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– Creo que sí.

– Hap -Lowe lo miraba directamente-. ¿Cuándo podríamos estar en el aire?

– A partir de la autorización, ascenso en veinte minutos.

– Bien.

56

Barcelona, hotel Rivoli Jardín, 3.00 h

Marten descorrió la cortina medio a oscuras justo a tiempo de ver a Demi Picard sorteando el tráfico mientras cruzaba la calle en dirección al hotel. Llevaba una chaqueta tipo trenca de color claro y un bolso grande colgado del hombro, y se había puesto un sombrero blando bien calado sobre la frente. Si no llega a ser porque la buscaba le hubiera costado mucho reconocerla, pero ésa era probablemente la intención.

Marten soltó la cortina y se apartó de la ventana justo cuando el presidente Harris salía del baño y se ponía las gafas recién pulidas.

– Acaba de cruzar la calle. Debería estar aquí en unos minutos -dijo Marten-. ¿Cómo quiere que lo hagamos?

El presidente se detuvo y lo miró. Seguía sin llevar su peluquín y se había puesto los mismos pantalones caqui de antes, la camisa azul de sport y la cazadora marrón que llevaba cuando Marten lo había visto aparecer en la habitación, hacía escasas horas.

– Señor Marten -le dijo, con una ansiedad que Marten no había apreciado hasta ahora-. Cuando he decidido buscarle sabía que estaba corriendo un riesgo, pero necesitaba encontrar un lugar oculto en el que descansar, aunque fuera sólo por un rato. Mientras me duchaba he podido ordenar mis ideas. Ahora son las tres de la madrugada. La policía española ha subido al tren en el que yo viajaba de Madrid a Barcelona antes del anochecer. Con suerte, habré conseguido escapar sin ser reconocido, al igual que he conseguido salir de la estación de tren. Pero la búsqueda, por muy secreta que sea, debe de ser muy exhaustiva. Conozco los métodos y las agencias que el Servicio Secreto estará utilizando para darme caza. Eso significa que, a estas alturas, deben de tener ya una idea bastante concreta de adonde he ido. Incluso es posible que hayan interceptado las llamadas que mi amiga ha hecho tratando de encontrarle. No falta mucho para que lo relacionen todo y descubran dónde estoy. Eso significa que tengo que salir de aquí ahora mismo, y cuanto antes mejor.

– ¿Para ir adonde?

– Si se lo digo y le encuentran, créame que acabaría contándolo todo.

– Entonces no puedo dejar que me encuentren, ¿no?

El presidente lo miró detenidamente:

– Señor Marten, ya me ha ayudado muchísimo. Si trata de hacer más, estará poniéndose de mierda hasta el cuello.

– Ya estoy de mierda hasta el cuello -respondió Marten con una media sonrisa-. Y es posible que me despidan del trabajo. -La sonrisa se desvaneció-. Si vienen aquí a buscarle es porque saben quién soy. Usted ha pedido mi ayuda, presidente, y sigue teniéndola. Además, he llegado hasta aquí por lo que le ocurrió a Caroline Parsons y, de alguna manera, usted también. Si usted se marcha, yo haré lo mismo.

– ¿Está seguro?

– Sí, señor.

– Entonces le doy mis más sinceras gracias, señor Marten. Pero también quiero que entienda algo. -La ansiedad en la voz del presidente estaba ahora agravada por una expresión de angustia casi insoportable, como si se diera cuenta por primera vez de la magnitud real de la situación-. Ahí fuera, así, no tengo ninguno de los poderes de mi cargo con los que sostenerme. No tengo ninguna autoridad. Si me encuentran y me llevan de vuelta, me matarán. Eso me convierte en un pobre tipo que huye con el tiempo en contra y trata de mantenerse a salvo y mantener a su país, y creo que también a un buen número de otros países, a flote. Para hacerlo tengo que averiguar lo que «mis amigos» planean hacer y hasta dónde llega su capacidad para hacerlo, y luego encontrar una manera de detenerlos, sea cual sea. El doctor Foxx parece ser una figura clave en todo este asunto; tal vez, incluso, su arquitecto principal. Su amiga, Demi Picard, puede que sea capaz de ayudarnos a encontrarle. Incluso puede que sepa dónde está.

– Quiere decir que quiere que nos acompañe.

– Señor Marten, le he dicho que dispongo de muy poco tiempo. Si ella sabe algo del doctor Foxx, necesito saber lo que es. Ya le he comentado que seguramente he estado aquí demasiado tiempo. Por lo tanto, sí: por muy peligroso e imprudente que pueda ser, en especial si ella trabaja para Foxx, quiero que nos la llevemos. Esto es, si ella está dispuesta.

– No dudo de que lo estará porque tiene muchas ganas de hablar conmigo. Pero si lo hace, corre usted el grave riesgo de que ella descubra su identidad.

– Con usted también lo he hecho. Si puede llevarnos hasta el doctor Foxx, o aunque sea lo bastante cerca como para que lo encontremos nosotros mismos, vale la pena arriesgarse -el presidente hizo una pausa y su voz bajó hasta casi un susurro-. Señor Marten, es así de importante.

De pronto oyeron un golpe a la puerta. Un segundo golpe le siguió.

– Soy Demi -dijo, desde el pasillo.

Marten miró al presidente:

– ¿Está seguro?

– Sí.

Marten asintió con la cabeza y luego abrió la puerta. Demi entró rápidamente y cerró. Casi al instante, Marten sintió su mano en el brazo:

– ¿Quién es? -dijo, mirando al presidente.

– Yo… eh… -vaciló Marten.

Eso era algo que no habían decidido: cómo presentarle al presidente.

– Bob -Harris se encargó de responder, con una sonrisa y tendiéndole la mano-. Bob Rader, soy un viejo amigo de Nicholas. Nos encontramos de manera inesperada.

Ella lo miró un segundo más, lo justo para digerir su presencia, y luego volvió a mirar a Marten.

– Tenemos que hablar. A solas. Ahora.

– Demi, Bob sabe lo que está ocurriendo. Lo que tenga que decir puede decirlo delante de él.

– No, no me refiero a eso.

– ¿Qué?

Los ojos de Demi se pasearon de un hombre al otro.

– Cuando he llegado al hotel, cuatro personas han entrado detrás de mí. Uno era un huésped del hotel que había subido en ascensor conmigo. Los otros tres, dos hombres y una mujer, han ido a recepción. Uno de ellos llevaba un ejemplar de ADN 2 en la edición en la que había su foto publicada; la que salía con su amigo del polo amarillo del restaurante, el muerto frente al que usted estaba agachado…

– ¿Y…?

– Creo que eran policías.

57

Hotel Rivoli Jardín, 3.07 h

– ¿Es éste el señor Marten? -preguntó la detective de paisano de la policía de Barcelona, Juliana Ortega, al empleado del turno de noche que estaba en el mostrador del hotel, un hombre muy delgado, mientras le mostraba la foto de Marten del periódico. Él le echó un vistazo y luego miró a los dos hombres que había detrás de ella y que lo observaban, los detectives de paisano Alfonso León y Sancho Tárrega.

Fuera había una decena más de policías de paisano. Dos en cada uno de los coches que vigilaban las dos entradas del edificio que daban a la calle, dos más en un coche aparcado detrás del mismo, cerca de una entrada de servicio y de mercancías. Los otros cuatro estaban apostados en la azotea de un edificio de viviendas al otro lado de la calle, dos de ellos con prismáticos de visión nocturna, y los otros dos eran tiradores armados con rifles Barrett del calibre 0,50 equipados con mirillas nocturnas. El primer par vigilaba la calle; el segundo, la ventana de la habitación 408.

En total había trece miembros de la policía, con identificaciones de la Guardia Urbana de Barcelona, pero todos ellos actuaban camuflados. Seis de los coches de vigilancia eran agentes especiales de los GEO, el grupo de élite de la policía nacional española; los otros, los de la azotea al otro lado de la calle y los detectives Ortega, León y Tárrega, eran los «efectivos» en Barcelona de la oficina de la CIA en Madrid con los que contaba el jefe de la misma, Kellner; agentes de la CIA que operaban con el permiso de la policía municipal y de los servicios de inteligencia españoles.