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—Jamás habría imaginado que un Guardián se vistiese así —comentó Beslan mientras invertía la posición de las botas.

Mat parpadeó. El chico tenía muy buena vista. Birgitte no se había quitado la máscara un solo instante. En fin, mientras no se hubiese dado cuenta de…

—Creo que a mi madre le vendrá bien vuestra relación, Mat.

Mat se atragantó y roció de té a los viandantes. Algunos le asestaron miradas furiosas, y una esbelta mujer, con un bonito trasero, le dedicó una tímida sonrisa por debajo de la máscara azul que, en opinión de Mat, debía de intentar semejar una gallina. La mujer pateó el suelo y se alejó al ver que él no le devolvía la sonrisa. Por suerte, nadie se dio por ofendido tanto como para no contentarse con la mirada iracunda antes de proseguir su camino. O tal vez por desgracia. A Mat no le habría importado si en ese momento se le hubiesen echado encima seis o siete ebudarianos con ganas de desquitarse.

—¿A qué te refieres? —preguntó, ronca la voz.

Beslan giró la cabeza y lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—Vaya, pues a que te haya escogido como su joven galán, desde luego. ¿Por qué te pones tan colorado? ¿Te has enfadado? ¿Por qué…? —De repente se dio una palmada en la frente y se echó a reír—. Pensaste que yo me enfadaría. Perdona, se me olvida que eres forastero. Mat, ella es mi madre, no mi esposa. Padre murió hace diez años, y madre siempre alegó que estaba demasiado ocupada. Me alegra que haya elegido a alguien que me cae bien. Eh, ¿dónde vas?

Mat no se dio cuenta de que se había puesto de pie hasta que Beslan le hizo la pregunta.

—Eh… Necesito despejarme.

—Pero si estás bebiendo té, Mat.

Mientras rodeaba una silla de manos, columbró que la puerta de la casa se abría y que una mujer, vestida con una capa azul adornada con plumas, salía por ella. Sin pensar lo que hacía —la cabeza le daba demasiadas vueltas para pensar con claridad— empezó a seguirla. ¡Beslan lo sabía! ¡Y lo aprobaba! Su propia madre, y a él no…

—¡Mat! —gritó Nalesean a su espalda—. ¿Adónde vas?

—Si no he vuelto mañana —respondió Mat, también en voz bastante alta, por encima del hombro—, ¡diles que tendrán que encontrarlo ellas mismas!

Fue en pos de la mujer, aturdido, sin oír si Nalesean o Beslan le gritaban algo más. ¡El chico lo sabía! Recordó que en cierta ocasión había pensado que los dos, Beslan y su madre, estaban locos. ¡Estaban peor que locos! ¡Toda Ebou Dar estaba loca! Apenas si advirtió que los dados seguían rodando dentro de su cabeza.

Desde una ventana de la sala de reuniones, Reanne vio desaparecer a Solain calle abajo, en dirección al río. Un tipo con chaqueta de color bronce fue tras ella, pero si lo que se proponía era abordarla, no tardaría en descubrir que Solain no disponía de tiempo para los hombres ni tenía paciencia con ellos.

Reanne no sabía con certeza por qué motivo la sensación de urgencia se había vuelto tan intensa ese día. Desde hacía días había surgido casi con el amanecer y se había disipado al caer el sol, y durante días ella había luchado contra el impulso —según las estrictas reglas que no se atrevían a llamar leyes, esa orden se ejecutaba en la media luna, para lo que todavía quedaban otras seis noches—, pero ese día… Había dado la orden antes de pensarlo y no había sido capaz de retractarse y retrasarla hasta el día señalado. No pasaría nada. Nadie había vuelto a ver por la ciudad a esas dos jovencitas necias que se hacían llamar Elayne y Nynaeve; no había sido necesario correr riesgos innecesarios.

Suspiró y se volvió hacia las otras, que esperaban a que ella se sentara para tomar asiento a su vez. Los secretos se guardarían, como había ocurrido siempre. Aun así… No poseía el Talento de la Predicción ni nada que se le pareciese, pero, sin embargo, quizás esa sensación de urgencia le había estado advirtiendo de algo. Doce mujeres la observaban con expectación.

—Creo que deberíamos plantearnos la conveniencia de mandar a la granja durante una temporada a todas las que no llevan el cinturón.

Apenas hubo discusión; eran las Decanas, pero ella era la Rectora. En ese aspecto, al menos, no había nada malo en actuar como lo hacían las Aes Sedai.

30

La primera taza

No lo entiendo —protestó Elayne. No le habían ofrecido una silla; de hecho, cuando hizo intención de sentarse, le habían dicho que siguiera de pie en tono cortante. Cinco pares de ojos la miraban fijamente desde cinco rostros femeninos de expresión inflexible y severa—. ¡Os comportáis como si hubiésemos hecho algo horrible, cuando lo que hemos conseguido es encontrar el Cuenco de los Vientos!

O, al menos, estaban a punto de dar con él. Esperaba que fuera así; el mensaje que había traído Nalesean no era muy claro. Al parecer, Mat había salido corriendo al tiempo que gritaba que lo había encontrado. O algo por el estilo, acabó admitiendo Nalesean; cuanto más se explayaba el teariano, más pasaba de la absoluta certeza a la duda. Birgitte se había quedado a vigilar la casa de Reanne; por lo que percibía Elayne, parecía sudorosa y aburrida. En cualquier caso, las cosas se estaban moviendo. Se preguntó qué tal le iría a Nynaeve. Confiaba que mejor que a ella. Desde luego, en ningún momento se le había pasado por la cabeza que, al ponerles al corriente del éxito obtenido, las hermanas tuviesen semejante reacción.

—Habéis puesto en peligro un secreto guardado celosamente por todas las mujeres portadoras del chal desde hace más de dos mil años. —Merilille, sentada con la espalda muy tiesa, prietos los labios y la imperturbable serenidad casi perdida, parecía a punto de estallar—. ¡Debéis de haberos vuelto locas! ¡Sólo la demencia disculparía algo así!

—¿Qué secreto? —demandó Elayne.

Vandene, que, junto con su hermana, flanqueaba a Merilille, se arregló la falda de seda verde con gesto irritado.

—Eso lo sabrás cuando hayas acabado tu adiestramiento como es debido, pequeña —manifestó—. Creía que tenías más sentido común.

Adeleas, con un vestido de paño gris ribeteado en marrón oscuro, asintió haciéndose eco de la desaprobación de Vandene.

—No se puede culpar a la chica por revelar un secreto que ignoraba que era tal —adujo Careane Fransi, situada a la izquierda de Elayne, mientras rebullía en el sillón. No llegaba a ser corpulenta, aunque no le faltaba mucho, ya que tenía unos hombros tan anchos y unos brazos tan gruesos como muchos hombres.

—Sabéis muy bien que la ley de la Torre no admite excusas —se apresuró a intervenir Sareitha en actitud un tanto engreída y una expresión severa en sus ojos castaños, habitualmente inquisitivos—. Una vez admitida una simple disculpa, se aceptarán inevitablemente otras, que serán progresivamente intrascendentes, hasta que la propia ley acabe desapareciendo.

Su sillón de respaldo alto se hallaba situado a la derecha. Era la única que llevaba el chal puesto, pero la sala de estar de Merilille se había colocado como un tribunal, aunque nadie de las presentes lo había llamado así. Al menos, hasta ese momento. Merilille, Adeleas y Vandene se encontraban frente a Elayne, y parecía que desempeñaban el papel de jueces, mientras que el sillón de Sareitha ocupaba el lugar del Banco de la Inculpación, y el de Careane Fransi el Banco de la Absolución. Sin embargo, la Verde domani que habría sido su defensora asintió pensativamente mientras la teariana Marrón, que habría sido su acusadora, proseguía:

—Con sus palabras, ella misma ha admitido su culpabilidad. Recomiendo que la muchacha sea confinada en palacio hasta que nos marchemos y que entretanto se le encomiende un trabajo duro para que tenga ocupadas la mente y las manos. Asimismo, recomiendo una buena dosis de zapatilla a intervalos regulares para recordarle que no debe actuar a espaldas de las hermanas. Aconsejo el mismo trato para Nynaeve, una vez que sea encontrada.