Su piel pálida estaba relajada por el sueño, al contrario de la tensión que se adivinaba en todo su cuerpo. Quinn se acercó sin hacer ruido, dejando que la imagen le llegara al corazón. Bella, fuerte, vibrante, lista.
Apasionada. Inteligente. Aunque a veces era como una patada en la entrepierna de lo testaruda que se ponía.
Se humedeció los labios. Nunca volvería a comer tarta de pacana sin acordarse de Miranda. De sus labios dulces, azucarados, al fundirse con los suyos. Sintiendo cómo se amoldaban sus cuerpos, cómo encajaban a la perfección.
No pudo resistir la tentación de inclinarse para apartarle un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
Miranda abrió los ojos y se incorporó de un salto. La manta cayó al suelo y, en el instante antes de reconocerlo, su rostro quedó paralizado por el miedo. Él se sintió mal por haberla asustado. Se sentó junto a ella y le tocó la mejilla. Tenía una piel muy suave.
Ella no se apartó, pero tampoco se inclinó hacia él para recibir su caricia. A esas alturas, él se contentaba con lo que ella le diera. Desde luego, no quería poner en peligro lo poco que había avanzado para conseguir que volviera a confiar en él.
Como si no fuera un error haberla besado. Aunque en aquel momento no habría dicho que se trataba de un error.
– Lo siento, Miranda, no quería despertarte.
– Sentí que alguien me observaba -dijo, con la voz todavía ronca del sueño, o por la falta de sueño. Miranda se aclaró la garganta, y ocultó el miedo en su mirada detrás de sus tupidas pestañas. Respiró hondo y lo miró -. ¿Qué ha pasado? ¿JoBeth? -Se incorporó y, al sentarse, se tambaleó levemente. Él la cogió por el codo para estabilizarla y ella no le apartó la mano.
Otro pequeño paso.
– Acabo de llegar -dijo él.
Ella miró hacia la sala de enfermeras.
– Prometieron despertarme si había alguna novedad. -Se giró hacia la enfermera que estaba sola detrás del mostrador.
– ¿Se sabe algo? -preguntó -. JoBeth Anderson, estaba en…
– Lo sé -asintió con la cabeza la enfermera-. Ya ha salido de cirugía y la han trasladado a la UCI hace treinta minutos.
– ¿Cómo está?
– Lo siento, señorita Moore, no se lo puedo decir si no es familia de la paciente.
Miranda se puso tensa junto a Quinn y se mordió el labio. Él la entendía. Entendió que Miranda se sintiera mal por Ashley y preocupada por JoBeth.
Quinn sacó la cartera y le enseñó la placa.
– Agente Especial Quincy Peterson, del FBI. Si fuera tan amable de buscar al médico de la señorita Anderson, tengo que hablar con él.
– Sí, señor. -La enfermera cogió el teléfono y Quinn volvió con Miranda a la sala de espera, acompañándola con la mano en el codo.
Ella suspiró y se llevó una mano a la cabeza, ocultando sus ojos inyectados en sangre.
– Maldita sea, Quinn. ¿Por qué?
No hacía falta que le preguntara a qué se refería.
– Hemos llevado el coche a la oficina del sheriff y lo están revisando con lupa. Buscan huellas dactilares, cabellos, cualquier cosa. Los técnicos de criminología siguen allí, tomando muestras de todo lo que hay en las inmediaciones, hasta la última piedra, la tierra y las hojas. Si hay algún desperdicio al borde del camino, lo enviarán inmediatamente a Helena. Si ha cometido un solo error, Miranda, lo encontraremos.
Le cogió el mentón para obligarla a mirarlo de frente. El corazón se le encogió de la pena de ver el dolor en sus grandes ojos azules.
– Lo prometo. No pienso irme hasta que obtengamos respuestas concretas.
Ella asintió con un gesto casi imperceptible y luego se hundió en una silla de plástico con la cabeza entre las manos. Él se sentó a su lado y le tocó el hombro. Era tan agradable poder tocar de nuevo a Miranda sin que ella hiciera muecas. Quinn se frotó los músculos.
– ¿Tenemos alguna posibilidad de encontrarlo antes de que Ashley muera?
¿Qué podía decir él a eso?
– Siempre hay una posibilidad.
Ella se volvió para mirarlo. Irradiaba tensión en ondas invisibles, con todos los tendones del cuello estirados. Debía tener una jaqueca horrible y, conociendo a Miranda, se limitaría a sufrirla en silencio. En una ocasión le había contado que el dolor le recordaba que estaba viva. Él pensó que era un castigo que ella misma se infligía por la culpa de haber sobrevivido, mientras que Sharon moría.
– Es como si pudiera verla, Quinn -murmuró Miranda, con voz temblorosa-. Ashley. En la oscuridad. Con frío, desnuda y asustada. Aterrada. Peor de lo que estaba yo.
– Miranda, no hagas eso…
Ella sacudió la cabeza y se inclinó hacia él, como rogándole que comprendiera. Quinn le rodeó el hombro con un brazo y la apretó con ternura.
– No, no, tengo que centrarme en ella. Tengo que recordar. ¿No ves que para ella es peor? Ella lo sabe. Ella sabe que ha sido el Carnicero. A Rebecca la mataron hace pocos días. Ashley estará pensando que ella será la próxima. -Su voz se quebró, como en un sollozo, pero no brotaron las lágrimas.
Él la estrechó en sus brazos y la abrazó suavemente. Le temblaba todo el cuerpo a pesar del esfuerzo para contener la emoción. Era un gran paso que dejara que la consolara, un paso que le daba esperanzas.
Y saber que había esperanza lo impulsaba a abrir aún más el corazón.
Ella respiró hondo y murmuró contra su pecho:
– He llamado a Charlie y al equipo de búsqueda -siguió ella-. Comenzamos a las ocho.
– Tienes que dormir -dijo él, frotándole la espalda.
Ella se echó hacia atrás y sacudió la cabeza.
– No puedo dormir. Pensando que Ashley está allá, perdida. Pero… maldita sea, no sé qué hacer. Recorremos hectáreas y más hectáreas y nunca encontramos a las mujeres vivas. Pero no sé qué otra cosa hacer. No puedo hacer nada.
Miranda nunca había sido de las que se desentendían del trabajo para dejárselo a otros. Desde el comienzo, se lanzaba de cabeza a la tarea.
Antes de que él pudiera decir alguna banalidad para intentar distraerla, vio que se acercaba un médico alto y delgado, de pelo entrecano.
– ¿Agente Peterson? -dijo, tendiéndole la mano y clavando en ella sus ojos negros. Luego lo miró nuevamente a él -. Doctor Sean O'Neal.
– Gracias por venir -dijo Quinn, estrechándole la mano-, ¿Cómo se encuentra la señorita Anderson?
– ¿Se pondrá bien? -preguntó Miranda.
El doctor O'Neal suspiró, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Volvió a ponerse las gafas.
– No lo sé. Lo tenía todo en contra cuando la trajeron, pero ha aguantado. Ahora que ha sobrevivido a la operación, tiene un cincuenta por ciento de probabilidades. El sheriff Thomas se ha puesto en contacto con sus padres, que viven en otro estado, y yo acabo de hablar con ellos. Los golpes en la cabeza han sido fuertes. Por suerte, no le ha afectado la columna. Temíamos que tuviera el nervio seccionado, pero está en buen estado. Por otro lado, aunque se despierte, no se puede decir si el daño cerebral será permanente… En pocas palabras -dijo el médico-, está en coma.
En coma. Su mejor testigo, su único testigo, estaba en coma. La suerte era una mierda.
Ryan Parker se despertó de golpe. El corazón le latía con fuerza en medio de la luz gris de su habitación. Estaba mojado, y por un momento creyó que se había orinado en la cama y luego se dio cuenta de que era sudor; un sudor que le daba frío.
Pero le daba todavía más frío su pesadilla.