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El bajel se apartó del muelle impulsado por los remos, con las dos banderas ondeando en la proa, los tambores resonando y las trompetas tocando. En el río, la gente subía a cubierta en los barcos para observar e incluso trepaba por los aparejos. También aparecieron en la cubierta del barco de los Marinos, la mayoría de los marineros con atuendos de llamativos colores, a diferencia de las ropas de tonos apagados que se veían en otras embarcaciones. El Espuma Blanca era un barco más grande que la mayoría, aunque también más estilizado, de líneas más elegantes, con dos altos mástiles inclinados hacia atrás y la arboladura en cruz, mientras que casi todas las demás embarcaciones tenían las vergas en sesgo y más largas que los mástiles. Todo en él denotaba diferenciación, aunque Rand sabía que al menos en una cosa los Atha’an Miere tenían que ser como el resto del mundo; podían acceder a seguirlo por propia iniciativa o verse obligados a hacerlo. Las Profecías establecían que él uniría a las gentes de todas las naciones: «Aunará el norte con el este, y el oeste con el sur». Así lo anunciaban, y no podía permitir que nadie se quedara al margen. Eso era algo que ahora sabía con certeza.

Al haber impartido órdenes mientras se bañaba, no había tenido oportunidad de entrar en detalles acerca de lo que se proponía hacer una vez que llegasen al Espuma Blanca, de modo que los puso al corriente en ese momento. Los pormenores provocaron algunas sonrisas entre los Asha’man, como era de esperar —es decir, Flinn y Narishma sonrieron, en tanto que Dashiva parpadeaba con gesto ausente— y ceños entre los Aiel, también como era de esperar. No les gustaba ser relegados. Dobraine se limitó a asentir; sabía que su presencia allí tenía como único propósito contribuir al espectáculo. Lo que Rand no esperaba fue la sumisa reacción de las Aes Sedai.

—Se hará como ordenáis, milord Dragón —manifestó Merana al tiempo que realizaba una de sus mínimas reverencias.

Las otras cuatro intercambiaron miradas, pero de inmediato se sumaron a la reverencia y al «como ordenéis» de su portavoz. Ninguna protestó, no hubo un solo gesto ceñudo ni una mirada altanera ni una enumeración de razones por las que debería hacerse de cualquier otro modo salvo el señalado por él. ¿Acaso podía empezar a confiar en ellas? ¿O era que habían hallado una forma de zafarse de sus juramentos tan pronto como les volvía la espalda, al más puro estilo Aes Sedai?

—Mantendrán su promesa —murmuró inopinadamente Min, como si hubiese leído sus pensamientos. Enlazada a su brazo y con las dos manos asidas a la manga de la chaqueta, mantuvo un tono lo bastante bajo para que sólo él la oyera—. Acabo de ver a esas cinco en la palma de tu mano —añadió, por si acaso no la había entendido.

Ésa era una idea que Rand no estaba del todo seguro de poder asimilar como un hecho, a pesar de que fuera una de las visiones de Min. Tampoco dispuso de mucho tiempo para intentarlo. El bajel se deslizó veloz sobre el agua y, en un santiamén, los remos se sumergieron en sentido inverso para empezar a frenar la embarcación, a unos veinte pasos del costado del Espuma Blanca, mucho más alto. Timbales y trompetas callaron y Rand encauzó, creando un puente de Aire entretejido con Fuego que conectaba la borda del bajel con la del barco de los Marinos. Con Min del brazo, empezó a cruzarlo caminando por el aire para los ojos de cualquiera salvo para los de los Asha’man.

Casi esperaba que la mujer vacilase, al menos al principio, pero ella se limitó a caminar a su lado como si hubiese sólida piedra bajo sus botas de tacón.

—Confío en ti —musitó en voz baja. También sonrió, en parte un gesto reconfortante y en parte, pensó Rand, porque le divertía haberle leído el pensamiento otra vez.

Se preguntó hasta qué punto confiaría en él si supiese que aquélla era la máxima distancia a la que podía tejer un puente así. Un paso más, un palmo, y se habría venido abajo nada más pisarlo. A partir de ahí, era como intentar elevarse uno mismo mediante el Poder: un imposible; ni siquiera los Renegados sabían cómo, al igual que ignoraban por qué una mujer podía crear un puente más largo que un varón aunque fuese menos fuerte en el Poder. No tenía que ver con el peso; esos puentes aguantaban cualquier carga.

A corta distancia de la borda del Espuma Blanca, Rand se paró, plantado en el aire. A pesar de las descripciones de Merana, le impresionaron las personas que le sostuvieron la mirada: mujeres de piel morena con blusas de vivos colores sobre los pantalones amplios y oscuros, y hombres con el torso al aire y fajines multicolores que les colgaban hasta la rodilla, todos con cadenas de oro y plata en los cuellos, aros en las orejas y, en el caso de algunas mujeres, en las aletas de la nariz, nada menos. Ninguno de aquellos rostros traslucía más expresión que una Aes Sedai que se esforzara por mostrarse impasible. Cuatro de las mujeres, a pesar de ir descalzas como todos los demás, lucían ropas de brillantes sedas, dos con brocados, y también llevaban más collares y pendientes que cualquiera de los otros; una cadenilla adornada con pequeños medallones unía uno de los pendientes al aro de la aleta de la nariz. No dijeron palabra, limitándose a permanecer juntas y a observarlo mientras olisqueaban unas cajitas de filigrana de oro que colgaban de una de las cadenas del cuello. Rand se dirigió a ellas.

—Soy el Dragón Renacido. El Coramoor.

Una ahogada exclamación general se alzó entre la tripulación, pero no ocurrió igual con las cuatro mujeres.

—Soy Harine din Togara Dos vientos, Señora de las Olas del clan Shodin —anunció la que lucía más pendientes, cinco aros de oro en cada oreja, una mujer atractiva de labios carnosos, vestida con brocado rojo. Su cabello liso y negro tenía algunos mechones blancos, y se le marcaban finas arrugas en los rabillos de los ojos. Poseía una imponente dignidad—. Hablo en nombre de la Señora de los Barcos. Por la gracia de la Luz, el Coramoor puede subir a bordo.

Por alguna razón, dio un respingo, al igual que las otras tres que se encontraban con ella, aunque en opinión de Rand aquello había sonado demasiado a autorización. Subió a bordo con Min, reprochándose para sus adentros haberse parado, como si esperase permiso para seguir.

Soltó el saidin y con él el puente, pero de inmediato notó que otro lo reemplazaba. De inmediato, los Asha’man y las Aes Sedai se encontraban con él, las hermanas tan poco nerviosas como Min un momento antes, si bien una o dos se alisaron las faldas un poco más de lo preciso. Todavía no se sentían tan cómodas como daban a entender habiendo cerca Asha’man.

Las cuatro mujeres Atha’an Miere echaron una ojeada a las Aes Sedai y de inmediato formaron un apiñado grupo y se pusieron a cuchichear. Harine llevaba la voz cantante, y también una mujer joven y bonita, vestida con brocado verde y ocho pendientes en total, pero las dos que llevaban ropa de seda normal sólo hacían alguno que otro comentario.

Merana tosió suavemente y se puso la mano delante de la boca.