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Sabía que el equipo de avanzada del Servicio Secreto habría registrado estos huecos y se habrían asegurado de que eran seguros mucho antes de la llegada de la comitiva presidencial. Eso significaba que estarían cerrados por puntos específicos de entrada: los paneles de acceso de la azotea y el sótano. Lo que no habrían tenido motivo para tener en cuenta era que tanto en la azotea como en el sótano, esos mismos paneles de acceso tendrían pestillos internos de seguridad para evitar que nadie pudiera quedarse atrapado en su interior. Eso significaba que los paneles se podían abrir desde dentro y se volvían a cerrar automáticamente cuando la persona había salido. Teniendo en cuenta la necesidad de espacio practicable de cualquier edificio comercial -y el Ritz, como edificio antiguo actualizado, no sería distinto-, era más que probable que el fondo de los conductos de aire estuvieran incorporados a zonas ya existentes del sótano, un almacén o una sala de máquinas, o incluso la lavandería.

Fueron estos conocimientos y esa suposición los que ayudaron a John Harris a llevar a cabo su fuga. Le llevó cerca de dos horas y le resultó mucho más difícil de lo que esperaba. Los conductos laterales eran mucho más estrechos de lo que había calculado e hizo una serie de giros que le llevaron a callejones sin salida y le obligaron a corregir su trayectoria a oscuras. Usó varias cajitas de cerillas para iluminarse el camino y empezó a pensar que se iba a quedar allí atrapado para siempre cuando, finalmente, encontró una tubería principal y empezó a bajar.

Varios nudillos y parte de la espinilla le quedaron en carne viva y tenía todo el cuerpo dolorido por el esfuerzo físico que supuso la huida, pero, al final, su intuición fue correcta y funcionó: la ruta principal de ventilación se abría mediante un panel de acceso a una sala grande de provisiones, en el sótano del edificio. Una vez fuera, el panel se había cerrado automáticamente detrás de él y pudo bajar por un corto y mal iluminado pasadizo hasta un punto cercano a la rampa de carga, donde se había escondido tras un congelador enorme hasta que llegó un camión de mercancías poco después de las tres de la madrugada. Vigiló cuidadosamente, aguardando mientras dos hombres descargaban el camión. Luego, cuando entraron en la cabina del vehículo para firmar los albaranes de entrega, se deslizó en medio de la carga y se escondió detrás de unas cajas de lechugas hasta que el conductor subió y se marcharon, sorteando tanto a sus agentes del Servicio Secreto como a la seguridad española apostada fuera. La siguiente entrega de mercancía era en un hotel a unas cuantas manzanas de allí. Ahí esperó hasta que el conductor estuvo dentro y entonces, sencillamente, saltó del camión y se marchó protegido por la oscuridad.

Ahora, cuando eran ya casi las doce del mediodía, permanecía sentado, todavía sin que nadie lo hubiera reconocido, tomando un café en la pequeña cafetería del casco viejo, con la cartera en su bolsillo de atrás del pantalón -una cartera en la que llevaba el permiso de conducir de California, tarjetas de crédito personales y casi mil euros en efectivo- y sin el tupé postizo que sólo su barbero y él sabían que llevaba habitualmente. Era totalmente consciente del revuelo que se habría armado cuando hubieran descubierto su desaparición e intentaba decidir cuál era la mejor manera de trasladarse desde donde estaba hasta donde quería ir sin que nadie lo reconociera y se disparara la alarma.

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Hotel Ritz, 11.50 h

La cuarta planta entera se convirtió en un nido de gritos, tal y como Hap Daniels había previsto. El secretario de prensa de la Casa Blanca, Dick Greene, estaba a punto de hacer una declaración especial al enjambre de medios internacionales que se apiñaba en el edificio, empeorando todavía más el caos que suponía la multitud de periodistas acreditados por la Casa Blanca para seguir al presidente en su gira por Europa. Se había filtrado la noticia de que el presidente ya no estaba en Madrid, que se lo habían llevado secretamente a un lugar no revelado durante la noche después de que una amenaza terrorista creíble fuera interceptada por el servicio de inteligencia español. Como oficial al mando del Servicio Secreto que supervisaba la operación, Daniels ya se había puesto en contacto con George Kellner, el jefe de la delegación de la CIA en Madrid, y con Emilio Vázquez, el jefe de la inteligencia española, para establecer una fuerza común que coordinaría sus oficinas con las autoridades policiales españolas en una rigurosa y exhaustiva búsqueda del presidente. La búsqueda sería clasificada como operación de seguridad nacional, lo cual significaba que era rigurosamente secreta a todos los niveles. Inmediatamente después Daniels habló por una línea protegida con el agente especial al mando de la oficina local del Servicio Secreto en la embajada estadounidense en París, para pedir que la oficina de París se pusiera en alerta total en caso de que se necesitaran refuerzos en Madrid. Pronto se añadiría a la caótica situación Ted Langway, un subdirector del Servicio Secreto en la sede de la USSS en Washington, que estaba ya de camino a Madrid para hacer de contacto de Hap Daniels y luego establecer una comunicación permanente con el director del Servicio Secreto en Washington, quien a su vez informaría al secretario del Departamento Estadounidense de Seguridad Interna, bajo el cual operaba ahora el Servicio Secreto.

Y luego estaba la pista que condujo a Hap al panel de acceso del aire acondicionado del falso techo del baño de la suite presidencial. Una revisión minuciosa de vídeos digitales grabados por las cámaras de la azotea mostró la llegada de un camión de víveres al hotel a las 3.02 de la madrugada. Fue detenido y revisado por los agentes del Servicio Secreto y luego autorizado a entrar en el hotel. Las cámaras de seguridad del sótano del hotel mostraban cómo el mismo camión bajaba por una rampa y luego se detenía en un muelle de carga a las 3.08 de la madrugada.

Un empleado del hotel y el conductor descargaron varias cajas de cartón de víveres y luego subieron a la cabina del camión y firmaron el albarán de entrega. En aquel momento, un movimiento vago en forma de sombra se veía acercarse a la parte trasera del camión. Empezaba en la parte superior de la pantalla, proveniente de la zona del congelador, luego se acercaba a la carga del camión y desaparecía. Un momento más tarde, el empleado del hotel se alejaba del camión, el conductor se subía al mismo y se marchaba. Las cámaras de seguridad de fuera del edificio lo captaron mientras se alejaba del hotel, giraba por una calle lateral y desaparecía.

– Alguien se metió en el camión mientras el empleado del hotel entraba a hablar con el conductor. Fuera quien fuese, seguía en el camión cuando éste se marchó -ladró Hap Daniels en respuesta a lo que vio.

El conductor del camión fue llevado bajo custodia por el CNI y facilitó la dirección de las paradas que hizo inmediatamente después de salir del Ritz.

Mientras tanto, el Servicio Secreto y los técnicos del hotel trazaron la trayectoria del fantasma hacia atrás, desde el camión hasta un congelador enorme, luego hasta el pasadizo mal iluminado que había en la parte trasera, buscando en todas las habitaciones y pasadizos que salían de él. A los pocos minutos encontraron una zona grande de almacenamiento y, dentro, una salida principal de climatización que llevaba hasta la azotea, con canalizaciones secundarias que conectaban con todas las habitaciones de todas las plantas del hotel. Que la puerta de acceso a la salida estuviera cerrada y se hubiera comprobado su seguridad por parte del equipo de avanzada del servicio de seguridad, y luego vuelta a comprobar de nuevo justo antes de la llegada del presidente, parecía descartar la posibilidad de que alguien hubiera entrado por ella -usando las canalizaciones para llegar a la suite presidencial, secuestrar al presidente y sacarlo por el mismo camino-, en especial cuando las cámaras de vídeo habían captado una sola sombra que se metía en el camión.