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17.35 h

Miguel volvió a entrar en la habitación con un vaso de agua y un sobre pequeño.

– Tómese esto -le dijo, ofreciéndole el vaso a Hap y sacando un par de grageas del sobre-. Son para el dolor. Me las ha dado el médico. Aquí hay más.

Le dejó el sobre en la mesilla de noche.

– Cuando los agentes se han marchado y después de que yo perdiera el conocimiento, usted ha entrado en el despacho de Foxx por aquella puerta -dijo Hap, bebiendo un poco de agua pero sin tomarse las pastillas-. Supongo que para ver si veía al presidente. No lo ha encontrado o no estaríamos aquí. ¿Había algún rastro de su presencia?

– Por favor, tómese el medicamento.

– ¿Ha estado allí el presidente? -le apremió Hap, exigente-. Y si es así, ¿dónde demonios ha ido, para que los agentes no lo hayan encontrado?

– Mi tío está abajo con su mujer -dijo Miguel, en voz baja-. Sólo ellos dos y el médico saben que está usted aquí.

Vendrán a verle antes de acostarse. Son de confianza. Le proporcionarán cualquier cosa que quiera o necesite.

Miguel se dirigió hacia la puerta.

– ¿Se marcha?

– Lo veré cuando vuelva.

– Tiene mi BlackBerry.

– Sí. -Miguel se la sacó del bolsillo de la americana y luego retrocedió para dársela a Hap.

– ¿Y los rifles? Había dos.

Miguel se abrió la chaqueta, sacó la Sig Sauer automática de su cinturón y la dejó encima de la mesa.

– ¿Dónde está la otra, la automática?

– La necesito.

– ¿Para qué?

Miquel le sonrió con amabilidad:

– Creo que es usted un buen hombre que necesita descansar.

– He dicho que para qué -insistió Hap.

– De los diecinueve a los veinticuatro años, cuarto batallón, Ejército Real de Australia, Comando de Operaciones Especiales. Sé cómo usarla.

Hap lo miró fijamente:

– ¡No le he preguntado el curriculum, le he preguntado para qué necesita la pistola automática!

– Buenas noches, señor -respondió Miguel, volviéndose en dirección a la puerta.

– ¡Ni siquiera sabe si el presidente ha estado allí, ¿no?! -le gritó Hap-. ¡Sólo es una suposición!

Miquel se giró:

– Ha estado, señor. -Dio un paso, cogió algo de encima de la cómoda, luego se acercó a él y se lo puso en el regazo. Era el sombrero de Demi.

– Lo llevaba cuando los he dejado. Era parte de su disfraz. Lo he encontrado en uno de los laboratorios, detrás del despacho en el que estábamos. La puerta y parte de la pared que sale de los laboratorios, o lo que sea que hay detrás, estaban hundidas, bloqueadas por una enorme pared de piedra, seguramente como resultado del seísmo o de lo que nos ha tirado al suelo. En un par de días, hombres con equipos pesados empezarán a excavar y tal vez puedan pasar al otro lado. Ni siquiera entonces habrá garantías de qué van a encontrar.

»En algún lugar, al otro lado de esa inmensa roca, dentro de la montaña y de las otras que la rodean, hay cuevas conectadas por antiguas galerías de mina que se expanden a lo largo de varios kilómetros. Si está vivo estará en una de esas cuevas o galerías. Se avecina una tormenta, pero durante un tiempo habrá luz de la luna y hay maneras de entrar desde arriba. Allí es donde me dirijo. Para mí, su presidente y Nicholas Marten son familia. Es mi deber y mi elección encontrarlos, estén vivos o muertos.

– Su limusina está aparcada aquí detrás, bajo unos árboles.

– ¿Y qué pasa con ella?

– ¿Acostumbra usted a subir a gente a la montaña a menudo?

– Sí, subo a gente bastante a menudo. -Miguel empezaba a impacientarse, el tiempo era oro y esas preguntas se lo estaban haciendo despilfarrar.

– ¿Lleva un buen botiquín en el maletero?

– Sí.

– ¿Uno grande?

– Señor Hap, intento salvar a su presidente. Por favor, discúlpeme. -De nuevo, Miguel quiso marcharse por la puerta.

– El botiquín. ¿Lleva esas mantas plegables de supervivencia, las que tienen un lado reflectante? Ya sabe, las que usan los bomberos.

Miguel empezaba a mosquearse.

– ¿Por qué me hace todas estas preguntas?

– Respóndame.

– Sí, las llevo. Es normativa de la empresa. Una para cada pasajero más una para el conductor. Llevamos diez.

– ¿Y comida? ¿Raciones de emergencia?

– Unas cuantas barritas de cereales, es lo único.

– Bien. Traiga todo el botiquín. -De pronto, Hap se levantó. Luego levantó una mano para estabilizarse.

– ¿Qué hace?

Hap cogió la Sig Sauer de 9 mm, se la enfundó en el cinturón y se puso las grageas para el dolor en el bolsillo.

– Está de broma si cree que lo dejaré ir solo.

105

París, hotel Western Aurore, 17.45 h

– Buenas noches, Victor.

– Hola Richard. Llevo toda la tarde esperando tu llamada.

– Ha habido un retraso, lo siento.

– He visto la noticia por la tele sobre el tiroteo en la pista de entrenamientos de Chantilly. Han hablado de los dos jinetes muertos, pero no han dicho mucho más.

– No se te habrá acercado la policía, ¿no?

– No.

– Estupendo.

Victor estaba tumbado en la cama en ropa interior, con la televisión puesta de fondo. Había llegado aquella mañana en tren desde Chantilly y tomó un taxi desde la Gare du Nord hasta el hotel en el que estaba ahora, delante de otra estación, la Gare de Lyon. Aquí había desayunado en la habitación, se había dado una ducha y luego se echó una siesta hasta las dos. Después se puso a esperar, siguiendo las instrucciones recibidas, a que le llamara Richard. Como le sucedió en Madrid, se había ido poniendo más nervioso con el paso de las horas, temiendo que Richard no fuera a llamarlo, tal vez nunca más. Si la noche pasaba y no tenía noticias de él, no sabía lo que haría. Sinceramente, no lo sabía. De hecho, la idea de matarse se le había pasado por la cabeza más de una vez. Era realmente una posibilidad, algo que podía hacer. Y era muy posible que lo hubiera hecho si Richard no lo hubiera llamado antes de -se había fijado la hora- las ocho de la mañana siguiente. Pero luego Richard llamó y todo estuvo bien y volvió a sentirse cómodo y querido y respetado.

– Te pido disculpas por el retraso, Victor. Los últimos preparativos han llevado un poco de tiempo.

– Está bien, Richard, lo comprendo. A veces las cosas se complican, ¿verdad?

– Desde luego, Victor. Bueno, aquí tienes tus instrucciones. El tren número 243 sale de la Gare du Nord hacia Berlín a las 20.46 de hoy. Hay un billete de primera clase reservado a tu nombre en la ventanilla de atención al cliente. ¿Podrás tomar ese tren, Victor?

– Sí.

– De acuerdo. Llegarás a Berlín a las 8.19, mañana por la mañana. A las 12.52 del mediodía, el tren número 41 saldrá de Berlín en dirección a Varsovia y llegará a destino a las 18.25, por la tarde. Tienes reservada una habitación estupenda en el hotel Victoria Warsaw. Te llamaré allí antes de la medianoche. ¿Es todo correcto, Victor?

– Sí, por supuesto, Richard. Siempre hago lo que tú me pides. Es por eso por lo que confías en mí, ¿no?

– Sí, Victor. Sabes que es por eso. Que tengas buen viaje, te llamaré mañana.

– Gracias, Richard. Y buenas noches.

– Buenas noches, Victor. Y gracias a ti también.

106

La iglesia dentro de la montaña, 17.55 h