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– ¿En diez minutos o en diez horas?

– Estamos en el interior de los túneles, señor. El Servicio Secreto, la CIA y el CNP.

– Ya sé quién coño está dentro.

– Tal vez preferiría bajar usted mismo, señor.

Lowe saltó ante tamaña muestra de insubordinación:

– Y tal vez a usted le gustaría encontrarse cavando mierda en Oklahoma.

De pronto Marshall se les acercó y apartó un poco a Lowe:

– Jake, todos estamos un poco histéricos. Ya hay tensión suficiente tal como están las cosas. Ya te he dicho antes que te calmaras y te lo vuelvo a pedir. Nos harás un favor a todos.

La mano de Strait se levantó de pronto hacia sus auriculares:

– ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuántos son?

Díaz lo miró. Y también el equipo médico. Lowe y Marshall se giraron rápidamente.

– Volved a registrar toda la zona. Os mandamos las unidades de reserva. Sí, las luces están de camino.

– ¿Qué coño pasa? -Lowe estaba delante de su cara.

– Han encontrado retales de lo que parece una camiseta recién quemada. Como si alguien la hubiera utilizado de antorcha. Hay también lo que parecen ser unas huellas poco claras de dos hombres que llevan hacia atrás del túnel.

– ¿Dos?

– Sí, señor, dos.

119

22.05 h

El túnel era poco más alto que un hombre de estatura normal y un poco más del doble de ancho, y estaba iluminado por las tenues luces a pilas de emergencia montadas en la parte superior de las paredes, cada treinta metros aproximadamente. Las paredes y el techo estaban reforzadas con vigas de madera que habían sido recubiertas, entre las piezas grandes de piedra natural, con una capa fina de cemento, probablemente para evitar la caída de polvo. La vía de acero del centro del suelo era única, un monorraíl pulido que llevaba, como el propio túnel, hacia la tenebrosa profundidad por ambos lados.

– Queríamos saber cómo hizo Foxx para meter y sacar los cuerpos del laboratorio -dijo el presidente en voz baja- y aquí tenemos la respuesta.

Marten se tomó un momento para situarse y luego bajó la vista hacia la galería que tenía a su izquierda.

– Según mis cálculos, esto lleva otra vez hasta el laboratorio de Foxx. -Miró a la derecha-. Ésta tiene que ser la dirección de la que venían. Los cuerpos iban cargados en un vagón monorraíl, o algo parecido.

– Pues entonces iremos por aquí -dijo el presidente, mientras ya avanzaba en aquella dirección-. Este túnel se excavó directamente debajo del otro para que no lo pudieran detectar los satélites ni la aviación de vigilancia. Todos conocían las galerías antiguas, así que nadie sospecharía que eran utilizadas para camuflar otros túneles. Es todo diseño de Foxx. Estoy seguro de que lo copió de las fábricas de armas subterráneas secretas que armaron Alemania durante la segunda guerra mundial.

– Desde luego está bien pensado -dijo Marten, mirando hacia arriba-. No ha sido sólo casualidad que encontráramos ese ventilador, al menos de este lado hay muchos más, probablemente uno cada sesenta metros. Nos los hemos pasado porque están muy bien disimulados, pero esos chicos los descubrirán dentro de poco.

– Otra cosa -dijo el presidente, sin dejar de avanzar-: las espitas de gas instaladas cerca de las luces de seguridad son más grandes que las del laboratorio, mucho más, de unos doce o quince centímetros. Lo que no entiendo es cómo todo esto no ha volado con la primera explosión.

– ¿Me está diciendo que estamos andando por el interior de una bomba?

– Eso me temo.

120

22.12 h

Los cánticos de los monjes resonaban potentes por todo el anfiteatro. La luna había desaparecido y ahora caía una lluvia regular con un espectáculo de rayos sobre las montañas, subrayados de vez en cuando por enormes rugidos de truenos. Pero la tormenta y sus elementos resultaban anecdóticos comparados con lo que Demi tenía ahora ante ella, que la mantenía petrificada donde estaba.

En el centro del círculo de Aldebarán había un enorme buey vivo atado con cadenas. Los monjes habían formado un círculo a su alrededor y giraban lentamente en la dirección contraria a las agujas del reloj, mientras, uno a uno, los niños aparecían desde detrás de las hogueras para depositar reverentemente ramos de flores a los pies del animal. Cuando los niños hubieron terminado aparecieron sus mayores. Más de cien de ellos, todos rezando silenciosamente, para depositar más ramos ante el buey.

Lo que provocó la estupefacción de Demi y captó toda su atención era que el animal estaba en el centro de una furiosa hoguera, pero en cambio parecía relajado, sin miedo, y o bien no sentía el calor intenso de las llamas o no era consciente de lo que le ocurría.

– No es ni magia ni un engaño -dijo una voz delicada desde detrás de ella. Demi se dio la vuelta y vio a Luciana-. La bestia está en un viaje espiritual. No siente dolor, sólo felicidad. -Luciana sonreía con seguridad-. Vamos, anda, acércate un poco. Fotografíalo. Para eso has venido, ¿no es cierto?

– Sí.

– Pues entonces, hazlo. Regístralo para siempre. En especial sus ojos. Graba la paz, la felicidad que sienten todas las criaturas cuando hacen este viaje. Hazlo y lo verás.

Luciana extendió un brazo hacia el espectáculo y Demi se acercó. Tomó sus cámaras y se acercó al círculo de monjes y se dirigió hacia la bestia ardiente. Cuando lo hacía, una mujer anciana entró para posar flores a los pies del animal y para pronunciar una plegaria breve en el mismo idioma en que los monjes cantaban.

Demi usó primero su cámara digital, la que transmitía las imágenes automáticamente a la página web. Primero hizo un plano general y luego usó el zoom para tomar otro de más cerca. Finalmente se acercó para tomar un primer plano de la cabeza de la bestia. Sintió la intensidad tremenda del fuego, vio la expansión del calor a través del objetivo. Volvió a oír las palabras de Luciana: «Hazlo. Regístralo para siempre. En especial sus ojos. Graba la paz, la felicidad que sienten todas las criaturas cuando hacen este viaje. Hazlo y lo verás».

Luciana tenía razón; lo que Demi vio en los ojos de la bestia, lo que la cámara recogió, era una mirada de paz y, desde luego, si los animales eran capaz de sentirla, de felicidad.

De pronto las llamas se reavivaron con violencia y el buey desapareció de su vista. Ella retrocedió rápidamente. Al cabo de un segundo el cuerpo enorme del animal se hundió en el fuego, despidiendo una enorme cascada de chispas hacia el cielo nocturno. En aquel momento, los cánticos se detuvieron y todo se quedó en silencio. Todos los que la rodeaban bajaron la cabeza.

El gran viaje de la bestia había comenzado.

121

22.24 h

Marten y el presidente Harris medio corrían, medio andaban, manteniéndose expresamente en las traviesas de madera del monorraíl para evitar dejar huellas o rastro de su paso por allí.

El hecho de que el presidente tuviera treinta años más que Marten cambiaba poco las cosas. Ambos estaban sudorosos y agotados y corrían por inercia. Su estado mental y físico había empeorado por la certidumbre de que era sólo cuestión de tiempo, minutos, hasta segundos, que sus perseguidores encontraran uno o más de los ventiladores que los llevarían a la galería inferior en la que ahora se encontraban.

Lo mejor que podían hacer era confiar en que alcanzarían el fondo del túnel antes de que eso sucediera, y que cuando lo hicieran tendrían el tiempo suficiente de encontrar la entrada por la que Foxx llevaba a sus víctimas para meterlas en los tanques de conservación. Sin embargo, con todo lo esperanzadora que resultaba esta idea, planteaba otra cuestión: ¿y si aquella zona, fuera lo que fuese, seguía en activo? ¿Y si había guardas, o algún otro tipo de personal de Foxx? Era una idea terrible que en estos momentos no los llevaba a ninguna parte. Sólo les quedaba una dirección posible: ir hacia delante.