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De pronto, el taxi aumentó la velocidad, recorrió media manzana, dobló por otra calle y se metió más adentro del Barrio Gótico. Ahora se dio cuenta de que aquello no era simplemente una zona turística, sino un barrio antiguo con un entramado de callejuelas que daban a otras callejuelas, y éstas a plazoletas. Era un laberinto en el que uno podía perderse fácilmente, algo que le podía haber pasado a Klaus Melzer, un alemán que no estaba familiarizado con la ciudad y que no hacía nada más que huir de un hombre que lo perseguía cuando se topó directamente con un camión que le venía de frente. Eso le hizo volver a preguntarse por qué Foxx, o quien fuera que hubiera contratado al ingeniero Pelo Canoso, lo había elegido, y por qué Melzer había aceptado el encargo.

En aquel instante el taxi se detuvo y su chófer le señaló una plaza grande. A un lado había hoteles y tiendas, mientras que en el otro había un enorme y decorado edificio de piedra, con una compleja trama de agujas y campanarios que se levantaban hacia el cielo del anochecer.

– La catedral, señor -le dijo el taxista-. Catedral de Barcelona.

49

20.20 h

Marten cruzó la plaza y se entremezcló con un grupo de turistas ingleses que subían por las escalinatas de piedra y se adentraban en la catedral.

La atmósfera dentro del enorme y decorado edificio del siglo XV era silenciosa, con su tenue iluminación entrecortada por el parpadeo de cientos de velas votivas que descansaban sobre mesas a ambos lados de la nave.

Marten se quedó atrás mientras el grupo avanzaba, recorriendo el templo con la mirada en busca de Demi, de Beck o de la mujer de negro. Aquí y allá había gente que rezaba en silencio; otros que andaban respetuosamente por los pasillos laterales, admirando la arquitectura. Al fondo de la nave había un altar alto y ornamentado. Encima de él se levantaban unos arcos góticos que se encaramaban hacia un techo que calculó a casi treinta metros de altura.

La tos áspera y ruidosa de alguien que tenía cerca lo devolvió a su misión y dio unos pasos hacia delante, con cautela, lentamente. Si Demi y sus acompañantes estaban aquí, él no los veía. Siguió andando. De pronto, se preguntó si Beck o Demi le podían haber dicho algo al portero del hotel antes de marcharse para que el hombre lo mandara expresamente a un lugar equivocado, y en realidad ellos estaban en otro sitio totalmente distinto. Eso fue suficiente para desencadenar en él la sensación de que debía regresar al hotel y… de pronto se detuvo. Ahí estaban los tres, hablando de pie al fondo de la nave con un sacerdote.

Marten cruzó con precaución, escudándose en los grupos de turistas, y se fue acercando adonde estaban, esperando que no se giraran de pronto y lo sorprendieran.

Cuando estaba a una distancia desde la que casi los podía oír, el cura hizo un gesto y los cuatro avanzaron en aquella dirección. Marten los siguió.

Al cabo de un momento se encontró en el claustro de la catedral. Más adelante vio al cura conduciendo al trío por una esquina y por otro pasillo abajo. Marten los siguió otra vez.

Treinta pasos y allí estaba, metiéndose sigilosamente en una especie de capilla. Mientras entraba vio al cura escoltando a Demi, a Beck y a la mujer de negro por una puerta ornamentada cerca de la parte trasera. Al cabo de unos segundos la puerta se cerró detrás de ellos. Marten se acercó de inmediato e intentó mover el pomo de hierro forjado, pero no pudo. Estaba cerrado.

Y ahora ¿qué? Marten se volvió. A tres metros de él había un cura anciano que lo miraba.

– Estaba buscando un lavabo -dijo Marten, con expresión inocente.

– Esta puerta lleva a la sacristía -le explicó el cura en un inglés con mucho acento.

– ¿La sacristía?

– Sí, señor.

– ¿Y está siempre cerrada?

– Excepto una hora antes de los servicios religiosos.

– Ya.

– Por ahí encontrará un lavabo -le dijo el anciano, señalándole un pasillo detrás de ellos.

– Gracias -dijo Marten y, al no tener elección, se marchó.

20.45 h

Al cabo de cinco minutos ya había recorrido toda la zona del templo principal que había podido tratando de adivinar dónde habían ido. Otras puertas estaban cerradas, o bien llevaban a pasadizos que daban a otros pasadizos, pero ninguno parecía llevar a la capilla en la que se encontraba el trío. Rehízo sus pasos y salió por la puerta principal, luego rodeó la catedral hasta el extremo más alejado donde supuso que estaba la capilla, buscando una puerta por la que podían haber salido Demi y sus acompañantes. No había ninguna. Una vuelta por el resto del enorme exterior del edificio le descubrió entradas oscuras y cerradas a cal y canto. Eso le dejaba sólo la entrada principal, por donde había salido hacía tan sólo unos instantes, y allí se dirigió, entremezclándose con los turistas y transeúntes de la plaza de la catedral, para sentarse a la mesa de un café desde la que había una buena vista de la puerta. Pidió una botella de agua mineral y luego un café solo. Pasó una hora y todavía no habían salido. A las diez, la puerta se cerró definitivamente. Frustrado y furioso consigo mismo por haberlos perdido, Marten se levantó y se marchó.

50

Hotel Rívoli Jardín, 22.20 h

Marten dejó atrás la calle ruidosa, atiborrada de peatones y de tráfico infernal, para adentrarse en la relativa tranquilidad del vestíbulo de su hotel. Se acercó de inmediato al mostrador de recepción y preguntó si había alguna llamada o algún mensaje para él.

– Nada, señor -le dijo el empleado amablemente.

– ¿Ha venido alguien preguntando por mí?

– No, señor.

– Gracias -asintió Marten, y luego cruzó hasta el ascensor para subir a su habitación en la cuarta planta.

Tocó el botón, se metió en la cabina vacía y empezó a subir.

Que no hubiera llamadas ni mensajes, y que nadie hubiera preguntado por él, era un gran alivio. Significaba que la persona que había mandado a Pelo Canoso todavía no había encontrado a un sustituto que pudiera haberlo seguido hasta el Rívoli Jardín. Demi, Peter Fadden e Ian Graff, de Fitzsimmons & Justice en Manchester, tenían su número de móvil y se habrían puesto en contacto con él de esa manera. De modo que, al menos de momento, podía respirar un poco. Nadie sabía dónde estaba.

Demi.

Sus pensamientos volaron de pronto hacia ella y lo que hacía o dejaba de hacer. Obviamente, volvía estar en buenas relaciones con Beck, o no se habría ido con él como lo había hecho. De dónde estaban ahora mismo o quién era la mujer de negro, no tenía ni idea. El hecho era que Demi seguía siendo un misterio. Era cierto que le había facilitado bastante información, en especial en relación con las brujas, los tatuajes de pulgar y el símbolo de Aldebarán, y que había venido a Barcelona esperando reunirse de nuevo con Merriman Foxx. Por otro lado, y a pesar de que perseguían más o menos lo mismo, estaba claro que no quería tener nada que ver con él. Eso le hacía reconsiderar la impresión que tuvo de ella cuando almorzaron juntos en Els Quatre Gats: que a pesar de lo concentrada que parecía, todo lo que hacía tenía que ver con algo distinto de lo que tenían delante. Si ese algo era su hermana desaparecida, o si esa historia era ni tan siquiera cierta, no podía saberlo. Lo que sí sabía era que muchas cosas de aquella mujer lo inquietaban. Era así de sencillo.

El ascensor se detuvo en la cuarta planta, la puerta se abrió y Marten salió al pasillo desierto. Al cabo de veinte segundos estaba frente a la puerta de su habitación y pasó la tarjeta electrónica para abrirla. La lucecita cambió de rojo a verde y la puerta se abrió con un clic. Agotado, con el único deseo de darse una ducha y meterse en la cama, entró, encendió la luz de la entrada y luego cerró la puerta detrás de él y pasó el candado. El baño estaba a su izquierda. Al fondo estaba la habitación, a oscuras, iluminada apenas por la escasa luz que venía de la calle. Anduvo justo más allá de la puerta del baño y buscó el interruptor de la luz.