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Me olvidé de cerrar los ojos, pensó. La luz indirecta de los focos todavía permitía ver unos tres o cuatro metros de suelo, el resto era negro como el interior de un cuerpo. Había un declive no muy pronunciado, pero irregular. Cautelosamente, rozando la pared con la mano izquierda, Cipriano Algor comenzó a bajar. A cierta altura le pareció que a su derecha había algo que podría ser una plataforma y un muro. Se dijo a sí mismo que cuando volviera averiguaría de qué se trataba, Probablemente es una obra para retener las tierras, y siguió bajando. Tenía la impresión de que había andado mucho, tal vez unos treinta o cuarenta metros. Miró atrás, hacia la boca de la gruta. Recortada contra la luz de los focos, parecía realmente distante, No anduve tanto, pensó, lo que pasa es que estoy desorientándome. Percibía que el pánico comenzaba, insidiosamente, a rasparle los nervios, tan valiente que se imaginara, tan superior a Marcial, y ahora estaba casi a punto de volverse de espaldas y correr a trompicones pendiente arriba. Se apoyó en la roca, respiró hondo, Aunque tenga que morir aquí, dijo, y recomenzó a andar. De repente, como si hubiese girado sobre sí misma en ángulo recto, la pared se presentó ante él. Había alcanzado el final de la gruta. Bajó el foco de la linterna para cerciorarse de la firmeza del suelo, dio dos pasos e iba a la mitad del tercero cuando la rodilla derecha chocó con algo duro que le hizo soltar un gemido. Con el choque la luz osciló, ante sus ojos surgió, durante un instante, lo que parecía un banco de piedra, y luego, en el instante siguiente, alineados, unos bultos mal definidos aparecieron y desaparecieron. Un violento temblor sacudió los miembros de Cipriano Algor, su coraje flaqueó como una cuerda a la que se le estuvieran rompiendo los últimos hilos, pero en su interior oyó un grito que lo obligaba, Recuerda, aunque tengas que morir. La luz trémula de la linterna barrió despacio la piedra blanca, tocó levemente unos paños oscuros, subió, y era un cuerpo humano sentado lo que allí estaba. A su lado, cubiertos con los mismos paños oscuros, otros cinco cuerpos igualmente sentados, erectos todos como si un espigón de hierro les hubiese entrado por el cráneo y los mantuviese atornillados a la piedra. La pared lisa del fondo de la gruta estaba a diez palmos de las órbitas hundidas, donde los globos oculares habrían sido reducidos a un grano de polvo. Qué es esto, murmuró Cipriano Algor, qué pesadilla es ésta, quiénes eran estas personas. Se aproximó más, pasó lentamente el foco de la linterna sobre las cabezas oscuras y resecas, éste es hombre, ésta es mujer, otro hombre, otra mujer, y otro más, y otra mujer, tres hombres y tres mujeres, vio restos de ataduras que parecían haber servido para inmovilizarles los cuellos, después bajó el foco de la linterna, ataduras iguales les prendían las piernas. Entonces, despacio, muy despacio, como una luz que no tuviera prisa en aparecer, aunque llegaba para mostrar la verdad de las cosas hasta en sus más oscuros y recónditos escondrijos, Cipriano Algor se vio entrando otra vez en el horno de la alfarería, vio el banco de piedra que los albañiles dejaron abandonado y se sentó en él, y otra vez escuchó la voz de Marcial, ahora con palabras diferentes, llaman y vuelven a llamar, inquietas, desde lejos, Padre, me oye, respóndame, la voz retumba en el interior de la gruta, los ecos van de pared a pared, se multiplican, si Marcial no se calla un minuto no será posible que oigamos la voz de Cipriano Algor diciendo, distante, como si ella misma fuese también un eco, Estoy bien, no te preocupes, no tardo. El miedo había desaparecido. La luz de la linterna acarició una vez más los míseros rostros, las manos sólo piel y hueso cruzadas sobre las piernas, y, más aún, guió la propia mano de Cipriano Algor cuando tocó, con respeto que sería religioso si no fuese humano simplemente, la frente seca de la primera mujer. Ya nada le retenía allí, Cipriano Algor había comprendido. Como el camino circular de un calvario, que siempre encuentra un calvario delante, la subida fue lenta y dolorosa. Marcial bajó a su encuentro, alargó la mano para ayudarlo, al salir de la oscuridad hacia la luz venían abrazados y no sabían desde cuándo. Exhausto de fuerzas, Cipriano Algor se dejó caer en el escabel, inclinó la cabeza sobre la mesa y, sin ruido, apenas se notaba el estremecimiento de los hombros, comenzó a llorar. No se contenga, padre, yo también he llorado, dijo Marcial. Poco después, más o menos recompuesto de la emoción, Cipriano Algor miró al yerno en silenció, como si en aquel momento no tuviera una manera mejor de decirle que lo estimaba, después preguntó, Sabes qué es aquello, Sí, leí algo hace tiempo, respondió Marcial, Y también sabes que lo que está ahí, siendo lo que es, no tiene realidad, no puede ser real, Lo sé, Y con todo yo he tocado con esta mano la frente de una de esas mujeres, no ha sido una ilusión, no ha sido un sueño, si volviese ahora encontraría los mismos tres hombres y las mismas tres mujeres, las mismas cuerdas atándolos, el mismo banco de piedra, la misma pared ante ellos, Si no son los otros, puesto que no existieron, quiénes son éstos, preguntó Marcial, No sé, pero después de verlos pienso que tal vez lo que realmente no exista sea eso a lo que damos el nombre de no existencia. Cipriano Algor se levantó lentamente, las piernas todavía le temblaban, pero, en general, las fuerzas del cuerpo habían regresado. Dijo, Cuando bajaba tuve la sensación de ver algo que podría ser un muro y una plataforma, si pudieras mudar la orientación de uno de esos focos, no necesitó terminar la frase, Marcial ya estaba girando una rueda, accionando una manilla, y luego la luz se extendió suelo adentro hasta chocar con la base de un muro que atravesaba la gruta de lado a lado, pero sin llegar a las paredes. No había ninguna plataforma, sólo un paso a lo largo del muro. Falta una cosa, murmuró Cipriano Algor. Avanzó algunos pasos y de repente se detuvo, Aquí está, dijo. En el suelo se veía una gran mancha negra, la tierra estaba requemada en ese lugar, como si durante mucho tiempo allí hubiera ardido una hoguera. No merece la pena seguir preguntando si existieron o no, dijo Cipriano Algor, las pruebas están aquí, cada cual sacará las conclusiones que crea justas, yo ya tengo las mías. El foco volvió a su sitio, la oscuridad también, después Cipriano Algor preguntó, Quieres que me quede haciéndote compañía, No, gracias, dijo Marcial, vuelva a casa, Marta debe de estar angustiada, pensando lo peor, Entonces, hasta luego, Hasta luego, padre, hizo una pausa, y luego, con una sonrisa medio constreñida, como de un adolescente que se retrae en el mismo instante en que se entrega, añadió, Gracias por haber venido.