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Pero… ¿por qué aquella soledad, aquel vacío arenoso le llamaba, le atraía misteriosa e imperativamente, como no lo había hecho con nadie de quienes había conocido?

Alvin lo ignoraba. Miró con fijeza a lo ancho de las espiras multicolores y de los gigantescos edificios que ahora encerraban la totalidad del dominio del género humano, como si de aquella forma pudiera hallar respuesta a su pregunta.

Pero no la halló. Sin embargo, en aquel momento, mientras su corazón le impulsaba a lo inalcanzable, tomó una decisión irrevocable.

Y supo entonces qué era lo que iba a hacer con su vida.

CAPÍTULO IV

Jeserac no resultó de mucha ayuda para Alvin, aunque no fuera tan falto de cooperación como a Alvin casi le había parecido. Le había hecho tales preguntas antes, en su larga carrera como mentor del joven, y no creyó que incluso un único como Alvin pudiese producir muchas sorpresas, o plantearle problemas que no pudiera resolver.

Era cierto que Alvin estaba comenzando a mostrar ciertas excentricidades de menor importancia en su conducta, las cuales eventualmente necesitaban la debida corrección. Alvin no se adhirió tan completamente como hubiera deseado a la increíble y elaborada compleja vida social de Diaspar, o en los mundos de fantasía de sus jóvenes compañeros. Tampoco había mostrado un particular interés para sumergirse en los dominios más altos del pensamiento, aunque a su edad, hubiera sido más bien sorprendente. Más notable resultaba su errática vida amorosa, llegó a la conclusión de que no formaría una relativamente estable pareja por lo menos de un siglo de duración y la brevedad de sus asuntos amorosos fue pronto famosa. Era intensa mientras permanecía en su período ardiente, pero ninguna relación duraba más allá de unas cuantas semanas. Por lo que parecía, sólo podía interesarse por una sola cosa cada vez.

Había veces en que se mezclaba de todo corazón en los eróticos juegos de sus compañeros o desaparecía con la compañera de su elección durante varios días. Pero una vez pasada la fuga pasional, se producía largos períodos en que daba la impresión de hallarse totalmente desinteresado de lo que debería ser su mayor preocupación a su edad. Aquello resultaba malo para él probablemente y ciertamente para sus amoríos dejados de lado, que vagaban por la ciudad desconsoladamente hasta encontrar otra consolación adecuada. Mystra, según había notado Jeserac, había llegado entonces en tan desgraciada época para Alvin.

No es que Alvin fuese falto de corazón ni desconsiderado. En el amor, como en las demás cosas, parecía ir buscando un objetivo una meta que Diaspar no podía proporcionarle.

Ninguna de tales características de Alvin preocuparon demasiado a Jeserac. Un Único, debía comportarse seguramente de aquella forma y a su debido tiempo el joven encajaría en la conducta y forma de vivir propios de la ciudad. Ningún individuo, por excéntrico o brillante que fuese, podría concebir otra cosa distinta.

— El problema que te afecta es uno ya muy viejo — le dijo a Alvin —, pero te sorprenderías de cuánta gente toma el mundo tal y como es y jamás se preocupa de nada y tampoco permite que le turbe su mente. Es cierto que la raza humana ocupó una vez un espacio infinitamente más grande que esta ciudad de Diaspar. Tú ya has visto algo de lo que era la Tierra antes de que llegase el desierto y desaparecieran los océanos Esos registros a los cuales eres tan aficionado de proyectar, son los más antiguos que poseemos, son los únicos que muestran la Tierra tal y como era antes de que llegasen los Invasores. No imagino que mucha gente los haya visto, esos espacios abiertos, sin límites son algo que no podemos contemplar, ni resistir. Incluso la Tierra entera, por supuesto, era sólo un granito de arena en el Imperio Galáctico. Lo que esas inmensidades entre las estrellas tienen que haber sido y son, es como una pesadilla que ningún hombre en su sano juicio trata de imaginar. Nuestros antepasados los cruzaron en el amanecer de nuestra historia, cuando se dirigieron a construir el Imperio. Los cruzaron de nuevo por última vez cuando los Invasores se dirigieron liada la Tierra.

«La leyenda dice, aunque sea sólo una leyenda, que hicimos un pacto con los Invasores. Ellos tendrían para sí el Universo si tanta falta les hacía y nosotros nos conformaríamos con el mundo en que nacimos.

«Hemos mantenido ese pacto y olvidado los vanos sueños de nuestra lejana infancia, como tú también los olvidarás, Alvin. Los hombres que constituyeron esta ciudad y establecieron la sociedad que en ella vive, fueron los señores de la materia y del pensamiento. Pusieron todo lo que la raza humana pudiera necesitar para siempre dentro de estas murallas, y después tomaron las medidas de seguridad necesarias para no abandonarlas jamás.

— Oh, las barreras físicas son las menos importantes. Tal vez haya rutas que conduzcan al exterior de la ciudad, pero estoy seguro de que no irías muy lejos por ellas, incluso en el caso de que las encontraras. Y aunque tuvieses éxito en el intento ¿qué bueno podría proporcionarte eso? Tu cuerpo no permanecería vivo mucho tiempo en el desierto, allá donde la ciudad dejaría de protegerte y alimentarte.

— Si existe una salida que conduzca al exterior de la ciudad — preguntó Alvin —, ¿qué es lo que me prohíbe utilizarla?

— Esa es una pregunta tonta — le respondió Jeserac —. Creó que ya conoces la respuesta.

Jeserac tenía razón; pero no en la forma que él imaginaba. Alvin lo sabía, o más bien lo había supuesto así. Sus compañeros le habían dado la respuesta, tanto en su vida consciente, como en las aventuras en sueños que había compartido con ellos. Ellos nunca estarían en condiciones de dejar a Diaspar; pero lo que Jeserac ignoraba era que las motivaciones que gobernaban sus vidas, no ejercían el menor poder ni la más pequeña influencia sobre Alvin. Tanto si su calidad de Único era debida a un accidente o a algún antiguo designio, era cosa que lo ignoraba; pero aquel era uno de sus resultados. Alvin trató de imaginar cuantos otros tendría que descubrir.

Nadie se daba prisa en Diaspar, y esto constituía una regla que incluso Alvin raramente alteraba. Consideró el problema cuidadosamente durante varias semanas y empleó mucho tiempo en la búsqueda de las más antiguas memorias históricas de la ciudad. Durante horas sin cuento, permanecía yacente en los brazos impalpables del campo antigravitatorio con el proyector hipnótico abierto y su mente proyectada al pasado. Cuando el registro había terminado, la máquina descansaba y todo se desvanecía; pero Alvin todavía continuaba en reposo con la mente fija en la nada anterior a su vuelta a través de las edades para encontrarse de nuevo con la realidad. Volvía a ver de nuevo las extensiones sin fin de aguas azules de los mares, más vastas que la propia tierra firme, con sus olas yendo a romper en las doradas orillas de los mares. Sus oídos percibían el rumor de los rompientes, callados hacía ya millones de años atrás. Recordaba los bosques y las praderas y las extrañas bestias que una vez compartieron el mundo con el Hombre.

Existían muy pocos de tales registros, como cosa generalmente aceptada, aunque nadie sabía por qué y que en algún momento entre la llegada de los Invasores y la construcción de Diaspar todos los recuerdos primitivos de los tiempos antiguos se habían perdido. Tan completo había sido el olvido de tales acontecimientos que resultaba difícil creer que aquello pudo haberse debido a un simple accidente. El género humano había perdido su pasado, excepto por unas cuantas crónicas que podían ser más bien una cosa ya legendaria. Antes de Diaspar sólo había existido… las Edades del Amanecer. En aquel limbo se hallaban inmersos inextricablemente juntos los primeros hombres que encendieron el fuego y los primeros que utilizaron la energía atómica, los primeros hombres que construyeron una canoa con sus manos y los primeros que llegaron a las estrellas. Al extremo lejano de aquel inmenso desierto de tiempo pasado, todos eran como vecinos próximos.