– Por favor, siéntate, hermana pequeña.
Sus ojos se ablandaron, aunque las líneas azul oscuras de su maquillaje le imprimían dureza.
Me senté a su lado en una silla. La multitud se percató de que Nuharoo estaba a punto de hablar y se congregó. La gente estiraba el cuello mostrando así sus ganas de escucharla.
– Tened compasión de mí como mujer -habló Nuharoo a la multitud-. Soy culpable ante su majestad; es mi desgracia no haber podido darle hijos. Tung Chih me ofrece la oportunidad de expresarle mi lealtad. Ya me sentía madre de Tung Chih cuando el vientre de la dama Yehonala empezó a hincharse. -Sonreía para acompañar sus propias palabras-. Quiero a mi hijo.
No había rastro de ironía en su voz. Me habría gustado estar equivocada respecto a sus intenciones. Si todo lo que sentía por Tung Chih era amor, me alegraría de que se saliera con la suya, pero mi instinto de madre me alertaba y sentía que no debía confiar en ella.
– ¡Venid y compartid mi felicidad! -clamó Nuharoo-. ¡Venid todos a conocer a mi hijo, Tung Chih!
Las concubinas se esforzaron en demostrar entusiasmo. Con los rostros cubiertos de pintura y pesados tocados en las cabezas, se arrodillaron y nos desearon a Nuharoo y a mí «diez mil años de longevidad». No me sentía cómoda cuando las damas rodearon la cuna y besaron a Tung Chih en las mejillas; sus labios manchados de rojo me hacían pensar en lobos hambrientos desgarrando a un conejo.
Cuando la dama Yun pasó por delante de mí, olía a una hierba rara. Vestía una túnica de seda amarilla pálida bordada con crisantemos blancos y los pendientes, dos bolas del tamaño de una nuez, le colgaban hasta los hombros. Cuando la dama Yun se sentó y sonrió, se le formaron hoyuelos en las mejillas.
– ¿Duerme toda la noche el bebé? -me preguntó-. ¿Aún no?
Nuharoo y yo intercambiamos miradas.
– Agradecería algunas palabras de buena suerte -le reprendió Nuharoo a la dama Yun.
– ¿Habéis notado que los cerezos acaban de florecer? -prosiguió la dama Yun como si no hubiera oído a Nuharoo-. Esta mañana en mi palacio ha sucedido algo de lo más raro.
– ¿Y qué ha sido? -preguntaron las demás damas, alargando sus cuellos hacia la dama Yun como si fueran ocas.
– En un rincón de mi dormitorio -dijo la dama Yun bajando la voz hasta convertirla en un susurro-, he descubierto una seta gigante. ¡Era tan grande como una cabeza humana!
Al ver que sorprendía a su público, la dama Yun sonrió.
– Van a pasar cosas aún más extrañas. Mi astrólogo leyó un signo de muerte en la tela de araña de un olivo oloroso. Claro que ni yo misma soy consciente de estas cosas. El emperador Hsien Feng me ha contado muchas veces que se convierte en un harapo y el viento del sur lo transporta directamente al cielo. Su majestad no desea ceremonias de despedida, su decisión es que todas nos quedemos viudas.
Nuharoo se sentó con la espalda erguida como un pino. Parpadeó y decidió ignorar a la dama Yun, cogió su taza de té y levantó la tapa para beber de ella.
Me preguntaba si la dama Yun estaba en su sano juicio; la línea entre la locura y la cordura parecía confundirse a medida que la observaba. Había verdad en sus palabras cuando empezó a cantar «Polvo en el viento».
Por fin el palanquín de mi madre llegó a la entrada de la puerta de la Pureza Celestial. En cuanto vi salir a mi madre, rompí a llorar. Había envejecido y ahora se apoyaba indefensa en los brazos de Rong y Kuei Hsiang. Antes de acabar mi saludo ceremonial, mi madre se quebró.
– Felicidades, Orquídea. No creí que viviría para ver a mi nieto.
– El feliz momento ha llegado -anunció el eunuco jefe Shim desde el vestíbulo-. ¡Música y fuegos artificiales!
Guiada por eunucos especialmente entrenados en el ritual, avancé entre la multitud. Le pedí al emperador Hsien Feng que mi madre se sentara conmigo y accedió a mi deseo. Mi familia estaba tan feliz que lloraba. Mi madre se inclinó con dificultad para acariciar a Tung Chih por primera vez.
– Ya estoy preparada para ver a tu padre en paz -me confesó.
Después de sentarnos, Rong y Kuei Hsiang me informaron de que habían llevado a mi madre a los mejores médicos de Pekín, quienes habían pronosticado que no llegaría al verano. Cogí las manos de mi madre entre las mías. Según las leyes de la costumbre, mi familia no se quedaría a pasar la noche en la Ciudad Prohibida y tendríamos que separarnos cuando acabara la ceremonia. La idea de que nunca volvería a ver a mi madre me alteró tanto que ignoré la petición de Nuharoo de que me uniera a ella para recibir a los miembros de la corte.
– Míralo de este modo, Orquídea -intentó consolarme mi madre-. Morir será un alivio para mí, pues sufro muchos dolores.
Apoyé la cabeza en su hombro y fui incapaz de pronunciar una palabra.
– Intenta no estropear el momento, Orquídea -sonrió mi madre.
Traté de aparentar alegría, me parecía irreal que todo el mundo estuviera allí por mi hijo.
Kuei Hsiang había empezado a mezclarse con la multitud y lo oía reír; sin duda el vino de arroz había surtido efecto. Rong estaba más hermosa, pero más delgada, que la última vez que la vi.
– Rong aún no tiene asegurado su futuro y eso me preocupa -suspiró mi madre-. No ha tenido tanta suerte como tú. Ni una sola proposición que mereciera la pena, y ya tiene más de veinte años.
– He pensado en un hombre para Rong -le comuniqué a mi madre.
– Ardo en deseos de oír su nombre.
– El príncipe Ch’un, que ha enviudado recientemente, es el séptimo hermano de Hsien Feng.
Mi madre estaba encantada.
– Sin embargo -le advertí-, que haya enviudado no significa que el príncipe Ch’un no tenga esposas ni concubinas. Es solo la posición de primera esposa la que está vacante.
– Ya veo -asintió mi madre-. Aun así, el príncipe Ch’un sería un excelente partido para Rong. ¿Sería la Nuharoo de la casa de Ch’un, verdad?
– Eso es, madre, si logra despertar su interés.
– ¿Qué más puede pedir una familia de nuestra clase? Una vida libre del hambre… eso es lo que siempre he querido para mis hijos. Mi matrimonio con vuestro padre fue arreglado, nunca nos habíamos visto antes de la boda, pero salió bien, ¿no opinas lo mismo?
– Más que bien, madre.
Nos quedamos en silencio durante un rato, con los dedos entrelazados. Luego mi madre dijo:
– Estaba pensando en que tú y Rong estaríais más cerca si ese compromiso llegara a funcionar. Será mi último deseo en la tierra que os cuidéis la una a la otra. Además, Rong puede ser para ti un ojo más que vele por la seguridad de Tung Chih.
Asentí ante la sabiduría de mi madre.
– Ahora ve con tu hermana, Orquídea -me ordenó mi madre-, y déjame pasar unos momentos a solas con mi nieto.
Fui con Rong y me la llevé al fondo del jardín. Nos sentamos en un pequeño pabellón de piedra donde le conté mis ideas y el deseo de nuestra madre. A Rong le gustó que hubiera cumplido la promesa de encontrarle un pretendiente.
– ¿Le gustaré al príncipe Ch’un? -me preguntó-. ¿Cómo debo prepararme?
– Veamos si él se enamora primero. Hay algo crucial que quiero preguntarte: ¿serás capaz de soportar las penalidades que yo tengo que soportar?
– ¿Penalidades? Te burlas de mí, ¿verdad?