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—Creo que estás en un buen apuro, Elaida. —Los fríos ojos se clavaron en los de la otra mujer y las frías palabras salieron suavemente de los labios sonrientes de la Blanca—. Antes o después, la Antecámara se enterará del desastre con al’Thor. Puede que Galina consiguiese apaciguar a las Asentadas, pero dudo que Covarla sea capaz de hacerlo; querrán alguien más… alto, para que pague las consecuencias. Y, antes o después, todas sabremos la suerte corrida por Toveine. Entonces será difícil que sigas llevando esto sobre los hombros —comentó, indiferente, mientas ajustaba la estola de Amyrlin alrededor del cuello de Elaida—. De hecho, será imposible si se enteran en un plazo corto. Serás neutralizada para que sirvas de ejemplo, igual que quisiste hacer con Siuan Sanche. Empero, todavía podrías estar a tiempo de salir bien de ésta si haces caso de tu Guardiana. Tienes que atender un buen consejo.

Elaida sentía paralizada la lengua. La amenaza no habría podido ser más explícita.

—Lo que has oído aquí esta noche es un asunto confidencial, sellado para la Llama —adujo, pero supo que su argumentación era inútil antes de que las palabras acabasen de salir de su boca.

—Si tienes intención de rechazar mi consejo… —Alviarin hizo una pausa y luego empezó a darse media vuelta para marcharse.

—¡Aguarda! —Elaida bajó la mano que había extendido de manera instintiva hacia la otra mujer. Despojada de la estola. Neutralizada. Y no se conformarían con eso; después la harían aullar de dolor—. ¿Qué…? —Tuvo que interrumpirse para tragar saliva—. ¿Qué consejo me ofrece mi Guardiana? —Tenía que haber algún modo de frenar esa situación.

Alviarin suspiró y volvió a aproximarse; más que antes. De hecho, a una distancia excesivamente corta entre cualquiera y la Amyrlin, de manera que las faldas casi se tocaban.

—En primer lugar, me temo que debes dejar a Toveine a su suerte, al menos por el momento. E igualmente a Galina y a quienesquiera que hayan sido hechas prisioneras, ya sea por los Aiel o por los Asha’man. Cualquier intento de rescate inmediato significaría destapar el asunto.

—Sí. —Elaida asintió lentamente—. Me doy cuenta de ello. —Era incapaz de apartar su mirada horrorizada de la imperiosa de la otra mujer. ¡Tenía que haber algún modo! ¡Eso no podía estar pasando!

—Y creo que ha llegado el momento de que reconsideres tu decisión con respecto a la Guardia de la Torre. Después de todo, ¿no te parece realmente necesario incrementar sus efectivos?

—No… no veo impedimento en hacer eso. —¡Luz, tenía que pensar!

—Estupendo —murmuró la Blanca, y Elaida enrojeció de rabia e impotencia—. Mañana registrarás personalmente los dormitorios de Josaine y de Adelorna.

—¿Por qué demonios iba a…?

Alviarin tiró de la estola de rayas de nuevo, en esta ocasión casi como si fuese a arrancársela de un tirón, y el cuello al mismo tiempo.

Al parecer, la tal Josaine halló un angreal hace años y no lo entregó. Me temo que Adelorna hizo algo peor. Sacó un angreal de uno de los almacenes, sin permiso. Cuando los hayas encontrado, anunciarás inmediatamente su castigo. Uno bastante severo. Al mismo tiempo, pondrás como modelos de preservar la ley a Doraise, Kiyoshi y Farellien. Las recompensarás con un regalo; un buen caballo serviría.

Elaida temió que los ojos acabarían saliéndosele de las órbitas.

—¿Por qué? —De cuando en cuando, una hermana se guardaba un angreal desobedeciendo la ley, pero el castigo rara vez superaba una severa regañina. Todas, de la primera a la última, sabían de esa tentación. ¡Y el resto! El propósito resultaba obvio. Todo el mundo daría por sentado que Doraise, Kiyoshi y Farellien habían delatado a las dos primeras. Josaine y Adelorna eran Verdes, y las otras Marrón, Gris y Amarilla respectivamente. El Ajah Verde se enfurecería, incluso podría decidir desquitarse, lo que induciría a los otros Ajahs a…—. ¿Por qué quieres hacer esto, Alviarin?

—Elaida, debería bastarte el hecho de que es mi consejo. —El tono burlón, la meliflua impasibilidad se tornó acerado hielo de manera repentina—. Quiero oírte decir que harás lo que se te mande. De otro modo, no tiene sentido que me moleste en que conserves la estola. ¡Dilo!

—Yo… —Elaida intentó apartar la vista. ¡Oh, Luz, tenía que pensar! Sentía el estómago agarrotado—. Haré lo… lo que… se me mande.

—¿Ves? —Alviarin esbozó aquella sonrisa gélida—. No ha sido tan difícil. —De repente se retiró e hizo una reverencia moderada—. Con tu permiso, me retiraré para que puedas dormir un poco lo que queda de noche. Has de madrugar y te espera una mañana muy ocupada, impartiendo órdenes al mayor Chubai y registrando dormitorios. También tenemos que decidir cuándo se informa a la Torre sobre los Asha’man. —Su tono dejaba claro que sería ella quien lo decidiría—. Y quizá deberíamos empezar a planear nuestro siguiente movimiento contra al’Thor. Va siendo hora de que la Torre manifieste públicamente su postura en este asunto y lo llame al orden, ¿no te parece? Piénsalo bien. Te deseo buenas noches, Elaida.

Aturdida, con ganas de vomitar, Elaida la vio salir. ¿Manifestarse públicamente? Hacerlo sería una invitación al ataque por parte de esos… ¿Cómo los había llamado la Blanca? Ah, sí, esos Asha’man. ¡Esto no podía estar pasándole a ella! Antes de darse cuenta de lo que hacía, arrojó la copa, y el recipiente se hizo añicos al chocar contra un tapiz de flores. Luego cogió la jarra con las dos manos y, con un chillido de rabia, la alzó por encima de su cabeza y también la lanzó contra la pared salpicándolo todo de ponche. ¡La Predicción había sido tan incontrovertible! ¡Ella lograría…!

De repente se quedó inmóvil y, con el entrecejo fruncido, contempló los minúsculos fragmentos de cristal prendidos en el tapiz, así como los de mayor tamaño esparcidos en el suelo. La Predicción. Indudablemente había anunciado su triunfo. ¡Su triunfo! Puede que Alviarin tuviese su pequeña victoria, pero el futuro le pertenecía a ella. Siempre y cuando se librara de Alviarin. Pero eso tenía que hacerse discretamente, de un modo que incluso la Antecámara deseara mantenerlo confidencial, sin que el caso se airease. Un modo que no apuntara hacia la Blanca hasta cuando ya fuese demasiado tarde, por si acaso se olía algo. De repente se le ocurrió cómo. Alviarin no se lo creería si se lo dijesen. Nadie se lo creería.

Si la Blanca hubiese visto su sonrisa, las rodillas se le habrían vuelto gelatina. Antes de que hubiese acabado con ella, Alviarin envidiaría la suerte de Galina, viva o muerta.

Alviarin hizo un alto en el pasillo que daba a los aposentos de Elaida y se miró las manos a la luz de las lámparas de pie. No le temblaban, cosa sorprendente. Había esperado que la mujer luchase con más ahínco, que se resistiese más. Pero todo había empezado y ella no tenía nada que temer. Salvo que Elaida descubriese que al menos cinco Ajahs le habían pasado informes referentes a al’Thor durante los últimos días; el derrocamiento de Colavaere había impulsado a todos los agentes de Cairhien a coger papel y pluma. No, si Elaida se enteraba, ella no corría peligro habida cuenta del dominio que ejercía sobre la mujer ahora. Y menos contando con el respaldo de Mesaana. Sin embargo, Elaida estaba acabada, fuese o no consciente de ello. Aun en el caso de que los Asha’man no proclamasen a bombo y platillo el aplastamiento de la expedición de Toveine —y no le cabía duda alguna que la aplastarían después de lo que Mesaana le había contado sobre lo ocurrido en los pozos de Dumai—, todos los informadores de Caemlyn no esperarían un instante en poner alas a sus comunicaciones una vez que la noticia llegase a sus oídos. A no ser que ocurriese un milagro, como por ejemplo que las rebeldes apareciesen a las puertas de la Torre, Elaida correría la misma suerte que Siuan Sanche en cuestión de semanas. En cualquier caso, aquello estaba en marcha y, aunque le gustaría saber qué era «aquello», lo único que realmente debía hacer era obedecer. Y observar. Y aprender. Quizá fuese ella quien llevase la estola de siete colores cuando todo hubiese acabado.