– Yo… -Demi vaciló y miró su copa de cava, como si no supiera muy bien qué decir, si es que había algo. Finalmente levantó la vista-. ¿Sabe lo que es una strega, señor Marten?
– No.
– Es la palabra italiana para «bruja». Tengo una hermana menor que vino a Malta hace dos años y desapareció. Más tarde descubrí que era una strega practicante y que estaba involucrada en un aquelarre secreto de brujas italianas. Si eso tuvo algo que ver con su desaparición o no, lo ignoro, pero lo que sí sé es que Malta es un lugar antiguo y lleno de lugares y cosas secretos. Mi hermana estuvo allí tres días y eso es lo último que nadie sabe de ella. Las autoridades la buscaron pero no encontraron nada. Dijeron que se trataba de una mujer joven y que podía haber hecho cualquier cosa.
»Para mí eso no era ninguna respuesta válida, de modo que seguí buscando por mi cuenta. Así es como descubrí al doctor Foxx. Tiene muchos contactos en Malta y conoce a gente y sabe cosas que no sabe nadie, ni siquiera la policía. Pero hay cosas que él nunca revelaría a un desconocido. No sabía qué hacer, y además, tenía que volver al trabajo. Me encargaron un reportaje fotográfico en Washington para describir la vida social de los congresistas norteamericanos.
Allí me enteré de la existencia del reverendo Beck y descubrí también que conocía bien a Foxx. Eso me brindaba una oportunidad magnífica para descubrir lo que le había sucedido a mi hermana, de modo que, a través de un editor francés, me las arreglé para hacer un ensayo fotográfico sobre los clérigos que atienden a los políticos. Convertí a Beck en uno de los protagonistas para poder hacerme amiga de él y ganarme su confianza. Es por eso por lo que pude ir a Malta y conocer personalmente a Foxx. Pero no pude hablar con él de la manera en que necesitaba hacerlo porque… -por un momento, sus ojos destellaron de rabia, pero luego pareció superarlo-, de pronto llegó usted y lo estropeó todo. Y he seguido al reverendo Beck a Barcelona porque, como usted ha supuesto, debe volver a encontrarse con el doctor Foxx en breve. Tal vez mañana y todo.
– ¿Lo sabe seguro?
– No, seguro no. Pero Cristina, la mujer que cenaba con nosotros en Malta, me dijo que el reverendo y el doctor Foxx lo habían comentado justo antes de que Foxx se marchara del restaurante. «Hasta el sábado», dijo Foxx. Puesto que eso ocurrió ayer por la noche, supuse que eso significaba el sábado siguiente, que es mañana. Por eso he venido, para seguir trabajando en el libro con el reverendo Beck y, por ese motivo, espero ver al doctor Foxx cuando se reúna con él. -De pronto su mirada se volvió hacia él y la rabia pareció apoderarse de ella otra vez-. Tal vez lo consiga si no vuelve usted a meterse.
Marten ignoró su comentario.
– Hay algo que no ha me ha explicado: el motivo por el que usted me preguntó si Caroline Parsons me había hablado de «las brujas» antes de morir. ¿Qué le hace pensar que podía saber algo de ellas?
– Porque… -Levantó la vista.
El camarero había vuelto y les estaba llenando las copas de cava, como lo había hecho un par de veces antes. Ahora la botella estaba vacía.
– ¿Desean otra botella? ¿O tal vez alguna otra cosa del bar? -preguntó.
– No, gracias -dijo Marten otra vez.
El hombre miró a Demi y sonrió, luego se volvió y se alejó. Marten esperó a que ya no pudiera oírlos y luego volvió a mirar a Demi.
– Porque… ¿qué?
– Por su médico.
– ¿Stephenson?
– Sí. -Demi hurgó en su bolso y sacó un bolígrafo-. Déjeme enseñárselo. -Cogió una servilleta de papel y luego dibujó en ella un sencillo diagrama y se lo acercó.
Él exhaló ruidosamente al ver lo que era: la misma cruz de bolas que había visto tatuada en el pulgar de Merriman Foxx, la misma cruz de bolas que Caroline le había descrito en su atemorizada descripción del hombre del pelo blanco.
– Es el signo de Aldebarán, la pálida cruz roja que forma el ojo izquierdo de la constelación de Tauro. En los primeros pasos de la astrología se consideraba que emanaba una influencia potente y afortunada. Se le llama también «Ojo de Dios».
– ¿Qué tiene que ver con la doctora Stephenson?
– Lo llevaba tatuado en el pulgar izquierdo. Muy pequeño, apenas se veía.
Marten no podía creerlo.
– Foxx lleva lo mismo.
– Lo sé. Y también la mujer, Cristina.
– ¿Qué tiene que ver el tatuaje con «las brujas»?
– Es el símbolo del aquelarre al que pertenecía mi hermana.
– ¿Foxx y Stephenson son brujos?
– No estoy segura, pero mi hermana llevaba el mismo tatuaje. ¿Por qué otro motivo llevaría gente tan distinta el signo de Aldebarán tatuado en el pulgar, y concretamente, en el pulgar izquierdo?
– ¿Qué le llevó a pensar que Caroline tenía algo que ver con ellos? Yo tuve sus manos mucho tiempo entre las mías y nunca advertí que llevara ese tatuaje, ni ningún otro.
– Se estaba muriendo. El doctor Foxx había estado cerca y la doctora Stephenson había sido su médico durante algún tiempo. No conozco sus rituales, pero tenía la esperanza de que ella supiera algo de ellos. Si tenía miedo, tal vez lo hubiera querido compartir con alguien en quien confiara totalmente y, francamente, ése parecía ser usted. Quería averiguarlo.
– Jamás me dijo nada.
– Entonces me equivocaba. O eso, o es un secreto que se llevó a la tumba.
– ¿Tiene el reverendo Beck alguna marca?
– ¿Se ha fijado en sus manos alguna vez?
– Tiene un trastorno de pigmentación en las manos, vitíligo. Tiene toda la piel manchada -dijo Marten, y luego comprendió-. Lo cual quiere decir que, aunque llevara el tatuaje, resultaría muy difícil de ver.
– Sí.
– Entonces no sabe si es miembro o no del aquelarre.
– Creo que está implicado, pero no sé si pertenece a él.
– Hábleme del aquelarre en sí. ¿Siguen algún tipo de culto? ¿Son adoradores de Satán? ¿Extremistas religiosos? Con el historial de Foxx, tal vez sean algún tipo de grupo militar.
– ¿Le dice algo el nombre de Nicolás Maquiavelo?
– Se refiere usted a Maquiavelo, el hombre.
– Sí.
– Si no lo recuerdo mal, fue un escritor florentino del siglo XVI, famoso por su obra titulada El Príncipe, sobre las formas de obtener y conservar el poder político puro, según el cual la autoridad lo es todo y el oportunismo va siempre por delante de cualquier tipo de moral. Una especie de manual práctico para convertirse en dictador.
– Exacto -asintió Demi con expresión agradecida.
– ¿Qué tiene que ver Maquiavelo con el aquelarre?
– Existe la leyenda de que, en su lecho de muerte, escribió una adenda a El Príncipe, una especie de programa secundario para obtener el poder. Estaba basado en lo que él llamaba un «prerrequisito necesario»: la creación de una sociedad secreta que estaría gobernada por la norma de la complicidad; una hermandad de sangre cuyos miembros participarían en un acto de asesinato ritual. Tendría que ser un sacrificio humano elaborado y orquestado con mucho cuidado, celebrado una vez al año en un lugar remoto y seguro, preferiblemente una iglesia o un templo, para dar a la ceremonia un impacto religioso. Las normas requerían que todos sus miembros firmaran un diario muy bien escondido y con fecha, en el que figurarían los nombres, lugares y fechas de nacimiento, nombre y forma de morir de la víctima, y una huella digital con la sangre de los participantes como tinta e impresa en el diario junto a su firma. Eso se hacía para confirmar su presencia, su fidelidad a la sociedad y su implicación voluntaria en el asesinato. El diario era la clave del poder de la sociedad porque la exposición pública del mismo representaría la ruina, incluso la muerte, para todos ellos. Una vez ejecutado el asesinato y registrada la presencia de los participantes, la sociedad podía establecer su agenda para el año siguiente con la tranquilidad de que lo que habían hecho estaba plenamente blindado contra la traición interna, con lo cual quedaban libres para ejecutar cualquier plan que se acordara.