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El plan de Cipriano Algor no podía ser más simple. Se trataba de bajar en un montacargas hasta el piso cero-cinco y a partir de ahí entregarse a la suerte y a la casualidad. Con muchas menos armas se han ganado batallas, pensó. Y con muchas más se han perdido, añadió por escrúpulo de imparcialidad. Había observado que los montacargas, probablemente por el hecho de que se destinaban casi exclusivamente para el transporte de materiales, no estaban provistos de cámara de vídeo, por lo menos que se vieran, y si alguna hubiese, de ésas minúsculas y camufladas, lo más seguro sería que la atención de los vigilantes de la central se encontrara fijada en los accesos exteriores y en los pisos comerciales y de atracciones. De estar equivocado no tardaría en saberlo. En primer lugar, suponiendo que los pisos de viviendas sobre el nivel del suelo formaran un bloque con los diez pisos subterráneos, le convenía usar el montacargas más cercano a la fachada interior para no tener que perder tiempo buscando un camino entre los mil contenedores de todo tipo y tamaño que imaginaba guardados en los sótanos, en particular en el tal piso cero-cinco que le interesaba. No se quedó demasiado sorprendido cuando se encontró con un espacio amplio, abierto, despejado de mercancías, que obviamente se destinaba a facilitar el acceso al lugar de la excavación. Un paño de pared maestra, entre dos pilares, había sido demolido, por allí se entraba. Cipriano Algor miró el reloj, eran las dos y cuarenta y cinco minutos, pese a ser reducida, la iluminación permanente del piso subterráneo no dejaba distinguir si alguna luz en el interior de la excavación amortiguaba la negritud de la bocacha que lo iba a engullir. Debería haber traído una linterna, pensó. Entonces recordó que un día había leído que la mejor manera de acceder a un lugar a oscuras, si se quiere ver inmediatamente lo de dentro, es cerrar los ojos antes de entrar y abrirlos después. Sí, pensó, es eso lo que tengo que hacer, cierro los ojos y me caigo por ahí abajo, hasta el centro de la tierra. No se cayó. Casi a ras de suelo, a su izquierda, había una luminosidad tenue que no tardó en concretarse, pasos andados, en una hilera de bombillas dispuestas a todo lo largo. Iluminaban una rampa de tierra que formaba al fondo un rellano desde donde nacía otro declive. Tan espeso, tan denso era el silencio que Cipriano Algor podía oír el batir de su propio corazón. Vamos allá, pensó, Marcial se va a llevar el mayor susto de su vida. Comenzó a bajar la rampa, llegó al rellano, bajó la rampa siguiente, un rellano más, ahí paró. Ante él, dos focos colocados a un extremo y a otro, de manera que la luz no diera de lleno en el interior, mostraban la forma oblonga de la entrada de una gruta. En un terraplén a la derecha había dos pequeñas excavadoras. Marcial estaba sentado en un escabel, a su lado una mesa y sobre ella una linterna. Todavía no había visto al suegro. Cipriano Algor salió de la media penumbra del último rellano y dijo en voz alta, No te asustes, soy yo. Marcial se levantó precipitadamente, quiso hablar pero la garganta no dio paso a las palabras, no era para menos, que tire la primera piedra quien crea que diría con toda la calma del mundo, Hola, usted por aquí. Sólo cuando el suegro se encontraba ante él, Marcial, aunque costándole, consiguió articular, Qué hace aquí, cómo se le ha ocurrido la estúpida idea de venir, sin embargo, al contrario de lo que mandaría la lógica, no había enfado en la voz, lo que se notaba, aparte del alivio natural de quien finalmente no está siendo amenazado por una aparición nefasta, era una especie de satisfacción vergonzosa, algo así como un emocionado sentimiento de gratitud que tal vez algún día acabe confesándose. Qué hace aquí, repitió, Vine a ver, dijo Cipriano Algor, Y no se le ha ocurrido pensar en los problemas que me caerán encima si se llega a saber, no piensa que esto puede costarme el empleo, Dirás que tu suegro es un redomado idiota, un irresponsable que debería estar internado en un manicomio, enfundado en una camisa de fuerza, Ganaría mucho con esas explicaciones, no hay duda. Cipriano Algor volvió los ojos hacia la cavidad y preguntó, Viste lo que hay ahí dentro, Lo he visto, respondió Marcial, Qué es, Compruébelo usted mismo, aquí tiene una linterna, si quiere, Vienes conmigo, No, yo también he ido solo, Hay algún camino trazado, algún paso, No, tiene que ir siempre por la izquierda y no perder el contacto con la pared, al fondo encontrará lo que busca. Cipriano Algor encendió la linterna y entró.