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– ¿A quién se refiere?

– Usted ha venido a Montserrat con alguien más, ¿no? John Henry Harris, el presidente de Estados Unidos. -Foxx volvió a sonreír. Se mostraba relajado y ecuánime, como si hiciera un comentario sin importancia sobre un invitado que todavía no había llegado.

– ¿El presidente de Estados Unidos? -Marten hizo una ancha sonrisa-. Pues no, no es un acompañante mío habitual, la verdad.

– Hasta hace poco, señor Marten.

– Usted sabe más que yo.

Marten cogió su taza de café y tomó un sorbo. Al hacerlo le lanzó una mirada seria y acusatoria a Demi, como si ella fuera la chivata. Esta vez ella no apartó la vista, sino que movió un poco la cabeza, dando a entender que ella no era la culpable de que lo supieran. No les había dicho nada.

– ¿Puedo sugerirle que localice a su acompañante y le pida que se reúna con nosotros, señor Marten? -Foxx levantó su taza de café y se la puso entre las dos manos, envolviéndola con sus largos dedos-. Creo que los dos estarán muy interesados en lo que tengo que mostrarles. Tal vez mucho más que interesados.

Por un momento Marten no dijo nada. Estaba claro que sabían que el presidente estaba allí, o al menos lo daban por sentado. Negarlo no haría más que alargar la situación, peligrosamente si Foxx ya había alertado a los «amigos»del presidente y el Servicio Secreto y la CIA estaban de camino. El plan original implicaba que el presidente permaneciera en la sombra hasta que Marten lograra que Foxx saliera con él a solas, pero con aquella repentina e inesperada petición del doctor todo había cambiado. Eso los dejaba sin ningún plan y con el presidente totalmente a merced de Foxx, cosa que Marten no podía permitir que pasara.

– No sé seguro dónde está. Ni siquiera sé seguro si está aquí. Puede que me lleve un buen rato encontrarlo, si es que puedo hacerlo.

– Aun a riesgo de sonar presuntuoso, señor Marten, creo que puedo suponer que la razón por la que el presidente ha venido a Montserrat es para verme. -Otra vez, Foxx sonrió encantado-. Así que dudo mucho que se marche sin hacerlo. Y tampoco creo que le guste que usted le niegue la oportunidad.

Marten escrutó a Foxx durante un suspiro, tomó un sorbo de café, dejó la taza y se levantó.

– Veré lo que puedo hacer.

– Gracias, señor Marten. Ni usted ni el presidente quedarán decepcionados, se lo prometo.

90

13.15 h

Marten salió del restaurante y cruzó la plaza por el mismo camino por el que había llegado. Aparte de Beck y las dos mujeres, Foxx parecía estar solo, y tal vez lo estuviera. Al fin y al cabo, esto era Montserrat, no Malta, donde tenía un hogar y parecía bien resguardado. Por otro lado, lo único que Marten tenía que hacer era acordarse de Pelo Canoso para hacerse una idea de lo largos que eran los tentáculos del sudafricano.

Demi seguía siendo tan misteriosa siempre. Ni el gesto con la cabeza a través de la mesa, ni aquella silenciosa negativa a aceptar la responsabilidad en el hecho de que Foxx estuviera enterado de la presencia del presidente, habían ayudado a lavar su imagen. Tuvo la clara intención de ganarse su confianza, pero había todavía demasiadas cosas sin aclarar; entre ellas, cómo Beck lo había encontrado tan fácilmente. Estaba claro que el reverendo no se había quedado tan indiferente ante su llegada a Barcelona como Demi le dijo. Además, sabían que iba a subir a Montserrat y cuándo, y eso era algo que sólo les podía haber dicho Demi. En este punto lo había traicionado.

Sin embargo, la repentina y deliberada inclusión del presidente que Foxx hacía lo cambiaba todo y de manera dramática, intensificando el riesgo del juego. Y aumentaba la curiosidad de Marten hacia la estrategia de Demi. A menos que trabajara con Beck y, por tanto, en el terreno de Foxx, lo cual seguía pareciendo probable, ¿qué otra cosa podía ser para ella tan importante que estuviera dispuesta a entregar al presidente de Estados Unidos para conseguirla, en especial ahora, dadas unas circunstancias que conocía bastante bien?

Por otro lado, si su voluntad era otra y el gesto de su cabeza significaba que decía la verdad, entonces el hecho de que Foxx conociera el paradero del presidente se debía a otra razón: se lo había dicho Miguel o los «amigos» del presidente. De hecho, tenía que suponer que habían sido estos últimos, porque Miguel había demostrado ser un hombre demasiado honesto, humilde y claro como para ser capaz de estas jugadas, y porque a estas alturas, los «amigos» ya tendrían muy claro que el presidente había estado la noche anterior en la habitación del hotel de Marten en Barcelona y debían de haber imaginado que, ya que ninguno de los dos había aparecido, seguían juntos. Así, si Marten iba a Montserrat, el presidente también. Deberían haberlo considerado de antemano y haberse preparado, pero no lo hicieron y cayeron de pleno y literalmente en «la cueva de Foxx».

De todos modos, todavía tenían una cosa a su favor, si así se le podía llamar: el presidente todavía no se había mostrado. Eso significaba que conservaban la posibilidad de huir antes de que el Servicio Secreto o la CIA llegaran y la trampa se cerrara de una vez por todas.

23.28 h

Marten salió de la plaza y giró a la derecha, más allá del edificio de varias plantas que había visto al salir de la estación del cremallera. Al fondo volvió a girar a la derecha, pasó por debajo de un arco de piedra y luego anduvo de regreso hacia el restaurante en medio de un grupo de turistas, vigilando siempre si le seguían. Le pareció que no.

Ahora había dado ya una vuelta completa y volvió a acercarse al hotel Abat Cisneros y a su restaurante, donde el primo Jack debería estar ahora instalado, esperando a verle cruzar el pasillo que llevaba a los lavabos y al sendero exterior. Una vez aquí, Marten tenía que estar absolutamente seguro de que nadie lo seguía. Intencionadamente, pasó de largo de la puerta principal del restaurante y entró en el hotel. Una vez dentro, cruzó el vestíbulo, advirtió la entrada interior al restaurante y luego entró en un pequeño bar que había enfrente. Esperó al camarero, pidió una cerveza y se la llevó a una mesa desde la cual podía ver la puerta. Su plan era esperar allí tres minutos y, si no le surgían más sospechas, levantarse y marcharse para meterse en el restaurante directamente desde el interior del hotel.

13.23 h

Marten tomó un trago de cerveza y miró a su alrededor distraídamente. Las únicas personas que había eran las que había visto al llegar, el camarero de la barra y seis clientes, dos en cada una de dos mesas separadas y dos más en la barra, donde había un televisor con la CNN International sintonizada y un reportero de complexión atlética hablaba desde detrás de una mesa de noticias:

«En un vídeo que nos acaba de facilitar el Departamento de Seguridad Nacional -dijo-, estamos a punto de ver al presidente Harris en la ubicación secreta a la que ha sido trasladado por el Servicio Secreto después de la amenaza terrorista recibida en Madrid. Lo acompañan el asesor de Seguridad Nacional, James Marshall; el secretario de Defensa, Terrence Langdon, y el secretario de Estado, David Chaplin».

La imagen dio bruscamente paso al vídeo. Tenía impresos la hora y la fecha, 14:23 h (el día anterior), viernes 7 de abril, y mostraba al presidente Harris en un salón rústico durante una sesión de trabajo con sus asesores.

«El presidente quiere que se sepa -dijo el periodista con voz en off- que está a salvo y se encuentra bien y que tiene la plena intención de reunirse con los jefes de Estado europeos de la OTAN el lunes en Varsovia.»El clip acababa de golpe y el reportero concluyó con un sencillo «Les seguiremos informando». Hubo un fundido y se dio paso a la publicidad.