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Decidí retirarla. Sin el príncipe Kung, yo no era igual a Su Shun. Necesitaba tiempo para asegurar mi relación con Nuharoo, pero temía más retrasos. El cadáver de Hsien Feng llevaba ya un mes aguardando. Aunque bien sellado, el ataúd emitía un olor putrefacto.

Su Shun y su banda estuvieron encantados. Se desestimó la proposición de Tung y nos hizo consentir en poner los sellos en un edicto que había escrito para procesar a Tung Yen-ts’un.

El 9 de octubre de 1861, se celebró una audiencia para todos los ministros y nobles de Jehol en el salón de la Bruma Fantástica. Nuharoo y yo nos sentamos una a cada lado de Tung Chih. La noche anterior habíamos hablado y le había sugerido a Nuharoo que fuera ella quien se encargara aquella vez. Nuharoo estaba dispuesta, pero le costaba decidir lo que tenía que decir. Ensayamos hasta que estuvo preparada.

– Hablando de transportar el cadáver del emperador a su lugar de nacimiento -empezó Nuharoo-, ¿cómo están los preparativos? ¿Y la ceremonia de despedida del espíritu de su majestad?

Su Shun avanzó unos pasos.

– Todo está dispuesto, majestad. Esperamos a que su joven majestad Tung Chih acuda a la sala del ataúd para iniciar la ceremonia y el palacio esté preparado para salir de Jehol poco después.

Nuharoo asintió y me miró, buscando seguridad.

– Todos habéis trabajado duro desde la muerte de mi marido, en especial el Consejo de Regentes. Lamentamos que Tung Chih sea tan joven y Yehonala y yo estemos abrumadas por el dolor. Os pedimos vuestra comprensión y vuestro perdón si no hemos cumplido con nuestra obligación a la perfección.

Nuharoo se dirigió hacia mí y yo asentí con la cabeza.

– Hace pocos días -prosiguió Nuharoo-, se produjo un malentendido con el Consejo de Regentes. Lamentamos lo ocurrido. Compartimos las mismas buenas intenciones y eso es lo único que debería importarnos. Volvamos a Pekín para guardar el ataúd imperial en lugar seguro. Cuando esa tarea esté realizada, el joven emperador concederá premios. Y ahora, emperatriz Yehonala.

Yo sabía que tenía que sorprender a la corte.

– Me gustaría repasar los preparativos de la seguridad del viaje. ¿Su Shun?

Reticente pero obligado por la formalidad, Su Shun respondió:

– La procesión imperial se dividirá en dos partes. Hemos denominado a la primera sección: «desfile de la felicidad». Hemos dispuesto que el emperador Tung Chih y las emperatrices se sienten en esta sección para celebrar que el joven emperador se haya convertido en el nuevo gobernante. La seguridad estará garantizada por cincuenta mil portaestandartes a las órdenes del príncipe Yee. Le seguirán otras dos divisiones. Una división de siete mil hombres, trasladados desde áreas adyacentes a Jehol, será responsable de la seguridad del emperador. La otra división constituida por tres mil guardias imperiales estará bajo el mando de Yung Lu. Su tarea será realizar el desfile ceremonial. Yo mismo guiaré la procesión con cuatro mil hombres.

– Muy bien. -Nuharoo estaba impresionada.

– Por favor, sigue con la segunda sección -le ordené.

– Hemos llamado a la segunda sección: «desfile de la pena» -continuó Su Shun-. El féretro del emperador Hsien Feng viajará en esta sección. Se han transferido diez mil hombres y caballos procedentes de las provincias del río Amur, Chihli, Shenking y Hsian. Se ha notificado a cada gobernador provincial que debe recibir a la procesión a lo largo del camino. Hemos convocado al general Sheng Pao para custodiarnos en aquellas zonas que consideramos inseguras, como Kiangsi y Miyun.

Percibí un problema: ¿cómo atacarían los hombres del príncipe Kung cuando Su Shun podía fácilmente tomarnos a Tung Chih y a nosotras como rehenes? Si algo levantaba las sospechas de Su Shun, este tendría la oportunidad de hacernos daño. ¿Cómo podía saber si no había tramado ya ese «accidente»? El corazón me latía fuertemente en el pecho cuando volví a hablar.

– Los preparativos del gran consejero parecen excelentes. Solo me preocupa una cosa. ¿Estará el desfile de la felicidad acompañado por banderas coloristas, fuegos artificiales, bailarines y música fuerte?

– Sí.

– ¿Al contrario que el desfile de la pena?

– Exacto.

– El espíritu del emperador Hsien Feng estaría turbado por las trompetas -indiqué-. Las canciones alegres provocarían tristeza si los dos desfiles estuvieran tan conectados.

– De hecho -dijo el príncipe Yee, mordiendo el anzuelo-, la preocupación de la emperatriz Yehonala es loable. Debemos separar los dos desfiles; será algo fácil. -Se volvió hacia Su Shun, quien le devolvió una mirada tan dura como pudo, pero era demasiado tarde. La lengua del príncipe Yee no se contuvo-. Sugiero que el desfile de la felicidad vaya delante y el desfile de la pena lo siga a unos kilómetros de distancia.

– De acuerdo. -Cerré la tapa antes de que Su Shun oliera algo de lo que cocinaba en mi olla-. Qué buena idea. Sin embargo, la emperatriz Nuharoo y yo no estamos a gusto si nuestro marido viaja solo. Dos semanas es mucho tiempo para que el emperador Hsien Feng viaje sin compañía.

Sin desperdiciar la oportunidad de relumbrar, el príncipe Yee hizo otra sugerencia:

– Estoy seguro de que cualquiera de nosotros sería feliz de acompañar a su difunta majestad; ¿puedo tener ese honor?

– Quiero que sea Su Shun -dijo Nuharoo con lágrimas en los ojos-. Él era el hombre en quien más confiaba nuestro marido. Con Su Shun al lado de su majestad, el alma celestial descansará en paz. ¿Aceptas mi humilde petición, Su Shun?

– Será un honor, majestad.

Su Shun estaba visiblemente contrariado.

Apenas podía contener mi satisfacción. Nuharoo no sabía lo que había hecho; había creado la perfecta situación para que se beneficiara el príncipe Kung.

– Gracias, príncipe Yee -exclamé-. Ciertamente seréis recompensado cuando lleguemos a Pekín.

No esperaba que se presentara una ocasión tan propicia, pero lo cierto es que se presentó. Como impelido por el deseo de complacernos aún más, por avaricia o tal vez simplemente por su naturaleza superficial, el príncipe Yee añadió:

– No quiero halagarme a mí mismo, majestad. Me haré merecedor de vuestra recompensa porque el viaje será duro para mí. No solo estaré a cargo de la corte interior, sino que tengo también importantes responsabilidades militares. Debo confesar que ya estoy agotado.

Aproveché para darles la vuelta a sus palabras.

– Bueno, príncipe Yee, Nuharoo y yo creemos que su joven majestad Tung Chih encontrará otra solución. Ciertamente no queremos cansaros. ¿Por qué no dejáis vuestras obligaciones militares en manos de otros y os ocupáis solo de la corte interior?

El príncipe Yee no estaba preparado para mi rápida reacción.

– Por supuesto -respondió-, pero ¿habíais pensado en mi sustitución mientras hablábamos?

– No tenéis de qué preocuparos, príncipe Yee.

– Pero ¿quién será?

Vi que Su Shun avanzaba un paso y decidí sellar el momento.

– El príncipe Ch’un asumirá la obligación militar -comuniqué, apartando la mirada de Su Shun, que parecía tan desesperado por hablar que yo temía que atrajese la atención de Nuharoo-. El príncipe Ch’un no tiene asignada ninguna tarea. -Capté a Nuharoo con la mirada-. Será perfecto para el trabajo, ¿verdad?

– Sí, dama Yehonala -coincidió Nuharoo.

– ¡Príncipe Ch’un! -le llamé.

– Presente. -Respondió el príncipe Ch’un desde un rincón de la sala.

– ¿Os parece bien esta disposición?

– Sí, majestad -afirmó él con una reverencia.

El príncipe Yee cambió de expresión, mostrando un evidente arrepentimiento por lo que se había hecho a sí mismo. Intenté halagarle:

– Sin embargo nos gustaría que el príncipe Yee reanudara todas sus tareas cuando lleguemos a Pekín. Su joven majestad no puede prescindir de él.

– ¡Sí, claro, majestad!