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– No es posible -dijo el Narizotas, sin ápice de emoción.

– Repito: quedan relevados de su misión -dijo Hap, mostrando su Sig Sauer-. No me lo pongan más difícil.

– No. -Narizotas y el pelirrojo levantaron sus automáticas al mismo tiempo.

Hap se contorsionó a un lado al tiempo que una ráfaga de disparos impactaba contra la pared frente a la que se encontraba unos instantes antes. Los otros operativos corrieron hacia la puerta. Cuando pasaron por su lado, Miguel arremetió hacia su «primo» cubierto con la chaqueta.

Sorprendidos por el gesto repentino de Miguel, los agentes se apartaron. Al hacerlo, la chaqueta cayó al suelo y el sujeto quedó al descubierto, el cuerpo inerte, la cabeza desplomada a un lado. No era el presidente; era Merriman Foxx.

Ahora el Narizotas estaba ya en la puerta.

– ¡Sacadlo de aquí! -les gritó a sus compañeros, y luego le soltó una ráfaga a Miguel, mientras éste saltaba detrás de la mesa de despacho. Al mismo tiempo, el pelirrojo apuntó con su automática a Hap, pero fue demasiado tarde. Hap ya estaba disparando desde el suelo.

¡¡¡BUM, BUM, BUM!!!

Hap vio que sus balas hacían reventar el brazo derecho del pelirrojo. El tipo gritó y el Narizotas lo sacó a rastras por la puerta, disparando una ráfaga hacia Hap mientras lo hacía. Los otros los siguieron a toda prisa, mientras intentaban volver a cubrir a Foxx con la chaqueta y lo arrastraban con ellos. Una vez fuera, Narizotas volvió a asomarse al interior de la sala y disparó una ráfaga en todas direcciones, como para asegurarse que los hombres de dentro no saldrían a perseguirlos.

101

Hap estaba tumbado en el suelo pero no sabía por qué. Recordaba vagamente al motorista agachado encima de él, comprobando su arteria carótida, metiéndole un pañuelo de tela por debajo de la camisa y apretándolo fuerte en el hombro izquierdo. Luego se había dado la vuelta bruscamente y se había marchado. A partir de eso, la memoria se le empezaba a desvanecer y prácticamente se quedaba en blanco. O tal vez se hubiera quedado en blanco del todo. Lo que le hizo reaccionar fue el sonido de las sirenas de emergencia en el exterior y el pitido de su teléfono móvil, que podía ver claramente tirado en el suelo, cerca de él, junto a la Sig Sauer automática. Se movió lentamente y se tocó la pistola automática Steyr TMP que le había caído del arnés, un arma que llevaba colgada del hombro desde el principio pero que todavía no había tenido la oportunidad de utilizar. Fue entonces cuando vio regresar al motorista.

– Vamos -dijo-. Ha recibido una bala, o tal vez dos, en el hombro izquierdo. La policía y los bomberos están de camino. Trate de levantarse.

Hap lo miró:

– ¿Quién demonios es usted?

– Me llamo Miguel Balius. ¡Haga el favor de levantarse!

Miguel agarró a Hap del brazo bueno y tiró de él hacia arriba para apoyarlo en la pared mientras recogía su móvil y la Sig Sauer. Luego volvió a tomarlo del brazo bueno y lo llevó rápidamente en dirección a la puerta.

El aire fresco los envolvió cuando salieron fuera, la moto estaba allí al lado. Miguel lo ayudó a subir al sidecar, luego subió a la moto, la puso en marcha y salieron sendero abajo a toda velocidad mientras unidades de los bomberos y de la policía corrían hacia ellos. Una pared de hombres y mujeres uniformados iba de puerta en puerta, comprobando si había gente herida a consecuencia del terremoto o lo que fuera que había sacudido los edificios con tanta violencia.

Miguel llegó al final del sendero y giró por otro con la moto. Casi en el mismo momento, un rugido intenso y acompasado les llegó desde el otro lado de la basílica. Medio segundo después vieron el helicóptero de los agentes de operaciones especiales levantándose por encima del edificio, sosteniéndose un momento en el aire y luego virar hacia el norte.

102

Barcelona, hotel Grand Palace, 16.10 h

Jake Lowe y el doctor James Marshall estaban solos en la sala especial de comunicaciones instalada en su suite. Sin americana, con la camisa arremangada y la corbata aflojada, Lowe caminaba impaciente arriba y abajo con teléfono protegido pegado al oído. Marshall, con sus dos metros de estatura, se sentaba frente a una mesa de trabajo en el centro de la habitación con dos portátiles delante, un bloc de notas debajo del brazo y unos auriculares conectados a la línea protegida de Lowe.

– Caballeros -dijo Lowe al teléfono, y luego hizo una pausa brusca, como si quisiera asegurarse de que lo siguiente que diría quedaba absolutamente claro-. Así es cómo están las cosas -dijo, finalmente-: Los agentes de operaciones especiales han ido y vuelto del monasterio. El doctor Foxx ha sido hallado muerto en uno de sus laboratorios «limpios». Sus restos han sido evacuados después de una breve refriega con el Servicio Secreto. Los operativos no se han identificado, ni tampoco han identificado al doctor Foxx. Se han ido del monasterio en un helicóptero civil sin más incidentes.

»No han encontrado ni rastro del presidente. Repito: ni rastro del presidente. No obstante, una comunicación previa con Foxx había confirmado su presencia y la de Nicholas Marten en el monasterio.

»El cuerpo del doctor Foxx ha sido encontrado en uno de los laboratorios "limpios" más ocultos y hay fuertes indicios de que se ha enfrentado a una situación hostil. Puesto que ni el presidente ni Marten han sido hallados en la escena, y teniendo en cuenta que cualquier puerta que pudieran haber utilizado para escapar estaba cerrada electrónicamente detrás de ellos, debemos suponer que han salido por la única ruta disponible, y ésta es el túnel que lleva a la parte posterior del laboratorio en el que se ha encontrado al doctor Foxx.

»Muy poco antes de la llegada de los operativos se ha producido una explosión en ese túnel. Lo más seguro, caballeros, es que haya sido el resultado de un mecanismo que Foxx habría instalado durante la construcción del mismo.

Caballeros.

Éstos estaban conectados a la misma transmisión protegida y repartidos por toda Europa y Estados Unidos: el vicepresidente Hamilton Rogers y el jefe de personal del presidente Harris, Tom Curran, en la embajada estadounidense en Madrid; el secretario de Estado David Chaplin en la embajada estadounidense en Londres; el secretario de Defensa Terrence Langdon en los cuarteles generales de la OTAN en Bruselas; el jefe del Estado mayor y general de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, Chester Keaton, en la oficina de su casa de campo de Virginia.

– ¿Debemos creer que el presidente está muerto? -preguntó Terrence Langdon desde Bruselas.

– Terry, soy Jim -intervino Marshall-. No creo que podamos suponer nada. Pero basándonos en la información recibida antes de Foxx y por lo que los de operaciones especiales han observado, es casi seguro que él y Marten estaban en el túnel en el momento de la explosión. Si éste es el caso, hay muy pocas posibilidades. Mejor dicho, déjenme matizar este punto: no hay ninguna posibilidad de que ninguno de los dos haya sobrevivido.

– Sabemos que Foxx estableció una línea sucesoria en el caso de que algo le sucediera. Así era como gestionaba los programas secretos en la Décima Brigada Médica. Permítame que le haga una pregunta muy directa: ¿podemos seguir adelante sin él?

– Afirmativo -dijo Marshall-. Sin duda. Es sólo cuestión de avisar a su cadena de mando.

– ¿Conocemos los detalles de lo que le ha ocurrido? ¿Estaba el presidente allí e involucrado en el suceso?

– No lo sabemos. Pero, sea lo que sea lo que ha ocurrido, no podíamos permitir que su cuerpo fuera encontrado y luego se abriera una investigación.

– La gente del monasterio lo habrá visto.