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Él conocía ése a fondo.

Hacía cinco años había completado en secreto la búsqueda del héroe, justo antes de llamar a Cotton Malone pidiendo ayuda. La primera vez que llegó logró entrar en la biblioteca y supo que todo lo que sospechaba de la Biblia era cierto. Se sintió abrumado. Sin embargo, cuando los Guardianes le pidieron ayuda, la idea lo entusiasmó. Muchos Guardianes habían salido de las filas de los invitados, y todos los Guardianes de allí creían que él debía ser su bibliotecario. Le explicaron las amenazas que se cernían sobre ellos, y él accedió a resolver su problema. Pero, al final, él también necesitó ayuda, razón por la cual se había visto involucrado Malone.

La paciencia y el conocimiento le habían sido muy útiles.

Sólo esperó no haber calculado mal.

Permaneció inmóvil junto a la salida de la Sala de la Vida, Pam Malone detrás de él.

– Espere aquí -le susurró.

Avanzó con cautela por el corredor, dio la vuelta a la esquina y echó un vistazo a la Sala de Lectura. Vio movimiento a izquierda y derecha: un hombre tras las estanterías, el otro protegiéndose con las mesas.

Volvió con Pam Malone y le entregó su arma.

– Debo entrar ahí -le dijo en voz baja.

– No va a salir…

Él meneó la cabeza.

– Éste es el final.

– Le prometió una larga charla a Cotton.

– Mentí. -Hizo una pausa-. Y usted lo supo.

– Soy abogada.

– No, es un ser humano. Todos hacemos cosas que lamentamos. Yo he hecho las mías; pero, al menos, al final de mi existencia he sido capaz de mantener intacta esta biblioteca. -Vio algo en los ojos de ella-. Sabe a qué me refiero, ¿no?

Ella asintió.

– Entonces sabe lo que tiene que hacer.

Haddad vio su confusión y le dio unas palmaditas en el hombro.

– Lo sabrá cuando llegue el momento. -Señaló el arma-. ¿Ha disparado una antes?

Ella se apresuró a decir que no con la cabeza.

– Sólo apunte y apriete el gatillo. Tiene retroceso, así que sujétela bien.

Pam no dijo nada, pero a él le satisfizo ver que entendía.

– Que tenga una vida próspera. Dígale a Cotton que siempre me ha merecido respeto.

Y se volvió y se encaminó hacia la Sala de Lectura.

– Podemos pasarnos así todo el día -gritó Malone.

– No entiende nada -repuso McCollum-. Le falta práctica, ¿eh?

– Le puedo dar su merecido.

McCollum se rió.

– Le diré lo que voy a hacer. Creo que volveré sobre mis pasos y me cargaré a su ex. También habría matado a su hijo si no hubiese liquidado usted a esos idiotas que contraté. Y, por cierto, yo fui quien lo organizó todo y usted el que vino detrás. El plan B era matar al chico. De cualquier forma habría encontrado a Haddad.

Malone sabía lo que estaba haciendo McCollum: intentar sacarlo de quicio, cabrearlo, obligarlo a reaccionar. Sin embargo tenía una duda:

– ¿Llegó a dar con Haddad?

– No. Usted estaba allí cuando los israelíes lo mataron. Lo oí todo.

¿Lo oyó? McCollum no sabía quién era el bibliotecario. Así que preguntó:

– ¿De dónde sacó el texto de la búsqueda?

– Yo se la di.

La nueva voz era la de George Haddad.

Malone vio al palestino en la puerta del fondo.

– Señor Sabre, yo lo manipulé a usted igual que usted hizo con Cotton. Dejé la cinta y la información en el computador para que usted la encontrara, incluido el texto de la búsqueda, que yo mismo ideé. Le aseguro que el viaje que yo completé para encontrar este sitio en un principio fue mucho más difícil.

– Es usted un mentiroso de mierda -le espetó el otro.

– Tenía que ser un reto. Si era demasiado fácil, habría creído que era una trampa; si era demasiado difícil no lo habría conseguido. Pero estaba usted impaciente. Incluso le dejé una memoria USB junto al computador y ni le dio importancia. Más cebo para esta trampa.

Malone se fijó en que desde donde se encontraba Haddad se veía claramente la posición de su atacante, pero las dos manos de Haddad estaban vacías, algo que no le habría pasado inadvertido.

– George, ¿qué estás haciendo? -le chilló.

– Terminar lo que empecé. Haddad caminó hacia Sabre.

– Confía en lo que conoces, Cotton. Ella no te dejará en la estacada.

Y su amigo continuó andando.

El mercenario vio que el bibliotecario avanzaba hacia él. ¿Ese hombre era George Haddad? ¿Todo lo que había sucedido había sido planeado? ¿Lo habían utilizado?

¿Cómo lo había llamado el viejo? ¿Una trampa? Que extraño.

Así que efectuó un disparo.

A la cabeza del bibliotecario.

– «¡No!» -exclamó Malone cuando la bala alcanzó la cabeza de George Haddad. Tenía tantas preguntas que quería hacerle, tantas cosas que no entendía. ¿Cómo había llegado el palestino hasta allí? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué sabía Haddad que valiera todo aquello?

La ira lo asaltó, y disparó dos veces en dirección a McCollum, pero los proyectiles sólo dañaron el muro del fondo.

Haddad yacía inmóvil, un charco de sangre se estaba formando alrededor de su cabeza.

– El viejo tenía agallas -gritó su asesino-. Lo iba a matar de todas formas. Quizá lo supiera.

– Es usted hombre muerto -se limitó a responder Malone.

Del otro lado de la sala le llegó una risita.

– Como usted mismo dijo: puede que le resulte difícil de conseguir.

Malone sabía que tenía que poner fin a aquello. Los Guardianes contaban con él. Haddad había confiado en él.

Entonces vio a Pam.

Estaba en la puerta, sumida en las sombras, el ángulo impedía que la viera McCollum.

Empuñaba un arma.

«Confía en lo que conoces.»

Las últimas palabras de Haddad.

Él y Pam habían pasado unidos la mayor parte de sus vidas, los últimos cinco años odiándose. Sin embargo, ella formaba parte de él, y él de ella, y siempre estarían unidos. Si no por Gary, por algo que ninguno de los dos podía explicar. No era necesariamente amor, pero sí un vínculo. Él no permitiría que le pasara nada a Pam y tenía que confiar en que ella pensara igual.

«No te dejará en la estacada.»

Sacó el cargador del arma, apuntó a McCollum y apretó el gatillo. La bala de la recámara se incrustó en una de las mesas.

Luego se oyó un clic. Y otro.

Uno más para acabar de convencerlo.

– Fin de trayecto, Malone.

Él se puso en pie, esperando que su rival quisiera saborear su triunfo. Si McCollum decidía disparar desde donde se ocultaba, él y Pam estarían muertos. Pero conocía a su enemigo. Éste se levantó, apuntándole con el arma, y salió de detrás de la mesa. Se acercó hasta donde se hallaba Malone. Ahora quedaba de espaldas a la puerta. Ni siquiera le ayudaría la visión periférica.

Tenía que entretenerlo.

– ¿Se llama Sabre?

– Es mi nombre profesional, el verdadero es McCollum.

– ¿Qué piensa hacer?

– Matar a todo el mundo y quedarme con esto. De lo más sencillo.

– No tiene ni idea de lo que hay aquí. ¿Qué va a hacer con ello?

– Conseguiré a gente que lo sepa. Conseguiré todos mis propósitos. Ya sólo lo del Antiguo Testamento basta para dejar mi huella en el mundo.

Pam no se había movido. Sin duda había oído los clics y sabía que él se encontraba a merced de McCollum. Imaginó su miedo. A lo largo de los últimos días había visto morir a gente, y ahora debía de invadirla el terror de ser ella la que debía matar a otra persona. También él había experimentado esa incertidumbre. Apretar el gatillo nunca era fácil. El acto tenía sus consecuencias, y el miedo a esas consecuencias podía paralizar por completo a uno. Sólo cabía esperar que los instintos de ella se impusieran al terror.