– Muchas gracias -dijo finalmente, y se volvió para ir hacia la puerta, pero entonces se dio la vuelta otra vez-. ¿Podría decirme la hora, por favor?
El hombre lo miró.
– La hora. -Daniels se tocó el reloj de pulsera-. Se me ha parado.
Hap se inclinó con expresión seria, apoyando la mano en el mostrador, mostrando con disimulo la esquina del billete de cien euros que le ofrecía al empleado.
– Esa señora Picard -dijo Hap en voz baja-, ¿qué aspecto tiene?
El recepcionista sonrió y se miró el reloj, luego se le acercó un poco y bajó la voz:
– Muy atractiva. Es francesa, fotógrafa profesional. Pelo oscuro y corto, lleva una chaqueta azul marino y pantalón marrón. Lleva la cámara colgada de un hombro y en el otro una bolsa con material fotográfico. Se ha marchado con un negro americano de mediana edad y una mujer mayor, europea, e iban en un monovolumen blanco que llevaba escrito «Monasterio de Montserrat».
– Lo siento, no he entendido la hora -dijo Hap, lo bastante fuerte como para que la gente que estaba por ahí lo oyera.
– Las once treinta y tres, señor -el recepcionista le mostró el reloj y al mismo tiempo recogió el billete de cien euros.
– Las once treinta y tres -sonrió Hap-. Gracias.
– Once treinta y cuatro ahora, señor.
– Gracias -volvió a decir Hap-. Muchas gracias.
– ¿Fotógrafa? ¿Montserrat? -se dijo Hap mientras cruzaba las puertas del regente Majestic. Al instante le sonó el móvil. Lo cogió desde su cinturón y respondió-: Daniels.
– ¿Dónde cojones está? -Era Jake Lowe y no le dejó tiempo para responder-. ¡Le necesitamos en el hotel ahora mismo!
– ¿Qué ocurre?
– ¡Ahora, Hap! ¡Ahora mismo!
83
Hotel Grana. Palace, 11.45 h
Jake Lowe, el asesor de Seguridad Nacional, Marshall y Hap Daniels estaban solos en la sala de comunicaciones especiales de la suite de cuatro habitaciones que Lowe y Marshall habían ocupado para instalar su gabinete de crisis central en Barcelona. La puerta estaba cerrada y se encontraban reunidos frente a un monitor de vídeo, esperando a que saliera un alimentador protegido del centro de comunicaciones de la Casa Blanca, en Washington.
– Adelante -dijo Lowe a unos auriculares conectados a una línea de teléfono protegida que había en la mesa adyacente.
Se hizo una pausa breve; luego se iluminó la pantalla y empezó el vídeo de treinta segundos. Un clip que, una vez dada su aprobación, sería mandado a Fox News para su distribución inmediata a las principales cadenas de televisión y de cable de todo el mundo. El vídeo llevaba impresos una fecha y una hora y empezaba a las 14.23 h del día anterior, viernes 7 de abril. Mostraba al presidente Harris, vivo y en plena salud, en el «escondite» al que había sido trasladado después de la amenaza terrorista en Madrid. Se le veía en una sala de reuniones rústica con el asesor de Seguridad Nacional, Marshall, el secretario de Defensa, Terrence Langdon, y el secretario de Estado, David Chaplin. Iban los cuatro en mangas de camisa y tenían cuadernos y botellas de agua delante de ellos, y supuestamente repasaban lo que se informaba que eran las notas y el texto del discurso que el presidente dirigiría a los líderes de la OTAN el lunes en Varsovia.
No se trataba de un viejo vídeo reciclado de otro lugar y fecha; era todo material nuevo, y en un lugar que Hap no había visto nunca.
– ¿Cómo demonios lo habéis hecho? -dijo, al final, cuando la pantalla se quedó en blanco, y miró a Marshall-. Usted está aquí, Langdon en Bruselas, Chaplin en Londres -miró a Lowe- y el Fumigador en un lugar… distinto.
– Le he pedido su opinión -dijo Lowe con frialdad-. ¿Resulta el vídeo creíble desde el punto de vista del Servicio Secreto? ¿Desde el punto de vista de cualquier profesional global de la seguridad que pueda verlo?
– Si alguien lo analiza paso a paso técnicamente, no lo sé. Pero desde donde yo estoy, desde luego, funciona -dijo Hap, sin alterarse-. Hay justo lo suficiente, y de momento nadie debe tener motivos para analizarlo en más detalle, o para creer que es algo distinto de lo que es.
– ¿De momento? -dijo Marshall en voz baja-. ¿Qué quiere usted decir con «de momento»?
– Pues que si el POTUS de pronto aparece en algún lugar, él solo… ¿qué pasa? ¿Cómo lo explicamos entonces?
Lowe lo miró con un silencio gélido y Daniels sintió su rabia, su creciente amargura ante todo aquello. Lowe se volvió de espaldas bruscamente y habló al micro de sus auriculares:
– Distribuyan el vídeo -dijo-. Distribúyanlo ahora.
84
22.55 h
Demi levantó una mano para equilibrarse cuando el monovolumen blanco del monasterio benedictino de Montserrat tomó una curva cerrada por la carretera empinada y sinuosa que subía hasta el templo. Mucho más arriba, a lo lejos, se podía ver ya el edificio. Parecía una fortaleza medieval en miniatura, como una ciudadela construida en el acantilado.
Volvió la cabeza y miró en el interior del vehículo. Rafael, el conductor, estaba concentrado en la carretera y en el inmenso autocar que iba delante de ellos. Detrás de él, Beck y Luciana estaban en silencio, concentrados en sendas lecturas.
Demi miró a Luciana con más detenimiento. Iba vestida de negro y había dejado el bolso, grande y negro, en el asiento, a su lado; llevaba básicamente la misma ropa del día anterior, cuando Demi la conoció, y eso la hizo preguntarse si era algún tipo de uniforme, un disfraz clásico para una bruja clásica, si es que algo así existía.
Demi les había dicho a Marten y al presidente que no tenía ni idea de quién era Luciana, pero era mentira. Luciana llevaba años en el centro de su atención y era la fuente de todo. Durante las últimas dos décadas había sido la sacerdotessa, la alta sacerdotisa del secreto boschetto, o aquelarre, de Aldebarán. Como tal, había llegado a dominar las complicadas artes de su oficio, más concretamente las relativas a la influencia ritual y psíquica, y eso significaba que tenía autoridad sobre todos los seguidores de la secta, incluidos el reverendo Beck y Merriman Foxx.
Luciana, una viuda de ojos verdes penetrantes y el pelo negro como el azabache, increíblemente bella para sus sesenta y seis años de edad, era la propietaria de la Pensione Madonella, un pequeño hotel en la isla italiana de Ischia, en la bahía de Nápoles, donde había nacido. Indagaciones posteriores -con la ayuda de un detective privado al que Demi contrató- determinaron que se marchaba de la isla dos o tres veces al año, durante unos diez días, para visitar pequeñas aldeas y pueblos del norte y centro de Italia, donde se reunía con otros miembros de la secta, hombres y mujeres que llevaban el tatuaje de Aldebarán en el pulgar izquierdo. Inmediatamente después regresaba a Ischia para ocuparse de su negocio.
Y además, siempre en esta época del año, acudía al monasterio de Montserrat, se registraba en el hotel Abat Cisneros y pasaba una semana. Demi no fue capaz de descubrir lo que allí hacía, ni si tenía que ver con el boschetto. Fuera lo que fuese, parece ser que implicaba la presencia del reverendo Beck, probablemente desde tiempo atrás, dado que en los últimos doce años éste había tomado sus vacaciones y había viajado a Europa en las mismas fechas. Sin embargo, no había sido hasta ayer, cuando Demi subió a la suite del reverendo Beck en el Regente Majestic y se encontró a la sacerdotessa sentada en un sofá y tomando café con él, cuando relacionó las excursiones europeas de Beck con las estancias de Luciana en Montserrat. Retrospectivamente, debería haber estado preparada para encontrarse con aquello, pero no fue así, y el hecho de ver a Luciana allí, y de que Beck se la presentara como «una buena amiga», la dejó casi sin respiración.