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8.16 h

El mayor de la Marina estadounidense Woody Woods bajó el helicóptero de ataque del ejército naval hasta la novena pista del complejo de Port Cerdanya. A los pocos segundos aterrizaron tres helicópteros del CNP, y luego lo hizo el Chinook. De inmediato, sus puertas se deslizaron hacia atrás. Bill Strait salió el primero, seguido del doctor Marshall y de una docena de agentes del Servicio Secreto. El segundo, tercer y cuarto helicópteros eran de la policía española, con la inspectora Díaz en el primero de ellos. Su misión: rastrear la zona desde la pista de servicio de los viñedos hasta los contornos más alejados de los mismos mientras otras unidades de tierra y de aire del Servicio Secreto, la CIA y el CNP rastreaban la zona comprendida entre los viñedos y la montaña, la ruta que sospechaban que el presidente y cualquiera que lo acompañara podía haber usado; un grupo que incluiría a Nicholas Marten y a Hap Daniels.

Por orden del vicepresidente, la zona entre la pista del viñedo hasta el complejo y más allá, hasta la misma iglesia, estaba bajo el control de su destacamento del Servicio Secreto, el Servicio Secreto español y la policía española ya desplegada. Si el presidente estaba dentro de aquel cerco, lo encontrarían. Los perímetros más exteriores eran responsabilidad de Will Strait y de la inspectora Díaz.

Entre medio estaba el Chinook, listo para llevarse el presidente en cualquier momento.

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8.24 h

El presidente Harris había visto a su buen amigo el rabino Aznar dirigiendo una breve convocación a los miembros reunidos del New Word Institute. Luego se había estrechado las manos con el vicepresidente Rogers y había abandonado el escenario cogido del brazo del reverendo Beck.

Menos de treinta segundos después, una cámara exterior lo mostró siendo escoltado hasta el aparcamiento por un par de monjes. El Servicio Secreto lo ayudó a subir a uno de los monovolúmenes negros y se lo llevaron de allí. Los monjes volvieron a entrar inmediatamente y cerraron las puertas detrás de ellos.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó el presidente, en el instante en que los monitores perdieron la imagen repentinamente. La respuesta le llegó al instante:

Acceso uno: Cerrado. Precinto confirmado.

Acceso dos: Cerrado. Precinto confirmado.

Acceso tres: Cerrado. Precinto confirmado.

La lista proseguía hasta el acceso número diez. Finalmente llegó el último mensaje:

Confirmación de precinto completada.

– Son las puertas de la iglesia, señor presidente -dijo Hap en voz baja-. Hay diez en total. La número diez es la que hemos usado para entrar. Lo que tenemos ahora es una situación de «nadie entra, nadie sale». Como alguien venga a comprobar los monitores, estamos acabados.

– Primo -Marten se volvió bruscamente hacia el presidente-. Si estaba en lo cierto sobre lo que Foxx construyó, si esta iglesia formaba parte de sus planos y el monorraíl llevaba hasta aquí, entonces tiene que estar por algún punto debajo de nosotros. Y si lo está y conseguimos acceder, entonces sí tenemos una salida. Me gustaría mandar a José a averiguarlo. Si se encuentra con alguien, lo único que tiene que decir es que trabaja en mantenimiento, que era su primer día de trabajo y que se ha quedado encerrado al bloquearse todas las puertas. Y que sólo estaba tratando de encontrar la manera de salir. ¿Le puede pedir que lo haga, por favor?

A los diez segundos Hap dejaba salir a José, diciéndole que, al volver, diera tres golpes a la puerta.

8.30 h

– ¿Y ahora qué? -el presidente miraba a los monitores, que se habían vuelto a quedar en negro. Ahora volvían a mostrar imágenes, distintos ángulos de la misma cosa. Todos los doscientos miembros tan distinguidos del New World Institute habían abandonado sus asientos y estaban desfilando hasta doce puntos distintos, cada uno de ellos mostrado de cerca. El vicepresidente Rogers iba el primero, y luego lo seguían los demás, uno a uno. Cada persona daba un paso al frente, daba su nombre, lugar y fecha de nacimiento, y luego tocaba una pequeña caja metálica con el pulgar izquierdo. De inmediato, sobre la cara de la persona se sobreimprimía una lectura:

Miembro 2702. ADN tomado. ADN confirmado.

Miembro 4481. ADN tomado. ADN confirmado.

Miembro 3636. ADN tomado. ADN confirmado.

– Sea lo que sea que esté ocurriendo, les puedo garantizar que este alimentador de vídeo no pasa a través del control de seguridad principal -dijo Hap, con los ojos clavados en las pantallas.

El desfile proseguía. Las edades de los miembros iban de veintiocho a ochenta y tres. Los lugares de nacimiento eran igual de variados: Basilea, Suiza; Salinas, Brasil; Nueva York, Estados Unidos; Berlín, Alemania; Yokohama, Japón; Ottawa, Canadá; Marsella, Francia; Tampico, México; Amberes, Bélgica; Cambridge, Inglaterra; Brisbane, Australia…

En el momento en que cada miembro completaba su registro, un monje se le acercaba con algo parecido a una gasa estéril, limpiaba el mecanismo y luego retrocedía, habiéndolo preparado para la siguiente identificación.

– Santo cielo. -La voz del presidente se le quedó pegada a la garganta al ver una mujer ponerse delante de la cámara.

– Jane Dee Baker -dijo. Luego dio el lugar y la fecha de su nacimiento y avanzó para dar una muestra de su ADN.

– La portavoz del Subcomité sobre Inteligencia y Contraterrorismo. -Marten sintió la misma escalofriante sorpresa.

– Demócrata por Maine, del subcomité de Mike Parsons -completó el presidente-. Ante ella testificó Merriman Foxx.

– Por eso Mike está muerto y su hijo también. Por eso mataron también a Caroline -dijo Marten, con una voz totalmente desprovista de emoción-. Mike descubrió lo que estaba ocurriendo, o al menos en parte.

– Hay algo más -dijo el presidente-. Todos utilizan el pulgar izquierdo para registrar su ADN. Desde este ángulo no se ve, pero me apostaría el presupuesto del Congreso del año que viene a que todos y cada uno de ellos llevan tatuada la cruz de Aldebarán.

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8.35 h

Los cantos suaves y melódicos de los monjes empezaron a inundar la iglesia mientras los delegados del New World regresaban a sus asientos. En el instante siguiente las luces bajaron de intensidad, como si fuera un teatro y la función estuviera a punto de empezar. Y entonces lo hizo.

– ¡Cristina! -gritó Marten, al aparecer el suelo de delante del altar que, de pronto, empezaba a apartarse hacia atrás y un escenario hidráulico con niebla en movimiento y una iluminación inquietante y teatral se levantaba del suelo, como una extraña fantasía propia de Las Vegas. Cristina permanecía sentada majestuosamente en el centro, sobre un trono casi invisible, y un foco la iluminaba desde arriba como si fuera una especie de diosa magnífica. Ahora un segundo foco se acercó a la parte frontal del escenario. Bajo su luz aparecieron tres cabezas cortadas, aparentemente de atrezzo, montadas encima de cruces de Aldebarán.

Como si estuviera programado con anterioridad, unas cámaras remotas empezaron a enfocar a los miembros de la congregación que iban avanzando lentamente encima de sus butacas. Ése era claramente el motivo por el que habían venido, lo que habían venido a ver, y se podía leer claramente en sus rostros.