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Un sol broncíneo asomó sobre la cabalgata errante. Proseguíamos nuestro viaje de siete días a Jehol. Me amargaba y entristecía pensar en la excusa de la «cacería» de mi marido. Ataviados con sus maravillosos ropajes, los ministros y príncipes viajaban en palanquines ricamente decorados a hombros de esforzados porteadores mientras los guardias patrullaban a lomos de los pequeños caballos mongoles.

El canto de los porteadores de las sillas había dejado paso a un profundo y torturado silencio. Ya no oía el golpear y el deslizarse de las sandalias sobre las piedras sueltas; en su lugar veía el dolor de las llagas grabadas en las arrugas de unos rostros sombríos y bañados en sudor. Aunque entramos en terreno agreste, a todos nos preocupaba la posibilidad de que los bárbaros nos siguieran. La procesión se hacía más larga cada día. Era como una serpiente de colores chillones reptando por un exiguo camino.

Por la noche se plantaron las tiendas y se encendieron las hogueras. La gente dormía como un ejército de muertos. El emperador Hsien Feng pasó la mayor parte del tiempo en silencio, pero de vez en cuando le subía la fiebre y hablaba más de lo habitual.

– ¿Quién puede asegurar que todas las semillas de la naturaleza serán puras y saludables y que sus flores crearán una imagen de armonía en el jardín? -preguntó.

Incapaz de responder, le devolví la mirada.

– Estoy hablando de las malas semillas -continuó su majestad-. Semillas que han sido secretamente bañadas en veneno. Yacen en tierra fértil hasta que la lluvia de primavera las despierta. Crecen hasta un tamaño enorme a una velocidad sorprendente, cubren el suelo y quitan el agua y el sol a las demás. Puedo ver sus orondas flores, sus ramas que se hinchan como nísperos diseminando veneno. No pierdas a Tung Chih de vista, Orquídea.

Abracé a Tung Chih mientras dormíamos. En sueños oía caballos impacientes. El miedo me despertaba como una extraña acometida. El sudor me empapaba el camisón y tenía el cuero cabelludo constantemente mojado. Mis sentidos se agudizaban para ciertas cosas, como la respiración de Tung Chih y los ruidos de alrededor de la tienda, y se amortiguaban para otras, como el hambre. Aunque estábamos en tiendas separadas, el emperador Hsien Feng aparecía ante mí, como un fantasma en mitad de la noche, y se quedaba allí de pie con un sufrimiento sin lágrimas. Me pregunté si yo estaría perdiendo el juicio.

Se acercaba la noche y decidí hacer una pausa para comer algo. Aquella tarde el emperador había padecido un terrible ataque de tos. Le salía sangre por las comisuras de la boca. El médico dijo que era malo para él montar en el palanquín, pero no tenía otra alternativa. Al final nos detuvimos para calmar su tos.

Al alba busqué su tienda. Estábamos cerca de Jehol y el paisaje era de una belleza extraordinaria. El suelo estaba cubierto de tréboles y flores silvestres y la espesa maleza tapizaba las suaves colinas. El calor del otoño resultaba tolerable comparado con el de Pekín. En el aire se percibía la dulce fragancia de los dientes de león montaraces. Después de la comida de la mañana, volvimos al camino. Atravesamos campos donde la hierba nos llegaba hasta la cintura.

Siempre que Tung Chih estaba conmigo intentaba mostrarme fuerte y alegre, lo cual no era fácil. Cuando los viejos palacios de Jehol aparecieron en el horizonte, todos salimos de los palanquines y nos arrodillamos. Agradecimos al cielo haber llegado hasta aquel lugar que nos daría refugio temporal. En cuanto lo bajaron de la silla, Tung Chih echó a correr detrás de las liebres y las ardillas, que salían zumbando huyendo de él.

Nos apresuramos hasta las grandes verjas. Era como entrar en una tierra de ensueño, en la escena de una pintura deslucida. El abuelo de Hsien Feng, Chien Lung, había construido Jehol en el siglo XVIII. Hoy el palacio se levantaba como una belleza ajada a la que se le había corrido el maquillaje. Había oído hablar tanto de aquel lugar que la visión casi me resultaba familiar. A diferencia de la Ciudad Prohibida, Jehol era casi una obra de la naturaleza. En el curso de los años, árboles y arbustos habían crecido entrelazados. La hiedra se extendía de pared en pared, escalaba por árboles tan altos como el cielo, y se derramaba desde ellos en racimos exuberantes. El mobiliario de los palacios era de maderas nobles, piezas exquisitamente talladas con incrustaciones de jade y piedras preciosas. Los dragones de los paneles del techo eran de oro puro y las paredes resplandecían de la seda brillante.

Me fascinaba el paisaje agreste; no me habría importado vivir en Jehol. Pensé que sería un buen sitio para criar a Tung Chih; podía aprender el oficio de portaestandarte y aprender a cazar. Deseaba ardientemente que creciera a lomos de un caballo como nuestros antepasados. Deseaba no tener que recordarme a mí misma que estábamos en el exilio.

Jehol era un lugar de extraordinarios silencios. La blanquecina luz del sol se reflejaba tenuemente en las cubiertas de tejas. Los patios estaban pavimentados con adoquines; las puertas, flanqueadas por gruesos muros. Los palacios estaban vacíos desde la muerte de Chien Lung, hacía medio siglo, y olían a moho. Azotados por décadas de viento y lluvia, los exteriores parecían difuminarse en el paisaje. El color original, amarillo arena, había dejado paso al marrón y al verde. Dentro, el verdín cubría los techos y oscurecía las esquinas de las espaciosas cámaras.

La familia real entró en Jehol y el lugar volvió a la vida. Los dormidos salones, patios y edificios se despertaron con el eco de las voces y las pisadas humanas. Se abrieron las puertas con el crujido de la madera y el metal. Las herrumbrosas cerraduras de las ventanas se rompieron cuando intentamos abrirlas. Los eunucos hicieron lo que pudieron para quitar la podredumbre y la mugre de años.

Me asignaron unos aposentos junto a los de Nuharoo, en el lado este del palacio principal. El emperador, como era natural, ocupaba el dormitorio más grande, situado justo en el medio. Su despacho, llamado salón de la Pasión Literaria, se encontraba en el ala oeste del palacio cerca de las dependencias de Su Shun y de los demás grandes consejeros. Nuharoo cuidaba de Tung Chih mientras yo cuidaba a Hsien Feng. Nuestros horarios y responsabilidades se establecían según las necesidades del padre y el hijo.

Desde que su majestad había dejado de conceder audiencias, ya no le presentaban documentos para revisar o firmar. Su Shun seguía gestionando a sus anchas los asuntos de la corte. Mi trabajo ahora se limitaba a mezclar hierbas para Hsien Feng. El olor amargo era tan fuerte que el emperador se quejaba y tenía que ordenar a los criados que se llevaran los cacharros a la cocina, que estaba en un extremo del palacio. Yo trabajaba con el herborista y médico Sun Pao-tien para asegurarme de que preparaba correctamente la medicina, lo cual no era fácil. Una de las recetas requería que la sopa se mezclara con sangre fresca de ciervo, que se echaba a perder rápidamente. El equipo de cocina tenía que matar un ciervo cada dos días, preparar inmediatamente la medicina y luego esperar a que su majestad no vomitase justo después de que se la obligáramos a tragar.

A finales de octubre, el sol parecía incendiar los arces. Una mañana, cuando Nuharoo y yo sacamos a Tung Chih a dar un paseo, descubrimos que había un regato cercano sorprendentemente caliente. Un eunuco que había custodiado los palacios toda su vida nos contó que había varios cursos de agua caliente en la zona. De ahí provenía el nombre de je-hol, río caliente.

– El río se calienta aún más cuando nieva -dijo el eunuco-. Podéis probar el agua con la mano.

Tung Chih sentía curiosidad e insistía en bañarse en el arroyo. Nuharoo estaba a punto de ceder, pero yo me negué a darle permiso. Tung Chih no sabía nadar y yo acababa de recuperarme de un constipado. Molesto con mi disciplina, se volvió hacia Nuharoo haciendo pucheros. Mi hijo sabía que Nuharoo estaba jerárquicamente por encima de mí y que no se me permitía desobedecerla. Aquello constituía la dinámica entre Nuharoo, mi hijo y yo. A mí me irritaba y me hacía sentir indefensa. La cocina se convirtió en mi refugio.