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Mis dudas eran: si arrestábamos a Su Shun, ¿contaríamos con el respaldo de la nación? ¿Se aprovecharían los extranjeros del caos subsiguiente y nos invadirían?

El príncipe Kung confiaba en recibir el apoyo necesario, en especial si podíamos contarle al pueblo la verdad. En cuanto a las potencias occidentales, él estaba en contacto permanente con ellos y les había hecho saber que quería una sociedad más libre para el futuro de China, ante lo cual le habían garantizado su apoyo.

Pregunté al príncipe Kung qué pensaba sobre los rebeldes Taiping. Yo creía que podían convertirse fácilmente en una seria amenaza si bajábamos la guardia siquiera por un momento. Le conté que, según los informes de Anhwei, los Taiping se habían unido a los vándalos locales y presionaban con sus fuerzas hacia la provincia de Shantung.

El príncipe Kung me informó de que los generales Sheng Pao y Tseng Kou-fan ya se estaban encargando del asunto. Yo quería saber el grado de compromiso de los generales. No osaba suponer que todo el mundo se comportaría tal como nosotros esperábamos que lo hiciera. Comprendía el poder del soborno de Su Shun.

– Sheng Pao está dispuesto -respondió el príncipe Kung-. Solicitó trabajar con las fuerzas mongoles de Senko-lin-chin y yo le di mi permiso. Sen-ko-lin-chin está ansioso por demostrar su lealtad y restaurar su buen nombre; esta será su oportunidad. No estoy seguro de los chinos: el general Tseng Kou-fan y el general Chou Tsung-tang ven nuestro conflicto con Su Shun como una querella entre nobles manchúes. Creen que es más prudente quedarse al margen, prefieren esperar hasta que haya un vencedor.

– Desprecio a la gente que se arrima al sol que más calienta -comentó Nuharoo. No me percaté de que había vuelto a entrar en la sala-. ¡Su majestad tenía razón al no confiar nunca en los chinos!

– Para Tseng Kou-fan y Chou Tsung-tang, la situación puede ser más complicada -opiné-. Debemos ser pacientes y comprensivos. Si yo fuera alguno de esos generales, haría exactamente lo que ellos. Al fin y al cabo el poder de Su Shun es innegable y ofenderlo es arriesgar la vida. Estamos pidiendo a la gente que dé la espalda a Su Shun, así que debemos conceder a los generales tiempo para sopesar sus acciones.

El príncipe Kung estuvo de acuerdo.

– Tseng y Chou están liderando la lucha contra los Taiping. Aunque no nos hayan expresado su apoyo, tampoco le han prometido nada a Su Shun.

– Entonces esperaremos -anunció Nuharoo-. No me siento cómoda si nuestro poder militar está en manos de los chinos. Cuando hayamos logrado la paz, los reemplazaremos o al menos los privaremos de los cargos más altos.

Discrepaba, pero no dije nada. Como manchú, me sentía naturalmente más segura si los manchúes ocupaban la cúspide de la pirámide militar. Sin embargo había pocos hombres con talento entre los príncipes y los miembros del clan. Después de doscientos años en el poder, habíamos entrado en decadencia. Los nobles manchúes se pasaban el tiempo soñando con pasadas glorias. Lo único que sabían realmente era que disfrutaban del prestigio. Por suerte, los chinos siempre se habían conformado. Ellos honraban a nuestros antepasados y nos concedían sus bendiciones. La pregunta era ¿hasta cuándo?

– Me voy esta noche -avisó el príncipe Kung-, aunque le he dicho a Su Shun que me quedaría hasta mañana.

– ¿Quién nos protegerá cuando traslademos el ataúd desde Jehol a Pekín? -preguntó Nuharoo.

Bajando la voz, el príncipe Kung dijo:

– Yo lo controlaré todo; nuestro trabajo es actuar con la mayor normalidad posible. No os preocupéis, el príncipe Ch’un estará por los alrededores.

El príncipe Kung nos advirtió de que esperásemos las iras de Su Shun. Quería que nos preparásemos para recibir un documento presentado por un inspector provincial de justicia llamado Tung Yen-ts’un. En él se hacían públicos los defectos de Su Shun y nos calificaba a Nuharoo y a mí como «la opción del pueblo». El príncipe Kung quería que fuéramos conscientes de que cuando Su Shun tuviera en sus manos el documento de Tung, ya lo habrían visto hombres de Estado de todo el país. El príncipe Kung no reveló más detalles. Me atrevería a decir que temía que Nuharoo fuera incapaz de mantener la boca cerrada si Su Shun le preguntaba. Y así, nos separamos.

Antes de comer, Nuharoo vino a mis aposentos con Tung Chih. Se sentía insegura y quería saber si había visto algo fuera de lo común. Noté que la visita del príncipe Kung había puesto a Su Shun en guardia. Habían aumentado la seguridad del patio exterior antes de que cerraran la verja durante la noche. Le aconsejé a Nuharoo que saliera fuera y que oliera el fragante laurel del jardín o visitara el arroyo termal. Me contestó que eso tampoco le apetecía. Para calmar a Tung Chih, cogí un bordado y le pedí a Nuharoo que me ilustrara sobre el dibujo. Cosimos y charlamos hasta que Tung Chih se quedó dormido.

Recé por la seguridad del príncipe Kung. Después de enviar a Nuharoo y a Tung Chih a dormir a mi sala de invitados, yo también me fui a la cama, pero temía cerrar los ojos.

Pocos días más tarde, llegó el documento de Tung Yen-ts’un. Su Shun se puso furioso. Nuharoo y yo lo leímos después de que él nos lo pasara con reticencia. Estábamos secretamente encantadas.

Al día siguiente los hombres de Su Shun lanzaron un contraataque. Utilizaron ejemplos de la historia para convencer a la corte de que Nuharoo y yo debíamos retirarnos de la regencia. En la audiencia los hombres de Su Shun hablaron uno tras otro, intentando inspirarnos temor. Hablaron pestes del príncipe Kung. Acusaron a Tung Yen-ts’un de deslealtad y dijeron que era una marioneta.

– ¡Debemos cortar la mano que mueve los hilos!

El príncipe Kung quería que yo guardara silencio, pero el retrato negativo que Su Shun hizo de él estaba surtiendo efecto entre los miembros de la corte. Habría sido fatal permitir que Su Shun hiciera demasiado hincapié en el hecho de que el emperador Hsien Feng hubiera excluido al príncipe Kung de su testamento. La gente habría sentido curiosidad por los motivos y Su Shun los aportaría de su propia cosecha.

Con el permiso de Nuharoo, recordé a la corte que Su Shun habría evitado que el emperador Hsien Feng nombrara sucesor a Tung Chih de no haberme acercado yo en persona a su lecho de muerte. Su Shun era el responsable de las tensas relaciones que habían existido entre Hsien Feng y el príncipe Kung. Teníamos sólidas razones para creer que Su Shun había manipulado al emperador en sus últimos días.

Al oír mis palabras, Su Shun se levantó de su asiento como accionado por un resorte. Dio un puñetazo a la columna que tenía más próxima y rompió el abanico que sostenía.

– ¡Me habría gustado que el emperador Hsien Feng os hubiera enterrado con él! -me gritó-. Habéis engañado a la corte y habéis explotado la bondad y vulnerabilidad de Nuharoo. Prometí a su difunta majestad hacer justicia. Me gustaría pedir el apoyo de su majestad la emperatriz Nuharoo. -Y dirigiéndose a ella añadió-: ¿Conocéis, emperatriz Nuharoo, realmente a la mujer que se sienta a vuestro lado? ¿Creéis que se alegra de compartir el cometido de regente con vos? ¿No seríais más feliz si ella no existiese? ¡Corréis un grave peligro, mi señora! ¡Protegeos de esa malvada mujer antes de que os envenene la sopa!

Tung Chih estaba asustado. Nos suplicó a Nuharoo y a mí que nos fuéramos, y cuando me negué, se orinó encima. Al verlo, Nuharoo se acercó corriendo al lado de Tung Chih. Enseguida llegaron eunucos con toallas. Un anciano miembro del clan se levantó y empezó a hablar sobre la unidad y la armonía familiar. Tung Chih gritó y pataleó cuando los eunucos intentaron cambiarle la túnica. Nuharoo se puso a llorar y le supliqué que se llevara a Tung Chih.

El anciano miembro del clan sugirió que diéramos por concluida la audiencia, pero Su Shun se negó. Sin más discusión, anunció que el Consejo de Regentes levantaría la sesión a menos que Nuharoo y yo retiráramos la propuesta de Tung Yen-ts’un.