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– Dios mío -suspiró Marten-, lo tienen todo previsto.

Un sorbo más de cerveza y desvió la vista del televisor a la puerta. De momento no había entrado nadie más desde su llegada. Pasaron cuarenta segundos. Cincuenta. Si alguien le estaba siguiendo, para entonces ya tendría que haber aparecido. Marten dejó el vaso y empezó a levantarse.

Al hacerlo, otra noticia de la televisión atrajo su atención. Esta vez el emplazamiento era Chantilly, Francia. Dos jinetes habían sido asesinados de un disparo a primera hora de la mañana mientras se entrenaban con sus caballos de carreras en unas pistas de entrenamiento que corrían junto a un bosque. Era obvio que el autor de los disparos había estado esperándolos en el bosque y actuó desde el cobijo de los árboles y, después, sencillamente se marchó, dejando el arma del crimen, un rifle M14 fabricado en Estados Unidos, como si quisiera al mismo tiempo burlarse e intrigar a los investigadores. Lo que aumentaba considerablemente el misterio era que los dos jinetes habían muerto con la misma bala, puesto que el disparo atravesó la cabeza del primero y luego penetró en el cráneo del segundo. Este hecho se podría considerar accidental -en el caso de que hubiera intención de matar a una sola víctima- o inquietantemente intencionado, como si el tirador quisiera hacer gala de su refinada técnica. En cualquier caso, la policía francesa no había visto nunca un caso igual. Ni tampoco, en sus lejanos días de detective de homicidios en la policía de Los Ángeles, lo había hecho Marten.

23.28 h

El primo Jack vio entrar a Marten pero no hizo ningún gesto de reconocimiento. Aparentando no inmutarse por la presencia del ruidoso grupo de niños y padres que ocupaban una mesa grande cerca de él, se había sentado tal y como planearon, solo en una mesa próxima al fondo de la sala principal del restaurante y antes de un breve pasillo que llevaba hasta la zona del baño y la puerta trasera del fondo. Todavía con las gafas y el sombrero de Demi puestos, con una botella sin abrir de agua mineral con gas Vichy Catalán escondida en una manga, parecía estar absorto en la lectura de una guía ilustrada de Montserrat.

Marten se detuvo un momento al entrar, miró a su alrededor, se dirigió distraídamente hasta donde estaba el presidente y se sentó a la mesa de al lado.

– Foxx sabe que usted está aquí -dijo, en voz baja-. Está en un salón privado al otro lado de la sala. Quiere que vayamos a verle. No estoy seguro de cómo se ha enterado, pero no creo que se lo haya dicho Demi, y dudo mucho que lo haya hecho tampoco Miguel. Eso nos lleva a…

– Sólo una respuesta lógica, y los dos sabemos cuál es. -El presidente levantó la cabeza y miró a Marten, con una expresión fría como el hielo-. Si hemos tenido alguna duda sobre si «mis amigos» estaban en el mismo bando que el doctor Foxx, ahora ya parece del todo evidente.

– Si quiere saber más -dijo Marten-, la CNN acaba de pasar un vídeo supuestamente puesto a su disposición por el Departamento de Seguridad Nacional. En él aparece usted en un chalet rústico de algún lugar, recién afeitado y con el peluquín puesto. Le acompañan el secretario de Estado, el asesor de Seguridad Nacional y el secretario de Defensa. En el reportaje decían que el vídeo se grabó ayer por la tarde y que usted seguía adelante con sus planes de estar el lunes en Varsovia. Como garantía añadida, el vídeo llevaba estampadas la fecha y la hora que lo confirmaban.

El presidente Harris apretó los ojos con rabia. Se volvió deliberadamente, como si volviera a concentrarse en su guía.

– El lavabo de hombres está justo al fondo del pasillo que tenemos detrás -dijo, sin levantar la vista-. La puerta que da al exterior está justo pasado el baño. Una vez fuera hay un sendero de servicio que sube desde la plaza. A unos seis metros en dirección contraria, otro sendero se aleja siguiendo la pared del acantilado, luego hace una curva y desaparece de la vista bajo un paraguas de árboles. A treinta, cuarenta metros de allí están las ruinas de una antigua capilla, exactamente como nos ha dicho Miguel. Dentro de la capilla hay los restos de dos pequeñas salas. Cualquiera de ellas nos bastará para nuestra pequeña conversación con el doctor Foxx.

– ¿Sigue queriendo llevar a cabo el plan? -dijo Marten, incrédulo.

– Sí -le respondió, sin levantar la vista.

– Primo -Marten se inclinó de pronto hacia él, hablándole alarmado y en voz baja-. No creo que se dé cuenta del todo de lo que está ocurriendo. Foxx pensaba que usted iba a venir pero no ha estado seguro hasta encontrarme a mí. Ahora lo saben, y estoy seguro de que sus «rescatadores» han sido avisados. Por lo poco que sabemos, podrían estar en cualquier rincón de por aquí, esperando a que usted aparezca. Cuando lo haga, se lo llevarán de aquí hasta su versión del «refugio protegido» a toda prisa. Primo, tenemos que irnos, y tenemos que hacerlo ahora. Salga por la puerta de atrás, llame a Miguel al móvil y luego espérelo en algún lugar escondido hasta que aparezca. Y después de eso, para usar sus propias palabras, que Dios nos ayude.

El presidente cerró la guía y miró a Marten intencionadamente, con los ojos llenos de determinación.

– Es sábado por la tarde en España; la cumbre de la OTAN es el lunes por la mañana en Varsovia. Nuestro tiempo se agota con rapidez, y con él la información que debemos obtener de Foxx. Mis «rescatadores» podrían llegar en cuestión de minutos o de horas. Si es de minutos, de todos modos estamos acabados, si es de horas, todavía nos queda tiempo de hacer algo.

– Está hablando de un riesgo increíble, primo, supongo que se da cuenta.

– Sólo es riesgo cuando puedes elegir. -De pronto, Harris se levantó-. No hagamos esperar más tiempo al buen doctor.

91

13.40 h

Merriman Foxx estaba a solas y tomaba notas en una agenda electrónica cuando Marten y el presidente Harris entraron en el comedor privado. Demi, Beck y Luciana se habían ido, y la mesa había sido despejada.

– Ah, caballeros -sonrió Foxx, y se levantó como lo había hecho la primera vez que llegó Marten-. Soy el doctor Foxx, señor presidente, y es un gran honor conocerle. -Les indicó con un gesto de la mano que se sentaran a la mesa-. Me temo que los otros han decidido salir a explorar los alrededores por su cuenta, y aunque creo que podemos sentarnos aquí y charlar un poco, tal vez resultaría más interesante que mientras tanto les enseñe mi laboratorio.

– ¿Tiene usted un laboratorio aquí? -se sorprendió Marten.

– También un despacho y un pequeño apartamento -volvió a sonreír Foxx-. Todo por gentileza de la Orden. Eso me da un agradable respiro de toda la atención y las preguntas inapropiadas e injustas que desde hace tiempo me persiguen sobre la Décima Médica, además de un lugar tranquilo para trabajar.

– El lugar de trabajo de otras personas siempre me despierta curiosidad, doctor -dijo el presidente sin mostrar ningún tipo de emoción.

– A mí también, presidente. Por aquí, por favor. -Foxx volvió a sonreír y los acompañó hasta la puerta. Marten le lanzó a Harris una mirada de advertencia, pero éste no se la devolvió.

13.45 h

Merriman Foxx los llevó más allá de la plaza llena de turistas de delante de la basílica y luego por una estrecha calle adoquinada alineada por un lado con hileras de velas votivas rojas y blancas.

Marten miró hacia atrás con disimulo mientras avanzaban pero no vio a nadie. Resultaba curioso que Foxx estuviera solo, sin acompañantes, sin guardaespaldas, ni siquiera Beck. Pero también era cierto que estaba solo cuando Marten se reunió con él en el Café Trípoli de Malta. Y según Beck, Foxx había abandonado el restaurante solo y dejó que el reverendo acompañara a las mujeres hasta su hotel. De modo que, básicamente, Foxx estuvo solo en Malta y ahora volvía a estarlo. Tal vez fuera sencillamente cuestión de preferencia o de estilo. O de seguridad en sí mismo. O de arrogancia. O una mezcla de todo ello. Al fin y al cabo él era el mismísimo doctor Merriman Foxx, el hombre que había estado al mando de la Décima Brigada Médica y todas sus operaciones e innovaciones clandestinas durante más de dos décadas. El mismo Merriman Foxx que hacía muy poco se había enfrentado a solas a una investigación del Congreso estadounidense sobre los trabajos y el desmantelamiento de la citada brigada. El mismo Merriman Foxx que había supervisado personalmente el abyecto asesinato de Caroline Parsons y que ahora era un personaje clave en unos planes mucho más extensos de genocidio.