Le recordé a Nuharoo que el padre de Tung Chih era un hombre de frágil salud y él mismo había pesado muy poco al nacer. Nuharoo se calló, pero no se rindió. Tung Chih empezó a estornudar. Sin poder controlarme, fui a la bañera y aparté a las criadas, cogí a Tung Chih y corrí al interior del palacio.
Las ceremonias y festividades seguían sin cesar. En mitad de ellas, un jardinero descubrió un fetiche en forma de muñeca enterrado en el jardín. En el pecho de la muñeca, se leían dos caracteres escritos en negro: TUNG CHIH.
El emperador Hsien Feng convocó a las esposas y a las concubinas; quería resolver el crimen personalmente. Me vestí y fui al palacio de la Eterna Primavera. No sabía por qué teníamos que reunirnos en la residencia de la dama Yun. De camino me encontré con Nuharoo. Venía de otro palacio y tampoco tenía idea de lo que sucedía.
Al acercarnos al palacio de la Eterna Primavera, oímos sollozos. Corrimos al pasillo y descubrimos al emperador Hsien Feng enojado, sin más atuendo que su camisón. Cerca de él, dos eunucos en pie sostenían cada uno un látigo. En el suelo, arrodillados, había numerosos eunucos y sirvientes y, entre ellos, en primera fila, se encontraba la dama Yun. Vestía una túnica de seda rosada y era quien sollozaba.
– Deja de llorar -le ordenó el emperador Hsien Feng-. ¿Cómo una noble dama como tú ha podido rebajarse a esto?
– ¡Yo no he sido, majestad! -La dama Yun echó la cabeza hacia atrás y lo miró-. Estaba encantada con el nacimiento de Tung Chih, no podía alegrarme más. ¡No cerraré los ojos si me cuelgan por ello!
– Todo el mundo en la Ciudad Prohibida reconoce tu escritura -afirmó alzando la voz el emperador-. ¿Es que todo el mundo se equivoca?
– Mi caligrafía no es ningún secreto -protestó la dama Yun-. Se me conoce por mi arte, sería muy fácil para cualquiera copiar mi estilo.
– Pero una de tus doncellas te sorprendió haciendo la muñeca.
– Debe de ser cosa de Dee; hace esto porque me odia.
– ¿Por qué te odia Dee?
La dama Yun se dio media vuelta y sus ojos se encontraron con los de Nuharoo.
– Su majestad la emperatriz Nuharoo me regaló a Dee, yo nunca la quise. La he castigado varias veces porque metía las narices por todas partes…
– Dee solo tiene trece años -la interrumpió Nuharoo-. Es vergonzoso que acuses a un ser inocente para encubrir tu crimen. -Se volvió hacia mí en busca de apoyo-. Dee es famosa por su dulzura, ¿verdad?
Yo no tenía respuesta y bajé la cabeza. Entonces Nuharoo se dirigió a Hsien Feng.
– Su majestad, ¿me dais vuestro permiso para cumplir con mi deber?
– Sí, mi emperatriz.
En esto la dama Yun gritó:
– ¡Está bien, confesaré! Sé exactamente quién ha preparado todo esto: una zorra maligna con piel humana, enviada por el demonio para destruir a la dinastía Qing. Pero hay más de una zorra en la Ciudad Prohibida. La zorra maligna ha llamado a su manada. Tú -dijo señalando a Nuharoo- eres una de ellas. Y tú -afirmó señalándome a mí- también. Su majestad, es hora de que me recompenséis con la cuerda de seda blanca para que tenga el honor de colgarme yo misma.
Aquello causó una breve conmoción en la sala. El murmullo se acalló cuando la dama Yun volvió a hablar.
– Quiero morir, mi vida ha sido un infierno; os he dado una princesa -dijo señalando al emperador Hsien Feng- y vos la tratáis como un pedazo de basura. En cuanto cumpla los trece años, la echaréis y la casaréis con un salvaje de las fronteras para sellar la paz. Venderéis a vuestra propia hija…
La dama Yun se quebró; sus dos hoyuelos formaban una extraña mueca.
– No creáis que soy sorda; os he oído a vos y a vuestros ministros hablar de esto. No se me ha permitido hablar de mi dolor, pero hoy, os guste o no, oiréis todo lo que tengo que decir. Claro que tengo celos del modo en que se trata a Tung Chih, claro que lloro por la mala suerte de mi hija Jung y pregunto al cielo por qué me ha negado un hijo… Dejadme que os pregunte, Hsien Feng, ¿sabéis cuándo es el cumpleaños de vuestra hija? ¿Sabéis cuántos años tiene? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que la visitasteis? Apuesto a que no tenéis respuesta para mis preguntas. ¡Las zorras os han comido el corazón!
Nuharoo sacó su pañuelo y empezó darse golpecitos en la cara.
– Me temo que la dama Yun no deja a su majestad otra alternativa.
– Acaba este asunto por mí, Nuharoo.
El emperador Hsien Feng se puso en pie y salió del salón con los pies descalzos.
La dama Yun se ahorcó aquella noche. An-te-hai me dio la noticia a la mañana siguiente mientras desayunaba. Me revolvió el estómago y durante el resto del día veía el rostro de la dama Yun detrás de cada puerta y cada ventana. Le pedí a Ante-hai que no se alejase, mientras comprobaba y volvía a comprobar la cuna de Tung Chih. Me pregunté qué sería de la hija de la dama Yun, la princesa Jung. Deseaba poder invitar a la muchacha a pasar unas horas con su hermanastro. An-te-hai me contó que a la niña de cinco años le habían dicho que su madre había realizado un largo viaje. Se ordenó a eunucos y criados que mantuvieran en secreto la muerte de la dama Yun. La niña lo descubriría de la manera más crueclass="underline" se enteraría de la muerte de su madre a través de los chismorreos de las rivales de la dama Yun, que querían ver sufrir a la niña.
A medianoche, Nuharoo llegó sin anunciarse. Sus eunucos llamaron a mi verja con tanta fuerza que casi la rompen. Nuharoo se arrojó a mis brazos cuando la saludé; parecía enferma y tenía la voz sofocada.
– ¡Viene a por mí!
– ¿Quién viene a por vos?
– ¡La dama Yun!
– Despertad, Nuharoo, debéis de haber tenido una pesadilla.
– Estaba de pie junto a mi cama con un vestido verdusco transparente -sollozó Nuharoo-. Tenía el pecho cubierto de sangre y el cuello cortado como por un hacha, de manera que la cabeza le colgaba a la espalda, unida a su cuello por una fina tira de piel. No pude ver su cara, pero oí su voz que decía: «Se suponía que tenía que ser ahorcada, no decapitada». Me contó que la enviaba el juez del infierno a encontrar una sustituta para volver en su próxima vida; tenía que hacer que la sustituta muriera del mismo modo en que había muerto ella.
Consolé a Nuharoo, pero yo también estaba aterrorizada. Regresó a su palacio y devoró todos los libros de fantasmas que tenía. Pocos días más tarde, me visitó y me explicó que había descubierto algo que debía saber.
– El peor castigo para una mujer fantasma es que la tiren a la «alberca de la Sangre Impura».
Nuharoo me enseñó un libro con escabrosas ilustraciones del «Departamento de Castigos» que había en el infierno. Cabezas cortadas con cabellos largos flotaban en una piscina roja oscura; parecían bolas de masa en agua hirviendo.
– ¿Lo ves? De esto quería hablarte -me explicó Nuharoo-. La sangre de la alberca procede de la impureza de todas las mujeres; también hay serpientes venenosas y escorpiones que se alimentan con los que acaban de morir. Son las transformaciones de quienes han cometido maldades en sus vidas.
– ¿Y si no he hecho nada realmente malo durante toda mi vida? -le pregunté.
– Orquídea, el juicio del infierno atañe a todas las mujeres. Por eso necesitamos la religión. El budismo nos ayuda a arrepentirnos de los crímenes que cometemos por el simple hecho de ser mujeres y vivir una vida material. Necesitamos renunciar a todo placer terrenal y rezar por el perdón del cielo. Debemos hacer todo lo que podamos para acumular la virtud. Solo entonces, tal vez, tengamos una oportunidad de escapar de la alberca de la Sangre Impura.
Capítulo 16
En su primer cumpleaños, se debía presentar a mi hijo una bandeja llena de objetos, entre los cuales elegiría uno; se suponía que esta elección proporcionaría a la familia imperial un indicio sobre el futuro carácter del niño. Al ritual llamado Chua-tsui-p’an, «atrapa el futuro en un caldero», invitaron como observadores a importantes miembros de la corte.