– Dios mío -suspiró el presidente.
– Hap -advirtió Marten, haciéndole un gesto hacia la arboleda y el monovolumen de la policía que se acercaba.
Hap lo miró, luego volvió a mirar los helicópteros y el enjambre de agentes del Servicio Secreto que rodeaban a los «amigos» del presidente.
– ¡Volvemos a entrar! ¡Ahora! -Hap tomó al presidente del brazo y lo arrastró hasta la puerta de la iglesia por la que habían salido segundos antes.
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8.10 h
Como si aquello fuera posible, los monjes consiguieron adentrar más a Demi en la pesadilla.
La sala era como un escenario, semicircular y abierta hacia un techo a oscuras a diez metros o más de ella. Las paredes que se levantaban hacia el mismo eran de acero pulido. El suelo, visible hasta hacía unos instantes, estaba ahora cubierto hasta sus rodillas por una niebla artificial iluminada desde abajo por luces invisibles que provocaban una combinación etérea de rojos, verdes, violetas y ámbares. En el centro había un sencillo trono negro en el cual se sentaba Cristina majestuosamente, con su magnífica melena de pelo negro cayéndole sobre la túnica blanca ajustada, y con todo el decorado y la iluminación convirtiéndola en la estrella de lo que fuera que iba a pasar a continuación. Claramente, iba a haber una función y muy pronto habría su público, un público que Demi imaginó compuesto por lo que Giacomo Gela le había descrito cuando le habló de las Tradiciones: «Un ritual anual que se desarrolla delante de varios cientos de miembros de una poderosa orden llamada Los Desconocidos».
Sin mediar palabra, los monjes llevaron a Demi hacia el centro del escenario y luego se detuvieron cuando, lentamente, una gran cruz de Aldebarán se levantó frente a ellos. De inmediato, los monjes le ataron los pies a la base y luego le pusieron una correa alrededor del cuello y le levantaron los brazos hacia fuera, atándoselos a la barra de la cruz. En pocos segundos se había convertido en un crucifijo viviente atado a un icono pagano.
Cristina la miró y le sonrió:
– El buey nos espera.
– No.
– Sí.
En aquel momento, un monje hizo su aparición a través de la niebla y se acercó a Cristina. Le entregó una copa de plata llena de vino tinto. Ella la tomó, sonrió y abrió la boca suavemente. Al hacerlo, el monje le puso una oblea redonda en la lengua. Ella levantó la copa y bebió, tragándose la oblea. Esto, y Demi lo sabía, formaba parte de la ceremonia. También sabía que acababa de presenciar una falsa eucaristía. Ni Jesucristo ni la Santa Cena formaban parte de este ritual. Ni tampoco la oblea símbolo de su cuerpo, ni el vino símbolo de su sangre. La noche anterior, el buey se había comportado con calma y serenidad mientras las llamas lo consumían, sin mostrar ni miedo ni dolor en la mirada. Era obvio que le habían administrado algún tipo de droga, y Demi estaba convencida de que a Cristina también se la habían administrado ahora. Pero también sabía que, mientras que la bestia drogada había muerto en paz, todo había sido parte del espectáculo. Para que los niños y los adultos lo vieran y para que creyeran que Cristina haría el mismo tipo de viaje apacible. Pero era todo mentira; había visto el vídeo de la muerte por sacrificio de su madre y sabía cómo serían sus muertes, la de Cristina y la suya propia. Puede que Cristina estuviera drogada, pero el efecto no tardaría en disiparse. Fuera quien fuese aquella gente, el ritual se centraba en una muerte humana horrible y atroz. También sabía que, mientras la incineración de Cristina era el motivo central del ritual, era ella quien iba a representar el espectáculo más pronunciadamente político: su propio tormento y asesinato serían un ejemplo para cualquiera de los Desconocidos a los que en cualquier momento se les pudiera ocurrir rebelarse y volverse contra ellos.
También había otra cosa: su recuerdo claro del vídeo y de cómo se lo habían hecho mirar. Esta gente no era solamente mala, eran profundamente crueles y vengativos. Era como si su horrible muerte no bastara; tenían además que demostrarle su poder, su falta de respeto, su prepotencia. ¡Pobre de aquel que en la vida eterna volviera a nacer e intentara retarlos!
Demi desvió la vista, incapaz de soportar ya sus propios pensamientos. Al hacerlo, el horror la volvió a golpear. Como si estuviera en medio de un camposanto medieval, tres cruces de bolas más se levantaron de entre la niebla. Encima de cada una había montada una cabeza humana.
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8.15 h
Su vuelta atrás hacia la iglesia les dejaba un solo lugar al que ir, la sala de monitores de circuito cerrado. Un lugar tan útil como peligroso. Quedaba aislada y la habían cerrado desde dentro, pero eso también significaba que si los encontraban, no tendrían escapatoria. El presidente estaría muerto antes del anochecer, y también el resto de ellos.
– Tal vez -dijo el presidente, mientras se sentaba en la silla y se ponía a observar los monitores- ellos nos contarán lo que Foxx no nos contó.
Marten avanzó hasta el lado de Hap, detrás del presidente, para observar. Se maravillaba ante la capacidad del presidente por compartimentar y convertir las situaciones contrarias en oportunidades. La mayor parte del tiempo, la situación parecía no importarle.
– José. -El presidente se volvió a mirar al muchacho, que estaba más atrás, apoyado en la puerta. Había llegado hasta allí, había hecho todo lo que le habían pedido y más. Pero ahora, encerrado en aquella habitación, estaba claramente asustado. Los helicópteros presidenciales, el enjambre de agentes del Servicio Secreto, aquel tablero con monitores… todo parecía superarlo.
– No pasa nada -le dijo el presidente, con voz cariñosa, en español-. Acércate a nosotros. Eres todo un hombre. Mira lo que está pasando. Tal vez tú puedas explicarnos algunas…
– Los autocares ya han llegado -dijo Marten, y el presidente volvió a mirar a los monitores. La ristra de autocares negros llegando al aparcamiento se veía en cinco de los monitores. Pararon, las puertas se abrieron y los huéspedes del New World Institute, resplandecientes en sus trajes de noche, recorrieron el tramo que los separaba de la puerta de la iglesia. Sonreían, charlaban distendidamente entre ellos, totalmente relajados ante la presencia del fuerte dispositivo de seguridad.
– No había visto nunca la lista entera de socios del NWI, pero apuesto a que conozco la mitad de esta gente, y a algunos de ellos bien. -El presidente estaba clara y profundamente preocupado-. Representan algunas de las instituciones más poderosas e influyentes de todo el mundo. ¿Tienen alguna idea de lo que está ocurriendo? ¿O, directamente, forman parte del complot?
Justo entonces, las campanas de la iglesia empezaron a tocar. Curiosamente, no era el doblar alegre que normalmente se asocia a una llamada a la misa, sino más bien sonaba como los cuartos de Westminster, el conocido sonido de las torres de las horas de todo el mundo.
– ¿Por qué los cuartos? -preguntó el presidenta-. No es la hora en punto. ¿Hay algún significado? ¿Qué significa, si es que significa algo?
– Señor presidente, señor Marten -intervino Hap-, monitor siete, fila de en medio.
Una de las cámaras del aparcamiento apuntada carretera abajo, a los edificios principales del complejo, recogía una hilera lejana de helicópteros que se acercaba. Primero se veían cuatro, luego cinco. El último, un Chinook del ejército estadounidense.
– ¿Quién es? -dijo el presidente, concentrado en la pantalla.
– Yo diría que Woody -dijo Hap-, con el CNP detrás. Probablemente Bill Strait va en el Chinook con el doctor Marshall y Jake Lowe. Vinimos de Madrid en él. No creía que las cosas pudieran empeorar mucho más, pero, de pronto, lo han hecho.