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y yo no sé hacer otra cosa, Pero va a vivir a costa de su yerno, No tengo más remedio, También podría vivir de lo que su mujer ganara, Cuánto tiempo duraría el amor en ese caso, preguntó Cipriano Algor, No trabajé mientras estuve casada, viví de lo que mi marido ganaba, Nadie lo encontraba mal, era ésa la costumbre, pero ponga a un hombre en esa situación y cuénteme lo que pasará después, Entonces tendría el amor que morir forzosamente por esa causa, preguntó Isaura, por una razón tan simple como ésa el amor se acaba, No estoy en situación de responderle, me falta experiencia. Con discreción, Encontrado se levantó, en su opinión la visita de cortesía ya se estaba prolongando demasiado, ahora quería volver a la caseta, al moral, al banco de las meditaciones. Cipriano Algor dijo, Tengo que irme, están esperándome, Así nos despedimos, preguntó Isaura, Vendremos de vez en cuando para saber cómo está Encontrado, para ver si la casa todavía está en pie, no es un adiós hasta siempre jamás. Volvió a enganchar la correa y la pasó a las manos de Isaura, Aquí lo dejo, es sólo un perro, aunque. Nunca sabremos qué ontológicas consideraciones se disponía Cipriano Algor a desarrollar después de la conjunción que dejó suspensa en el aire, porque su mano derecha, esa que sostenía la punta de la correa, se perdió o se dejó encontrar entre las manos de Isaura Madruga, la mujer que no había querido incluir en su presente y que, sin embargo, le decía ahora, Lo quiero, Cipriano, sabe que lo quiero. La correa se resbaló al suelo, sintiéndose libre Encontrado se apartó para oler un rodapié, cuando poco después volvió la cabeza comprendió que la visita se había desviado del camino, que ya no era simple cortesía aquel abrazo, ni aquellos besos, ni aquella respiración entrecortada, ni aquellas palabras que, ahora por muy diferente razón, también comenzaban pero no conseguían acabar. Cipriano Algor e Isaura se habían levantado, ella lloraba de alegría y dolor, él balbuceaba, Volveré, volveré, es una pena que la puerta de la calle no se abra de par en par para que los vecinos puedan presenciar y correr la palabra de cómo la viuda del Estudioso y el viejo de la alfarería se aman de un verdadero y finalmente confesado amor. Con voz que recuperara algo de su tono natural, Cipriano Algor repitió, Volveré, volveré, tiene que haber una solución para nosotros, La única solución es que te quedes, dijo Isaura, Sabes bien que no puedo, Estaremos aquí esperándote, Encontrado y yo. El perro no comprendía por qué motivo sostenía la mujer la correa que lo prendía, yendo los tres andando hacia la puerta, señal evidente de que el dueño y él irían por fin a salir, no comprendía por qué razón la correa todavía no había pasado a la mano de quien, por derecho, la había colocado. El pánico le subía desde las tripas a la garganta, pero, al mismo tiempo, los miembros le temblaban a causa de la excitación resultante del plan que el instinto le acababa de delinear, librarse de un tirón violento cuando se abriera la puerta y, luego, triunfante, esperar fuera a que el dueño fuese a su encuentro. La puerta sólo se abrió después de otros abrazos y de otros besos, de otras palabras murmuradas, pero la mujer lo aseguraba con firmeza, mientras decía, Tú te quedas, tú te quedas, así son las cosas del hablar, el mismo verbo que había sido incapaz de retener a Cipriano Algor era el que no dejaba ahora que Encontrado se escapase. La puerta se cerró, separó al animal de su amo, pero, así son las cosas del sentir, la angustia del desamparo de uno no podía, al menos en ese momento, esperar simpatía ni correspondencia en la lacerada felicidad del otro. No está lejos el día en que sabremos cómo transcurrió la vida de Encontrado en su nueva casa, si le fue cómodo o costoso adaptarse a su nueva dueña, si el buen trato y el afecto sin límites que ella le ofreció fueron suficientes para que olvidara la tristeza de haber sido abandonado injustamente. Ahora a quien tenemos que seguir es a Cipriano Algor, nada más que seguirlo, ir tras él, acompañar su paso sonámbulo. En cuanto a imaginar cómo es posible que se junten en una persona sentimientos tan contrapuestos como, en el caso que estamos apreciando, la más profunda de las alegrías y el más pungente de los disgustos, para luego descubrir o crear aquel único nombre con que pasaría a ser designado el sentimiento particular consecuente de esa unión, es una tarea que muchas veces se ha emprendido en el pasado y cada vez se resigna, como si fuera un horizonte que se va dislocando incesantemente, a no alcanzar siquiera el umbral de la puerta de las inefabilidades que esperan dejar de serlo. La expresión locutiva humana no sabe todavía, y es probable que no lo sepa nunca, conocer, reconocer y comunicar todo cuanto es humanamente experimentable y sensible. Hay quien afirma que la causa principal de esta serísima dificultad reside en el hecho de que los seres humanos están hechos en lo fundamental de arcilla, la cual, como las enciclopedias con minuciosidad nos explican, es una roca sedimentaria detrítica formada por fragmentos minerales minúsculos del tamaño de uno/doscientos cincuenta y seisavos por milímetro. Hasta hoy, por más vueltas que se hayan dado a las lenguas, no se ha conseguido encontrar un nombre para esto.