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Creía que Merilille tenía los ojos desorbitados, pero ahora…

—Imposible —barbotó la Gris—. Vosotras sois…

—¡Merilille! —instó secamente Elayne mientras se echaba hacia adelante—. ¿Sigues negando la autoridad de tu Amyrlin? ¿Todavía te atreves?

La Gris abrió y cerró la boca sin emitir sonido alguno. Luego se humedeció los labios y sacudió la cabeza con movimientos convulsos. Elayne sintió un estremecimiento de júbilo; todo eso de que Merilille siguiese sus instrucciones era un cuento y una tontería, por supuesto, pero sería reconocida como hermana. Thom y su madre le habían dicho que uno debía empezar pidiendo diez para conseguir uno. Aun así, no bastaba para apagar su ira. Faltó un tris para que cogiese una zapatilla y comprobara hasta dónde podía forzar la situación. Pero eso echaría todo por tierra. Recordarían en un periquete su edad y el poco tiempo que hacía que se había quitado el vestido de novicia; incluso podían empezar a pensar otra vez en ella como una chiquilla estúpida. Ese pensamiento avivó nuevamente su cólera. No obstante se contentó con:

—Mientras piensas en silencio qué más he de saber conforme a mi condición de hermana, Merilille, Adeleas y Vandene me documentarán sobre ese secreto que he puesto en peligro. ¿Quiere eso decir que la Torre conoce la existencia del Círculo, de esas Allegadas, como las llamáis, desde el principio? —Pobre Reanne, con sus esperanzas de pasar inadvertidas a las Aes Sedai.

—En sus circunstancias, es lo más parecido a hermanas que podían llegar a ser, supongo —contestó Vandene. Con mucho cuidado. Ahora observaba a Elayne tan intensamente como su hermana. Aunque del Ajah Verde, tenía muchos gestos como Adeleas. Careane y Sareitha parecían estupefactas, y sus miradas incrédulas pasaban de la silenciosa y sonrojada Merilille a Elayne sucesivamente.

—Incluso durante la Guerra de los Trollocs, a las mujeres que no pasaban la prueba o carecían de fuerza se las echaba de la Torre por cualquiera de las razones habituales. —Adeleas había adoptado un tono docente, pero no ofensivo. Las Marrones lo hacían a menudo cuando se ponían a explicar algo—. En tales circunstancias, no es de sorprender que algunas temieran salir al mundo para enfrentarse solas a él, y tampoco que huyesen a Barashta, como se llamaba la ciudad que existía aquí por entonces. Aunque, por supuesto, el centro de Barashta ocupaba la zona donde se encuentra actualmente el Rahad, si bien no queda una sola piedra de ella. Aunque Eharon no se vio envuelto en la Guerra de los Trollocs hasta bien avanzado el conflicto, al final Barashta cayó tan irremediablemente como Barsine o Shaemal o…

—Las Allegadas… —intervino suavemente Vandene, y Adeleas parpadeó y luego asintió—. Las Allegadas persistieron incluso después de que Barashta cayese, igual que habían hecho antes, acogiendo espontáneas y mujeres despedidas por la Torre.

Elayne frunció el entrecejo. La señora Anan también había dicho que las Allegadas recogían espontáneas y, sin embargo, el mayor afán de Reanne había sido aparentemente hacer que Nynaeve y ella demostraran que no lo eran.

—Ninguna se ha quedado mucho tiempo —añadió Adeleas—. Cinco años, diez a lo sumo, tanto entonces como ahora, supongo. Una vez que se dan cuenta de que su pequeño grupo no es válido como sustitutivo de la Torre Blanca, se marchan y se hacen Curadoras o Zahoríes de pueblo, e incluso a veces se olvidan del Poder, simplemente. Dejan de encauzar y se dedican a un oficio o algún tipo de negocio. En cualquier caso, desaparecen, por así decirlo.

Elayne se preguntó cómo podía alguien dejar a un lado el Poder Único de ese modo; el anhelo de encauzar, la tentación de tocar la Fuente, se hallaban siempre presentes una vez que se había aprendido cómo hacerlo. Sin embargo, las Aes Sedai parecían creer que algunas mujeres eran capaces de olvidarlo, sin más, al comprender que nunca llegarían a Aes Sedai.

Vandene volvió a encargarse de la explicación; con frecuencia las hermanas llevaban una conversación por turnos, casi alternándose en frases sucesivas, cada cual retomando el hilo con soltura en el punto en que la otra lo había dejado.

—La Torre ha tenido conocimiento de la existencia de las Allegadas casi desde el principio, quizá desde el primer momento. Indudablemente, por aquel entonces el asunto prioritario era la guerra. Además, a pesar de llamarse las Allegadas, han hecho exactamente lo que queremos que hagan tales mujeres: guardan secretos sobre sí mismas, incluso el hecho de ser capaces de encauzar, y actúan con discreción para no llamar la atención en absoluto. A lo largo de los años incluso han corrido la voz, secreta y cuidadosamente, cuando una de ellas topa con una mujer que afirma falazmente ser portadora del chal. ¿Decías algo?

—No —respondió Elayne, sacudiendo la cabeza—. Careane, ¿queda té en esa tetera? —preguntó, a lo que la susodicha dio un leve respingo—. Supongo que Adeleas y Vandene deben de tener bastante seca la garganta y les vendría bien tomar una taza. —La domani sólo dirigió una mirada de reojo a Merilille, que seguía sin salir de su estupefacción, antes de dirigirse a la mesa donde estaban la tetera y las tazas de plata—. Eso no explica el motivo —prosiguió Elayne—. ¿Por qué el conocimiento de su existencia se considera un gran secreto? ¿Por qué no fueron dispersadas tiempo ha?

—Pues por las fugitivas, naturalmente —repuso Adeleas como si fuese lo más obvio del mundo—. Es un hecho que otras agrupaciones se desarticularon nada más descubrirlas, la última hará unos doscientos años, pero las Allegadas mantienen su grupo pequeño y secreto. Esa última asociación se autodenominaba Hijas del Silencio, aunque metió mucho ruido. Sólo eran veintitrés en total, espontáneas reunidas y entrenadas de un modo muy particular por un par de antiguas Aceptadas, pero se…

—Las fugitivas —le recordó Elayne al tiempo que cogía una taza a Careane y le daba las gracias con una sonrisa. No había pedido té, pero advirtió distraídamente que la mujer se lo había ofrecido a ella en primer lugar. Vandene y su hermana habían hablado largo y tendido sobre las fugitivas durante el viaje a Ebou Dar.

Adeleas parpadeó y se obligó a retomar el tema de la conversación.

—Las Allegadas ayudan a las fugitivas. Siempre tienen a dos o tres mujeres en Tar Valon montando guardia. Para empezar, entran en contacto con casi todas las mujeres que son rechazadas, siempre de un modo muy cauto, y en segundo lugar, se las ingenian para encontrar a todas las fugitivas, ya sean novicias o Aceptadas. Al menos, ninguna ha escapado de la isla sin su ayuda desde la Guerra de los Trollocs.

—Oh, sí —continuó Vandene cuando Adeleas hizo una pausa para coger una taza a Careane. Antes se le había ofrecido té a Merilille, pero ésta permanecía hundida en el sillón, con la mirada perdida en el vacío—. Si alguien se las arregla para huir, sabemos exactamente dónde buscar, y casi siempre acaba de vuelta en la Torre, deseando no haber sentido el gusanillo de la aventura. Siempre y cuando las Allegadas ignoren que lo sabemos, se entiende. Si tal cosa llega a ocurrir, será como regresar a los tiempos anteriores a su organización, cuando una mujer que escapara de la Torre podía dirigirse a cualquier parte. Por entonces era muy superior el número de Aes Sedai, Aceptadas, novicias y fugitivas, y algunos años lograban huir dos de cada tres, y otros, tres de cada cuatro. Utilizando a las Allegadas lográbamos recuperar al menos nueve de cada diez. Entenderás por qué la Torre ha protegido a las Allegadas y su secreto como joyas valiosas.

Sí, Elayne lo comprendía. Una mujer no había terminado con la Torre hasta que la Torre no lo decidía así. Además, a la Torre le venía bien para su reputación de infalibilidad que capturase siempre a las fugitivas. O casi siempre. Bien, ahora lo sabía.

Se puso de pie y, para su sorpresa, también lo hicieron Adeleas, Vandene, que rechazó el té de Careane con un ademán, y Sareitha. Incluso Merilille se levantó, un instante después. Todas la observaron expectantes, hasta Merilille.