Выбрать главу

– ¿Cómo tiene el hombro?

– Estoy bien. Bajamos por el tobogán y no se hable más.

– ¿Quiere otra pastilla para el dolor?

– No -dijo Hap, y luego rectificó-: Sí, por favor.

– Presidente -dijo Marten a media voz-. Antes no hemos tenido la oportunidad de descansar. Nos estamos agotando. No sólo Hap; todos. Tenemos que aprovechar para descansar un poco o ninguno de nosotros va a conseguirlo.

– Tiene razón -el presidente miró a Hap-. Sea usted quien decida: cuando esté listo, lo dice.

– Sí, señor.

2.32 h

– Vamos -dijo Hap, y se levantó de pronto. Los otros lo imitaron, dispuestos a seguir. Marten los detuvo: -Hap, a riesgo de meterme en sus asuntos. Nuestra misión es conseguir que el presidente llegue a la estación y pueda dirigirse a las personas allá reunidas. La misión de ese Woody el piloto y la misión de todos los demás que han traído con ellos es encontrarle y llevárselo de aquí.

– ¿Qué trata de decirme?

– Lleva una 9 mm y un rifle automático. Deme una de las dos.

Hap vaciló y luego buscó por su cinturón, por debajo de la manta, sacó la Sig Sauer de 9 mm y se la dio a Marten.

– ¿Sabe cómo usarla?

– Perfectamente.

137

Tren n.° 243 de París a Berlín. 2.48 h

Victor se reclinó en su asiento, incapaz de conciliar el sueño. Enfrente de él había una joven leyendo, con sus delicadas facciones iluminadas por la pequeña lámpara individual. Miró el resto del vagón. Aparte de otra lámpara de lectura, estaba a oscuras y el resto de pasajeros dormía.

La joven de delante de él giró la página y siguió leyendo, aparentemente sin darse cuenta de que estaba siendo observada. Era rubia y no especialmente atractiva, pero a su manera -por su postura al leer, por la manera de pasar las páginas con un dedo- resultaba una mujer misteriosa. Calculó que debía de tener unos veinticinco años, tal vez un poco más. No vio que llevara anillo de casada y se preguntó si lo estaba y prefería no llevarlo, o si era soltera, o tal vez incluso divorciada. La observó unos segundos más y luego apartó la vista para mirar con expresión ausente a la penumbra.

Había apartado la vista a conciencia para evitar que lo sorprendiera mirándola y que eso pudiera ponerla nerviosa.

Pero, aun así, no podía evitar pensar en ella. El tren llegaría a Berlín en poco más de cinco horas. ¿Qué pasaría entonces? ¿Tendría amigos, familia o alguien que viniera a recibirla? ¿O estaba sola? Y si lo estaba, ¿tendría un trabajo y un hogar, o al menos un lugar al que ir?

De pronto sintió una necesidad casi incontenible de protegerla. Como si fuera su esposa, o su hermana, o hasta su hija. Fue entonces y por primera vez cuando se dio cuenta de por qué estaba allí y de por qué le habían enviado. Para actuar y protegerla a ella y a la gente como ella antes de que algo malo les sucediera. Él era una fuerza preventiva.

Ése era el motivo por el que había hecho lo que le pedían en Washington, por el que había hecho lo que Richard le había pedido y anduvo a través de la estación de Atocha, el escenario de un atentado terrorista en Madrid; el motivo por el que había matado a los dos jinetes en Chantilly, y el motivo por el cual Richard lo había metido en aquel tren con destino a Berlín y luego a Varsovia, donde le había prometido la misión más importante de su vida. Donde, si ejecutaba bien las instrucciones recibidas, se produciría un importante paso para detener la propagación del terrorismo. Sabía que las circunstancias serían complejas, incluso peligrosas, pero no tenía miedo ni estaba nervioso. En cambio, se sentía honrado y sabía que si lo lograba estaría contribuyendo a proteger las vidas de gente inocente de todo el mundo. Gente como la joven lectora que ahora mismo tenía delante.

138

3.03 h

Siguieron a oscuras por un sendero resbaladizo y peligroso que bajaba durante casi dos kilómetros antes de llegar a la orilla del río en el que estaban ahora, detenidos en un pequeño otero, esperando a que José bajara a la orilla del agua para ver cuál era el sitio idóneo para cruzar la corriente. De momento no habían visto ni rastro de las tropas de tierra y suponían que debían de estar todavía en las colinas que quedaban detrás, aunque no había manera de asegurarse.

Diez minutos antes, los helicópteros de ataque se habían alejado bruscamente de la zona que estaban rastreando, río arriba, y se habían marchado en dirección suroeste. Eso les hizo suponer que habían encontrado a Miguel y que éste estaba haciendo todo lo que podía para retenerlos, porque de momento no habían vuelto a por ellos.

Marten avanzó un poco hacia la orilla, tratando de localizar a José en medio de la oscuridad. Lo último que podían permitirse ahora era que su guía resbalara y se lo llevara la corriente.

Estaba a punto de alcanzar al joven cuando el viento se levantó de golpe. Por unos instantes brevísimos las nubes se abrieron y la luna brilló con fuerza, y al hacerlo Marten pudo ver unas sombras que bajaban de la ladera detrás de ellos. Delante, al otro lado del río, estaba la zona desprotegida de doscientos metros que José les había descrito. Luego las nubes volvieron a tapar el cielo y la luz se fundió.

Entonces se dirigió rápidamente a José:

– Hay hombres bajando la colina más atrás. Hemos de cruzar el río y el espacio abierto cuanto antes, antes de que la luna vuelva a alumbrarnos.

3.07 h

Se cogieron de los brazos formando una cadena humana para cruzar; una empresa ya lo bastante difícil bajo circunstancias normales y casi imposible ahora, mientras intentaban mantener el equilibrio contra la fuerza del agua que bajaba y al mismo tiempo conservar puestas las mantas térmicas. El orden de la formación era el mismo de antes: José, luego Marten, luego el presidente y Hap al final.

– Miren -dijo Marten, al llamarle la atención algo encima del risco del que bajaba la corriente.

Al instante, la luz de rastreo de un helicóptero de ataque se balanceó por la ladera y empezó a bajar por encima de la corriente en dirección a ellos, con las luces jugueteando por la colina de la que procedían y donde ahora se veían con claridad al menos una docena de hombres uniformados que bajaban corriendo en dirección al río.

– ¡José, vamos, vamos! -gritó el presidente.

El chico corrió como si le acabaran de disparar. En cuestión de segundos había alcanzado la otra orilla y estaba ayudando a los otros a salir. Luego se volvieron y corrieron, cruzando el espacio abierto y metiéndose bajo los árboles un segundo antes de que el helicóptero alcanzara el punto por el que habían cruzado el río. De pronto volvió a subir, balanceando el reflector por la zona desprotegida y hacia los árboles bajo los que se encontraban, y luego volvió a remontar la corriente fluvial y la colina de la que procedían. Más arriba vieron el segundo y tercer helicópteros sobrevolando la corriente en zigzag, con los reflectores iluminando el río y las escarpadas colinas a ambos lados.

3.13 h

Se encontraban en un bosque denso, remontando un terreno rocoso cada vez más difícil y complejo. José miró atrás y luego se detuvo y esperó a que los otros lo alcanzaran. Estaban rozando el agotamiento -las piernas agarrotadas, jadeando para coger oxígeno bajo las finas mantas térmicas- y llegados a ese punto, luchaban ya tan sólo por ser capaces de seguir avanzando.

3.15 h