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– ¡Hombre! -exclamó Elias-. ¡Haber empezado por ahí!

Como judío entre ingleses, siempre me he sentido desplazado en mi propia ciudad natal, pero no tardé en aprender que ser un judío es cosa muy simple en comparación con ser un natural de la India. Apenas pudimos caminar tres pasos sin que alguien increpara a Aadil o lo detuviera. Los niños lo llamaban despectivamente «pajarraco» o bien se acercaban corriendo hasta él para restregar su piel oscura y comprobar si desaparecía su color. Los hombres se apartaban de su camino tapándose la nariz, aunque él olía a limpio y a flores mucho más de lo que pudiera esperar cualquiera de ellos. Las prostitutas lo llamaban ofreciéndole «precios especiales para los africanos», o diciéndole que jamás habían visto una verga negra y deseaban poder mirar una.

Yo pensaba que me volvería loco de ira o simplemente me haría el desentendido si alguien me pedía que viviera su vida, pero estaba claro que Aadil se había familiarizado hacía tiempo con aquellas cosas y le resbalaban. Con todo, no tardé en descubrir que había un aspecto en el que se parecían mucho un judío y un indio: el comerciante, no importa los prejuicios que pueda albergar en su corazón, tiene en igual consideración el dinero de todas las naciones. Nos dirigimos a una atestada taberna y, aunque el dueño dirigió a Aadil una mirada muy poco acogedora, cambió enseguida de actitud en cuanto el indio le ofreció un dineral por un reservado, comida y bebidas.

Aadil debía de conocer bien sus tabernas, porque aquella tenía una confortable habitación privada, dos ventanas provistas de cristales, grandes apliques para luces y una mesa bien puesta. Nos sirvieron comida, aunque Aadil no quiso probar nada de ella: los alimentos, según dijo, no habían sido preparados según las normas de su religión. La misma fe -explicó- le prohibía también el consumo de bebidas alcohólicas.

– ¡Nada de licores, vaya! -exclamó Elias-. ¡Demonios, Weaver…! ¡Por fin he descubierto una religión menos atrayente que la tuya! -No iba a permitir, sin embargo, que la abstinencia de nuestro anfitrión frenara su apetito, así que enseguida se sirvió un vaso de vino y empezó a infligir serios daños a una fuente de pollo frío.

A todo esto, nuestro amigo el señor Teaser estaba sentado en silencio, con las manos en su regazo. Rechazó con un movimiento de cabeza la comida y la bebida que se le ofreció. No me pareció extraño: después de todo, había recibido una terrible noticia y presenciado ese día sucesos notables. Pero, aun así, me costaba entender su pasividad en manos de aquel gigante de piel negra. Era fácil deducir de aquello que Teaser había tenido anteriormente tratos con Aadil Wajid Ali Baghat, y que por esa razón confiaba en el espía indio.

Esta suposición se confirmó más adelante pues, aunque el señor Teaser seguía sentado a solas en afligido silencio, Aadil vertió una buena cantidad de vino en una copa de peltre y se la tendió al infortunado, diciéndole:

– Bebed, señor. Sé que los ingleses encontráis esto muy reconfortante.

Teaser tomó la copa en sus manos, pero no hizo el menor gesto de beber.

– No puedo creer que esté muerta -se lamentó en voz alta-. Y la pobre Madre Clap, y mis amigos…, ¿qué va a ser de ellos? Debemos regresar a ayudarlos.

Reconozco que no hubiera esperado sentimientos tan valerosos en un hombre deseoso de casarse con otro hombre, pero la noche estaba ya cargada de sorpresas y aún contendría, ahora estaba seguro, otras muchas.

– No podemos regresar -dije- y no hay nada que podamos hacer por ellos. Siento decíroslo así, pero es la verdad. Con los alguaciles y los reformistas allí, aquello ya no está a nuestro alcance. Aparte de que deduzco de su comportamiento que estaban al servicio de algún otro poder, de alguien con dinero para asegurarse de que la redada se llevaba a cabo. Solo podemos esperar que, cuando hayan cumplido sus oscuros propósitos, pierdan todo interés en perseguir a vuestros amigos.

– ¿Y quién pensáis que puede ser ese poder oculto? -preguntó Aadil.

Por el tono de su voz hubiera podido decir que ya lo sabía y que solo deseaba oírmelo decir a mí. No encontré ningún motivo para negarme a ello:

– A menos que esté muy equivocado, la Compañía de las Indias Orientales. Aunque supongo que debería decir, mejor, una facción dentro de la Compañía; pero lo que no podría afirmar es si es Ellershaw, Forester o algún otro quien mueve las piezas.

Aadil asintió despacio.

– Pienso que tal vez estéis en lo cierto, pero quizá yo tenga más datos que vos para decir quién está detrás de esto. Os diré lo que sé y por qué estoy aquí. Algo sé también a propósito de vuestro apuro, señor Weaver, y que no estáis actuando por vuestra propia voluntad. Mi mayor esperanza es que, una vez hayáis oído lo que tengo que decir, comprenderéis que la mía es la causa de la justicia y que me ayudaréis gustoso a completar mis tareas.

– ¡La causa de la justicia! -le escupí a la cara-. ¿Fue en interés de la justicia que matarais a Carmichael actuando al servicio de Forester?

– No debéis pensar eso, señor -respondió él-. Yo apreciaba mucho a Carmichael por su buen humor y jamás le habría hecho daño. Reconozco que permití que os forjarais una idea distinta, porque eso me ayudaba a espantaros, que era entonces mi mayor preocupación. Aquella noche yo estuve trabajando al servicio de Forester… o induciéndolo a creer que trabajaba a su servicio, mejor dicho… y puedo informaros de que ni él ni yo tuvimos nada que ver con ese crimen.

– Es muy cómodo para vos decir eso. ¿Se puede saber qué fue exactamente lo que estuvisteis haciendo para el señor Forester toda la noche?

Aadil sonrió.

– Respecto a eso, me interesa no daros demasiados detalles por el momento. Baste decir que, como muchos hombres en la Compañía de las Indias Orientales, ha estado buscando cierta misteriosa máquina textil y que me ha utilizado para ayudarle a eso. Yo, con todo, no he estado tan enteramente al servicio de la Compañía como él piensa.

– Entonces…, ¿reconocéis vuestro engaño?

– Nadie de los presentes -respondió- puede decir que está completamente libre de culpa en cuanto a engañar a la Compañía de las Indias Orientales. Pero no penséis que yo haría jamás daño a un inocente como el señor Carmichael. Por ningún concepto.

– Esto tiene sentido -sugirió Elias-. De la misma manera que el señor Baghat fingía ser ignorante y hostil para ti, tingló haber matado a Carmichael. Pero esta noche ha demostrado que nene un espíritu generoso y que no es, en realidad, enemigo tuyo.

– Lo que también ha quedado demostrado esta noche es que el señor Baghat es un hábil farsante y que, si le prestamos crédito, asumimos un riesgo. -Estas palabras sonaron ásperas y duras mientras las pronunciaba, aunque a la vez me preguntaba a mí mismo si de verdad sospechaba de él o si me irritaba el completo engaño del que me había hecho objeto. Me dije que el verdadero problema estaba en mí mismo, en que me resultaba muy difícil cambiar de opinión acerca de un hombre en un abrir y cerrar de ojos. Reconociendo, pues, que no podía fiarme enteramente de mis sentimientos en esto, suavicé mi actitud y me puse en pie un momento para hacerle un gesto a Aadil y decir-: Sin embargo, creo que lo más prudente será oír todo lo que tengáis que decir, y dar crédito a vuestras palabras en la medida que pueda.

Aadil me devolvió la inclinación de cabeza, demostrando que había aprendido las costumbres británicas tan bien como la lengua.

– Aprecio mucho vuestra generosidad -dijo.

– Puede que haya en ella una buena parte de curiosidad -respondí sin rudeza-. Tal vez podríais empezar por informarme de vuestra relación con el señor Teaser, aquí presente, y de cómo ha sido que hayáis acudido a rescatarlo tan fortuitamente.

Teaser asintió con aire grave, como indicando que yo había dado con el punto justo para entrar en materia.