir tu ascenso, bien pueden ahora ayudarnos en esto, además se ayudarían a ellos mismos porque se quedarían con el pedido completo, No hablo, no merece la pena, dijo Marcial, tenemos diez días exactos para hacer la mudanza, ni una hora más, es el reglamento, el próximo día de descanso ya tendré que pasarlo en el apartamento, También podrías venir a pasarlo aquí, dijo Cipriano Algor, a tu casa de campo, No estaría bien visto que ascendiera a guarda residente y me ausentara del Centro en el primer descanso, Diez días es poco tiempo, dijo Marta, Tal vez fuese poco tiempo si tuviésemos que llevarnos los muebles y el resto, pero las únicas cosas que realmente tendremos que mudar son los cuerpos con las ropas que vestimos, y ésos estarían entrando en el apartamento en menos de una hora si fuera necesario, Siendo así, qué haremos con lo que quede del pedido, preguntó Marta, El Centro lo sabe, el Centro lo anunciará cuando lo crea oportuno, dijo el alfarero. Auxiliada por el marido, Marta quitó la mesa, después fue a la puerta para sacudir el mantel, se entretuvo un poco mirando hacia fuera, y cuando volvió dijo, Todavía hay una cuestión que resolver y no puede ser dejada para última hora, Qué cuestión es ésa, preguntó Marcial, El perro, respondió ella, Encontrado, rectificó Cipriano Algor, y Marta continuó, Puesto que no somos personas para matarlo o para dejarlo abandonado, hay que darle un destino, confiarlo a alguien, Es que en el Centro no se aceptan animales, aclaró Marcial con intención al suegro, Ni una tortuga familiar, ni siquiera un canario, ni al menos una tierna tortolita, quiso saber Cipriano Algor, Parece que de repente ha dejado de interesarle la suerte del perro, dijo Marta, De Encontrado, Del perro, de Encontrado, es lo mismo, lo importante es decidir qué vamos a hacer con él, yo por mi parte digo que ya tengo una idea, Yo también, cortó Cipriano Algor, y acto seguido se levantó y se fue a su habitación. Reapareció pasados algunos minutos, atravesó la cocina sin pronunciar palabra y salió. Llamó al perro, Anda, vamos a dar una vuelta, dijo. Bajó con él la cuesta, al llegar a la carretera giró hacia la izquierda, en dirección opuesta al pueblo, y se adentró en el campo. Encontrado no se apartaba de los tobillos del dueño, debía de estar recordando sus tiempos de infeliz vagabundeo cuando lo expulsaban violentamente de los huertos y hasta un trago de agua le negaban. Aunque no tenga nada de miedoso, aunque no le asusten las sombras de la noche, preferiría estar ahora tumbado en la caseta, o, mejor todavía, enroscado en la cocina, a los pies de uno de ellos, no dice uno de ellos por indiferencia, como si le diese igual, porque a los otros dos también los mantendría al alcance de la vista y del olfato, y porque podría mudar de sitio cuando le apeteciese sin que la armonía y la felicidad del momento sufriesen con el cambio. No fue muy largo el paseo. La piedra en que Cipriano Algor acaba de sentarse va a hacer las veces de banco de las meditaciones, para eso salió de casa, si se hubiese acogido al auténtico la hija lo vería desde la puerta de la cocina y no tardaría en acercarse preguntándole si estaba bien, son cuidados que evidentemente se agradecen, pero la naturaleza humana está hecha de tan extraña manera que hasta los más sinceros y espontáneos movimientos del corazón pueden ser inoportunos en ciertas circunstancias. De lo que Cipriano Algor pensó no merece la pena hablar porque ya lo había pensado en otras ocasiones y de ese pensar se dejó información más que suficiente. Y lo nuevo aquí aconteció fue que él dejó resbalar por la cara unas cuantas costosas lágrimas, hace mucho tiempo que andaban ahí represadas, siempre a punto de derramarse, finalmente estaban prometidas para esta hora triste, para esta noche sin luna, para esta soledad que no se resigna. No tuvo novedad alguna, porque ya había sucedido otra vez en la historia de las fábulas y de los prodigios de la gente canina, que se acercara Encontrado a Cipriano Algor para lamerle las lágrimas, gesto de consolación suprema que, en todo caso, por muy conmovedor que nos parezca, capaz incluso de tocar los corazones menos propensos a manifestaciones de sensibilidad, no nos debería hacer olvidar la cruda realidad de que el sabor a sal que en ellas está tan presente es apreciado en grado sumo por la generalidad de los perros. Una cosa, sin embargo, no quita la otra, si preguntamos a Encontrado si es la sal la causa de que lamiera la cara de Cipriano Algor, probablemente nos respondería que no merecemos el pan que comemos, que somos incapaces de ver más allá de la punta de nuestra nariz. Así se quedaron más de dos horas el perro y su dueño, cada cual con sus pensamientos, ya sin lágrimas que uno llorase y otro secase, quién sabe si a la espera de que la rotación del mundo volviera a poner todas las cosas en sus lugares, sin olvidar algunas que todavía no han conseguido encontrar sitio.